A lo largo de muchos años, la labor del escritor y muchísimas otras actividades de corte intelectual (la abogacía, la contabilidad y la enseñanza, por ejemplo) se organizaban en torno a la imponente figura del escritorio, ese mueble de madera, dotado de numerosos cajones y de una superficie pensada y dispuesta para dar soporte a libretas, plumas, libros, y a la mecánica labor de escribir y tomar notas.
Ese periodo de la historia del trabajo intelectual se extendió hasta el surgimiento de la computadora personal, que exigía también de una mesa acorde con su peso y sus dimensiones.
Al paso de los años recientes, el ascenso de la nanotecnología nos ha permitido comprimir la presencia del escritorio (el librero, el portafolio, la laptop, la PC y casi diría la oficina) hasta un nivel inusitado, de tal manera que hoy podemos crear diseños con Ilustrador o Ibis, editar videos con Filmora, intervenir textos con Google Docs, e incluso crear programas de radio sin necesitar más que un teléfono celular.
Este factor vuelve absolutamente innecesario todo escritorio de madera, y señala como fundamentales recursos tales como la cámara frontal o trasera, la banda ancha y la pantalla HD.
Hoy, el escritor no necesita lápiz o pluma para realizar sus labores, pero sí necesita urgentemente de una nueva mentalidad, atenta a los dictados de la nanotecnología, la Web 2.0 y los nuevos sistemas operativos.
El romance entre el escritor y la pluma se acabó para siempre, y sin embargo el reto de la escritura creativa está hoy (gracias a la velocidad de la tecnología) más vivo que nunca.