El interior sigue siendo oscuro, sin duda, con sus pasillos, con los pisos que se multiplican hacia arriba y hacia abajo, pero al menos, cuando te plantas frente al escenario todo cobra un segundo significado, como si tuvieras dieciséis años de nuevo y vieras las cosas por primera vez, no con los ojos, con algo más aunque no sepas qué. Estoy en el Festival Marvin lista para lo que venga.
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Es necesario apropiarse de pequeños o grandes espacios diseminados por toda la Roma-Condesa. Así empieza el Marvin, que en el núcleo del Parque España permite que The Guadaloops o Carca se presenten de forma gratuita. Sin mencionar la cantidad de conferencias, talleres, incluso comedia y cine que arropan al festival del 16 al 18 de mayo. Es una ocasión para todos, los hay jovencísimos, de mi edad y un poco más grandes. Las barreras se borran cuando la gente que pasa no tiene idea qué ocurre y se queda un momento a escuchar, a veces pregunta, se queda con sus hijos o sigue su camino.
En mi caso, SALA se presentó como el espacio perfecto para reconocer la potencia Marvin. En ediciones pasadas, el festival se energizó con dosis de post-punk, reavivando la memoria con mitos como Buzzcocks o Television y su aclamado Marquee Moon. En 2019, Wire, Lydia Lunch y Damo Suzuki fueron ese otro mundo que muchos habían olvidado en tapes y compras de sábado en el Chopo.
El sólo hecho de que Suzuki viniera a México y formara su “network” con talento local, como lo hizo en Primavera Sound y en otros festivales, marcaba un peldaño alto. El hombre que salió de Japón y fue descubierto vagando por las calles de Münich salió al escenario. Junto a él han estado integrantes de Acid Mother Temple, El Mató a un Policía Motorizado, The Fall o Siouxsie & the Banshees. Era grande, demasiado. No sabíamos si esperar un poco del estilo Tago Mago o algo completamente distinto. La violencia en la voz de un hombre de 69 años que imagina palabras —su idioma de Edad de Piedra—, combinado con el noise y la improvisación de cada músico en escena fue una epopeya. Una tarde roja imaginada en los huestes de lo arcaico, música emanada y no ensayada, sin pautas, bella al natural.
El segundo acto en SALA fue una mujer ícono del spoken word, a sus 60 años y con una garganta frondosamente entrenada para el estruendo: Lydia Lunch. “Es como la Patti Smith desconocida”, dijo alguien mientras esperábamos. Tal vez tenga razón, formó tantas bandas sin perder la rabia y el frenesí de su tiempo, compartió escenario lo mismo con Nick Cave que con Omar Rodriguez y Thurston Moore. Elegida por Eno para retratar el movimiento New Wave. El desconocimiento personal me hizo sorprenderme cada vez más, esperaba Queen of Siam y me quedé corta y anonada al escuchar Afraid of your company. Versos de poemarios castos trastocados al rock más noisy: “I never see you where you are. You’re never at where I am. I want you to be here, you have to stay at home”. En su voz ronca y grave la supervivencia de géneros que fueron destazados por el conservadurismo y después por la ola global.
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No podíamos distanciarnos del lugar, conforme las horas se acumulaban se acercaba Wire y el épico Pink Flag. La opción fue salir a tomar unos tragos y no desprenderse del grupo, donde había unos más expectantes que otros. Regresamos y quedamos a merced del escenario mientras un amigo me contaba sobre el origen y la marca de la guitarra de Newman. Inició y éramos adolescentes. «Three Girl Rhumba» no tardó en aparecer. Imaginábamos un setlist plagado de hits del Pink Flag y el 154, pero erramos, nos encontramos con toda la carrera de los británicos. Destacaron «Art of persistance» y «Blessed state», estalló el slam y mis amigos corrían en el caudal de manos y piernas descolocadas. No podía acabarse simplemente así, regresaron con cuatro canciones más entre las que sonó «Two people in a room» y la espléndida «1 2 X U»: “Saw you in a mag, kissing a man”, me entraron las ganas de besuquearme pero no había nadie.
Finalizó y mis manos sostenían con gran resguardo el boleto de entrada, además de la pulsera. Nervios acumulados. Bajo la luz oblicua y violenta de los visuales en loop celebré que mis amigos no se hubieran roto un hueso y que estuviéramos ahí, temblorosos y transparentes, como apóstoles con lenguas de fuego ante la gracia del punk.