Muchos aficionados de futbol en Nuevo León comenzaron a ser hinchas a partir de 1998. Pasaron de apoyar a su equipo en las malas a tener aguante. Optaron por saltar, cantar y agitar su mano al viento como las barras argentinas, y dejaron un poco de lado las típicas porras mexicanas de antaño.
El surgimiento de las barras bravas en Monterrey hace más de 20 años trajo consigo a la ciudad un montón de cultura proveniente de Sudamérica y sobre todo de Argentina, pero más que nada cambió, para un sector específico, la forma de vivir el futbol.
Allá por el 2002, cuando llegó al Monterrey como técnico Daniel Alberto Pasarella, yo comenzaba a dar mis primeros pasos en La Adicción. No eran mis primeros pininos como aficionado; mi padre ya me había llevado muchas veces al Tecnológico, desde tiempos en que Marcelino Bernal hacía goles inverosímiles desde casi media cancha. Pero dentro de toda la vorágine barrista que se vivía en la ciudad, yo me encontré con cosas que de cierta manera marcarían mi adolescencia.
En casa, mis hermanos y yo aprendíamos a hacer aquellas pulseras azul y blanco que tanto tiempo estuvieron de moda y que los barristas usaban en sus muñecas como señal inequívoca de que pertenecían al bando albiazul. En la calle portábamos banderas que antes comprábamos en los cruceros pero que ahora mandábamos a hacer con tela comprada y que llevábamos en camiones repletos de aficionados como nosotros. En la tribuna, comenzaba a entonar los cánticos de la barra hasta que por añadidura, conocí bandas como Los Fabulosos Cadillacs, Ataque 77, La Mosca Tse Tse, Los Calzones Rotos y Los Auténticos Decadentes, de las que las barras argentinas adaptaban sus cánticos y que por consecuencia, sonaban también en los estadios de la ciudad.
Por supuesto que ese es sólo mi caso. A mis 13 años esa fue la forma en que conocí esas bandas, entendiendo que hubo muchas otras personas que ya las conocían y no las descubrieron necesariamente en la tribuna. Sin embargo, no me queda duda que esa fue una de las causas de que los grupos argentinos y sudamericanos explotaran tan rápido y encontraran un paraíso en nuestra ciudad.
Recientemente acudí al concierto unplugged que los Auténticos Decadentes ofrecieron en la ciudad (fueron dos fechas). En un momento de nostalgia, Cucho, uno de los integrantes, contó que la primera vez que vinieron a Monterrey fue en 2001, tiempo en que tocaban para públicos reducidos. Pregunten ahora en la ciudad si alguien no conoce a los músicos argentinos. «El Murguero» se ha vuelto incluso un éxito recurrente en bodas y en bares. Es increíble.
En cuanto al futbol en la ciudad, esa adopción de la forma de apoyar a un equipo, o alentar, como decimos muchos ahora, se ha encontrado con críticas por parte de quienes nunca se integraron al movimiento, críticas que a veces son bien fundamentadas pero que en ocasiones rayan en la xenofobia.
Están por ejemplo los señalamientos en contra de la violencia que han protagonizado ambas barras de la ciudad, como lo sucedido en septiembre de 2018 en Aztlán. Sin duda, ese tipo de acontecimientos son reprobables y no deberían relacionarse nunca con el futbol, aunque un análisis un poco más profundo o simplemente una mayor conciencia de nuestra ciudad y nuestros barrios nos revelaría que aquí la violencia se vive diariamente, y que este tipo de hechos son una simple proyección de un problema arraigado en la sociedad.
Por otro lado, están las críticas que parecen más producto de simple y llana intolerancia. Recientemente, en una de tantas discusiones estériles que sigo teniendo en Twitter, un usuario me señalaba como ridículo por usar la palabra «hincha» para denominar a los aficionados del Monterrey, y me aconsejaba que me fuera a Argentina, si tanto me gustaba hablar como ellos.
La historia popular dice que el término hincha proviene de Uruguay, y está relacionado a un joven llamado Miguel Prudencio Reyes, que tenía como función inflar o ‘hinchar’ las pelotas del Club Nacional de Montevideo. A principios del siglo XX, el tipo tenía una forma peculiar de apoyar al equipo que no se correspondía con la forma inglesa, de donde proviene el futbol. Con una transformación que muchos ya se habrán imaginado y que no necesito contar, la palabra hinchar evolucionó hasta usarse en Sudamerica para referirse a los aficionados de un equipo, pero sobre todo al sector que entona cánticos al unísono. Nació en un país, en uno solo y ese fue Uruguay. ¿Qué problema hay si luego fueron los argentinos, los chilenos, los paraguayos y mucho tiempo después, los mexicanos quienes adoptaron el término? ¿Qué daño existe en utilizar estas palabras? No le veo mayor problema, mucho menos en un mundo tan globalizado como el actual.
Recientemente salió a la luz el video de un niño, aficionado o hincha del Monterrey, como prefieran, que hablaba con acento argentino. Luego de algunas frases y de pronunciar algunas palabras con el típico «sh» rioplatense, el pequeño contestó que él era de ‘acá’ pero que ‘aprendió a hablar argentino’. Hasta el momento y quizá respetando que se trata solamente de un niño, las réplicas del video que he visto solamente han ido acompañadas de comentarios en broma, sin maldad o críticas exacerbadas. Pero no dudo ni siquiera un poco que en las próximas horas o días, la xenofobia regiomontana salga a relucir.
De cualquier manera, el fenómeno en general y el hecho protagonizado por el niño bien podría ser sujetos de un estudio a fondo. En una ciudad como Monterrey donde se han adoptado tantas costumbres estadounidenses, quizá por la cercanía con la frontera, en una cultura regia que utiliza sanluiseño como palabra denostativa cuando bien podría pasar por gentilicio (el correcto es potosino), y en un país donde las redes sociales se vuelvan a criticar a un presidente por pedir disculpas y en cambio, le piden perdón a la Corona española, existe definitivamente algo extraño.
Decir que los grupos de animación como La Adicción y Libres y Lokos son una copia de las barras bravas sudamericanas es una obviedad. En aquel lejano 1998, los dos frentes (primero sería el de Monterrey y le seguirían los Tigres) iniciaron sendos movimiento que han sobrevivido y evolucionado hasta la fecha y no parece que vayan a desaparecer. Si hay algo que debería preocuparnos en esta ciudad es fomentar que esa evolución no vaya dirigida a crear grupos gangsteriles con trasfondos más de delincuencia organizada que de grupos de animación, como sí se ha documentado en Sudamérica. La interpretación de esta adopción de costumbres argentinas o de cualquier otro país extranjero como señal de falta de identidad, la dejo al criterio de cada quien.