Mucho más se va con Chamín Correa, mucho más que sus manos. 90 años después, deja una estela de sonidos inolvidables. Hubo una época en que los apodos elegantes de la farándula se quedaban en la memoria popular: «El Príncipe de la Canción», «El Lujo de México», «El Charro Cantor». Chamín era «El Requinto de Oro».
Hace un año -quizá en su última entrevista larga- dijo a La Jornada que ya no veía a nadie llorar con una canción. Puso «Amor Eterno» de ejemplo, contando la anécdota de que Juanga no se la habría compuesto su mamá, sino a un lanchero de Acapulco que se ahogó después de una parranda. Quizá. Pero el público la volvió parte de su patrimonio sentimental para siempre, convirtiéndose en la elegía más bella de la música en español junto con la musicalización de Serrat del poema «Elegía a Ramón Sijé» de Miguel Hernández.
Aunque no soy partidario de considerar la calidad con base a las épocas (quizá por mi resistencia al conservadurismo de pensar que todo pasado fue mejor), tampoco puede negarse que una época musical, un pedazo significativo de nuestra historia cultural y emocional, se ha venido desvaneciendo durante los últimos años con la partida de figuras como Juan Gabriel, José José y ahora Chamín Correa.
Chamín nunca tuvo las dimensiones de José José o Juan Gabriel, pero siempre asumió su arte como una pieza de algo más grande: «Cada quien tenía su misión. Como yo, nadie tocaba la guitarra, pero yo no cantaba tan bonito como la primera voz y, no hacía canciones como Cantoral. En mi caso era el arreglista y Roberto, el autor», dijo en esa entrevista a La Jornada.
Sin Roberto Cantoral, jamás hubiese existido «La Barca» (1957), un tema cumbre de la canción romántica mexicana, pero sin Chamín, no tendría ese requinto de apertura que está tatuado en todo bohemio y ha sobrevivido a décadas de versiones, desde la de los propios Tres Caballeros, hasta la de Luis Miguel en Romance (donde, por supuesto, Chamín grabó el requinto).
El mayor beneficio que alguna vez obtuve de la privatización de Teléfonos de México fue que a alguna persona de alma bohemia se le ocurrió editar dos grandes obras: el libro Recogiendo Poemas de Jaime Sabines (con un maravilloso ensayito de Monsiváis titulado «Sabines al poder» en el que relata el carácter popular del único poeta que la gente reconocía en la calle) y la otra fue el CD Cuerdas, amor y guitarra de Chamín Correa, que en la portada, de su puño y letra, estampó «Juntos…con LADA», el eslogan de llamadas de larga distancia que Telmex tenía allá por la mitad de los noventa.
El disco compacto (en ese entonces, el formato imponía con sus reflejos multicolor) estaba en casa de mi abuela y entre eso y que jamás le cambiaron a la AW (el lujo del gran radio) quedé atrapado por el bolero.
Romance, de Luis Miguel, vino a sellar para siempre mi fascinación por el género. Y ahí estaba Chamín. Y seguirá estando entre quienes hagamos vibrar una y otra vez sus arreglos, entre quienes creemos que hay pocas cosas tan lindas como llorar por una canción. Hoy mi playa se viste de amargura, porque tu barca tiene que partir…