Las alucinaciones febriles de Pedro Linares, un obrero de la cartonería víctima de los dolores de una úlcera gástrica en 1947, lo remitieron a un paseo onírico donde encontró una serie de híbridos que materializó en figuras artesanales cuyo nombre llegó como una especie de mantra. Es así como entre la locura y su habilidad para crear, concretó un mundo fantástico que los convertiría en iconos del imaginario colectivo mexicano, alcanzando niveles de pleitesía para otros artistas nacionales, internacionales, como Disney y su película Coco, y un desfile celebrado en su honor cada octubre en la ciudad de México.
Cuando Don Pedro falleció de muerte natural a los 85 años, su hijo Felipe y su nieto homónimo heredaron la responsabilidad de seguir transformando su revelación en una labor material a la cual han dedicado su vida. En su taller de Santa Anita y Merced Balbuena, al centro-oriente de la capital, los Linares se dedican a elaborar sus creaciones, ya sea para marcas comerciales, museos u otros eventos culturales. Esta aventura los lleva a promoverlos a otros puntos geográficos impartiendo conferencias o cursos, porque a veces los sueños no siempre terminan siendo sólo sueños.
“Mi abuelo no se trató la úlcera gástrica y se puso muy grave, empezó a ver a las figuras entre nubes y ellos mismos le gritaban su nombre: ‘¡alebrijes, alebrijes!’ Cuando despertó, se compuso y le platicó a mis tíos y a mi papá lo que había soñado. Los seguía viendo de forma grotesca y les dijo que iba a tratar de hacerlos a ver si alguien se interesaba en las piezas”, narra Felipe, de 40 años. Antes de que su abuelo enfermara y se introdujera en sus desvaríos, confeccionaba artículos para las fiestas patrias, Día de Muertos, piñatas y la Quema del Judas en Semana Santa. Esto le dio la habilidad para replicar sus alucinaciones.
Una tarde de viernes visito su taller ubicado en el modesto barrio de Merced-Balbuena, cerca de su domicilio particular, aunque la matriz se ubica en Santa Anita. En “la Balbuena”, los vecinos se han dedicado durante décadas a la cartonería y elaboración de figuras de papel maché para otras festividades que distribuyen en el Mercado de Sonora, célebre por su venta de artículos de hechicería, herbolaria, animales exóticos y otras excentricidades. Ese día, la familia y sus asistentes se encuentran pintando y ensamblando una colección especial encomendada por marcas comerciales para el desfile de 2019.
Han sido alrededor de 22 y 24 años el tiempo que le ha tomado a Felipe adquirir la pericia necesaria para profesionalizarse, respaldado por su tío y hermanos. Desde niño, cuando llegaba de clases, tenía la iniciativa de observar y acomedirse a la labor del abuelo con quien tuvo poco contacto, pero suficiente como para recibir sus conocimientos. “Hay varios que antes creían que los alebrijes eran de dominio público, entonces salieron muchos tallercitos y artesanos que se apropiaron de las ideas, pero originales solo quedan mi tío y mi papá. Los demás son conocidos, amistades. A veces llegan algunos a preguntar: ‘maestro, ¿puedo hacer esta pieza”?
El tema de derechos de autor y el dominio público se convierte en un asunto un tanto sinuoso para la familia, según explica Felipe Linares padre: “El nombre de alebrije sí está registrado, pero nunca hemos hecho nada más porque es cosa de abogados. Varias personas sí me han dicho: ‘a ustedes les ha costado trabajo hacer esto y otros han tomado el derecho, les están robando, deben cobrar regalías”. Además de ésta palabra, sin un significado particular, Don Pedro tenía otra en mente para bautizar a sus creaturas: “cicambrios”.
La familia tiene completa libertad creativa, nadie dicta lo que se tiene qué hacer, pero sí son precisos en el tema de la decoración, pintura y soldadura según lo solicite su cliente, ya que requieren otro tipo de rigor, hecho a mano, con esmero y suma paciencia. El patriarca recuerda las palabras de Don Pedro a los ocho años, una vez que salió de la convalecencia: ‘Te voy a hacer una figura de las que se me aparecieron como fantasmas cuando estuve malo, voy a ver si me la compran’. Fue cuando empezó a hacer una y sí la hizo fea, para mí también era extraño porque le puso patas de gallo y de ahí empezó su creación”. Dos años más tarde, el niño ya se encontraba inmerso en la labor: “El primero que yo hice uno con concha de armadillo y cabeza de gallo y arriba le monté una calavera”.
Según recuerda, el primer prototipo llegó a manos de un señor llamado Parellón: “Lo vendió en una tienda de artesanías de la colonia Juárez y hasta me acuerdo de la persona, se llamaba Parellón, compraba “Judas” a mi papá y cuando vio la figura que inventó se la llevó a un museo, la vendió y vino a pedirle otro”. Así fue como se fueron acumulando los clientes embelesados por éstas criaturas salvajes y coloridas, la siguiente sería una mujer llamada Trini de una galería de Cuernavaca y posteriormente un estadounidense. Y de ese modo es como con el transcurso de los años, la reputación continuó in crescendo hasta llamar la atención de artistas como Diego Rivera, Frida Kahlo, Dolores Olmedo, y celebraciones como los Juegos Olímpicos de 1968 y finalmente la fama internacional.
Con el paso del tiempo, Felipe Linares ha tomado la estafeta de divulgar el mensaje onírico de su padre por países como Francia, Inglaterra, Escocia, España, Canadá y principalmente Estados Unidos, donde ha encontrado un terreno fértil para su obra, donde ha sido convocado para revelar sus pormenores; funge como heredero universal y se le ha reconocido como “gran maestro de los alebrijes” por marcas como Banamex, cuyo centro cultural lo respalda. Austin, Texas, Guadalajara, San Miguel de Allende y Celaya son otras sedes fecundas en compradores, pero algunos de sus mayores méritos radican en Disneylandia, que le ha encomendado tareas artísticas, así como el Museo Británico de Londres y la celebración del centésimo aniversario de la Torre Eiffel en París, donde acudió representando a México de los cien artistas mundiales invitados.
Es así como una epifanía aterriza y busca cobijarse en una mente creativa y visionaria que la materialice, como ha sido el caso de los Linares, que supieron revelarla al mundo dejando a un lado el prejuicio y enfatizándose en extraer esos monstruos y fantasmas. No puede ocurrir sin trabajo arduo de por medio, credibilidad y unión familiar. Los alebrijes son hoy en día parte de la iconografía mexicana y su belleza grotesca continúa cautivando adeptos de otras generaciones y latitudes.