Fuera de la ya probada formula de hacer festivales en el Parque Fundidora, la expectativa que puede generar un concierto en Monterrey es escasa y variable, es difícil medir el impacto que puede tener un show en esta ciudad hasta para los promotores porque el publico regiomontano es un ente abstracto que responde a quién sabe qué factores.
La emoción que generó la noticia del show de King Gizzard en la ciudad fue sorpresiva. Los australianos y el gran momento que atraviesan hacían a la gente hablar de un concierto histórico en Monterrey.
Pasando por alto todas esas reacciones, algo que considero importante es que ahora, como en pocas ocasiones, una banda en su mejor momento visitaba Monterrey. Estábamos frente a esa misma oportunidad que se vio coartada cuando los también australianos Tame Impala en su punto más alto cancelaron su show en 2013.
Los Mundos fueron los encargados de calentar motores con esas guitarras y ritmos lodosos que se arrastran en fuzz. En su set el audio quedó a deber, pero aun con todo cumplieron y sin duda nos sacaron a todos del rush laboral de un jueves cualquiera y nos recordaban para lo que estábamos ahí.
El publico, si bien diverso, era comandado por veinteañeros ahijados del KEXP que con toda la energía de su juventud esperaban ansiosos el inicio del show mágico musical llamado King Gizzard and The Lizzard Wizard.
Llegó la hora, «Digital Black» reventó en los amplificadores y con efusividad y esa expectativa antes mencionada recibimos todos a los comandados también por otro veinteañero desenfrenado: el vocalista y guitarrista Stu Mackenzie que son su carisma y energía conecta de inmediato con el publico metiendo a todos de lleno en el show.
Tras un afortunado y potentisimo arranque con «Vomit Coffin», una buena selección de canciones extraordinariamente ejecutadas con ese sonido hipnótico pero a su vez amigable y entretenido con «Cellophane» y «Sleep Drifter» la gente enloquecida se entregó para lo que parecía apresuradamente convertirse en el punto más alto de la noche: «Rattlesnake», «Crumbling Castle» y la alucinante «The Fourth Colour».
El set de los King Gizzard parece esfumarse tan pronto como comienza a arder. La atención lograda y esa conexión con el publico comienza a diluirse mientras lo antes emocionante se torna repetitivo y en momentos aburrido. Después de ese punto la noche fue en declive: las voces de los asistentes se hacían notables minuto a minuto mientras la segunda parte del show era ya una mera asignatura pendiente.
Algunos comenzaron a salir del recinto para evitar el amontonamiento y el caos post concierto hasta que sin pena ni gloria el show terminó después de ese gran bache del cual nunca logró recuperarse. Quizás no les pegó el toque, quizás no les favorecen los grandes foros o quizás una sacudida al setlist podría mejorar la experiencia, algo faltó, sin duda, pero de lo que estamos seguros es que los King Gizzard lo tienen todo, lo sabemos, nos mueve, nos pega, está ahí, pero en vivo parece que la cosa todavía no cuaja y nos dejó con ganas de revancha.
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