En el verano del 2017 platicaba con J, vocalista de Los Planetas, en un bar de Granada, al sur de España. Entre la charla sobre su disco Zona Temporalmente Autónoma me decía que las grandes compañías y los grupos de poder confundían a la gente haciéndole creer que la música que se escucha masivamente la han escogido ellos y ellas, o sea, el público escucha, cuando eso no es verdad, sino que ha sido elegida por directivos y programadores.
Con la aparición de Spotify y otras plataformas de streaming pensamos que había una democracia musical en la cual cada quien elige lo que quiere escuchar. Sin embargo, no es así como funciona, sino mucho más cercano de lo que imaginamos a las viejas dinámicas de la industria musical. Por ejemplo, en Spotify hay una serie de playlists que enlistan lo que ellos recomiendan de cierto tipo de música o artistas. Estas listas son hechas por unos cuantos editores que son quienes eligen lo que se escuchará en cada país. Es decir, para entrar en una de estas listas tiene que gustarle tu música a alguno de estos editores, lo cual lo vuelve sumamente subjetivo.
La otra forma es hacer que el algoritmo se mueva a tu favor y coloque en el radar de la plataforma. ¿Cómo es esto? Pues consiguiendo que la gente escuche tu canción. Para esto es necesario obtener seguidores y que ellos compartan tu música, lo cual es la versión moderna del “dile a tus amigos que llamen a la estación y pidan tu canción”. Entonces, lo que estamos viendo en las listas de mayor reproducción no es la música que la gente escucha, sino la que una plataforma te sugiere que escuches. Los primeros lugares de cada playlist, de Spotify en México, están ocupados por artistas que tengan alguna relación con alguna de las disqueras más importantes.
Las compañías y grupos de poder de la industria musical no están tratando de entender las conductas de las personas sobre el consumo de música, sino que se están esforzando por ver cómo funciona el algoritmo.
Desde luego que esta dinámica ni es nueva ni está mal, el problema es cuando se desbalancea la situación y no hay equilibrio. Con esto me refiero a que hoy en día todo lo relacionado con música grabada ocurre específicamente en estas plataformas y, si no estás en ellas, simplemente no existes para muchos. Por lo tanto, estás obligado como músico a jugar bajo esas reglas que son las mismas que ha impuesto la industria musical desde hace muchos años, solo que ahora lo hace sobre un terreno diferente.
Durante esta pandemia, los usuarios de Spotify crecieron un 31 por ciento con respecto al 2019. Estamos hablando de más de 286 millones de usuarios, lo cual indica que la gente se ha acercado más a la música durante el confinamiento. Pero, el problema radica en que, las compañías y grupos de poder de la industria musical no están tratando de entender las conductas de las personas sobre el consumo de música, sino que se están esforzando por ver cómo funciona el algoritmo. Es decir, se está analizando la música no en su relación con quienes la escuchan, sino en su relación con un algoritmo.
Pero sucede que se les olvida lo más importante, y aquí le doy crédito por la idea al músico mexicano José María Arreola, que “la música no es un algoritmo”. La música tiene vida propia y su poder radica en su naturaleza humana. Olvidar esto y ver solo sus posibilidades comerciales es matarla, quitarle su esencia y convertirla en producto de úsese y tírese. Que tampoco es nuevo; la industria aniquiló en su momento al vinilo, después el uso del cassette, después al cd, luego al mp3 y seguramente en algún momento hará colapsar también a las plataformas digitales con sus dinámicas de comercio, mas no de consumo. Es mentira que estas plataformas tengan un lugar para todos. Eso no es posible, pero tal vez no estemos preparados para esta conversación.