Medio siglo.
King Crimson cumple 50 años de existencia y para celebrarlo se embarcaron en una gira con una bestia de siete cabezas (Jeremy Stacey, Pat Mastelotto, Gavin Harrison, baterías; Mel Collins, alientos; Tony Levin, bajo-stick; Jakko Jakzyk, guitarra y voz; Robert Fripp, guitarra), una menos que en su visita de hace dos años y con variaciones en el set list, aunque nuevamente con la recuperación de canciones de sus primeros álbumes.
La primera aparición pública de Crimson data del 9 de abril de 1969 en el Speakeasy, londinense, pero su biógrafo Sid Smith (In the court of King Crimson, 2001) señala que en realidad la fecha correcta de su debut en directo es el 23 de febrero en el Change Is, de Newcastle: “La banda fue contratada como Giles, Giles & Fripp, pero fue presentada en el escenario como King Crimson y ese mismo nombre apareció en un anuncio de Change Is en el periódico local al final de su residencia”.
Tuve oportunidad de estar presente un par de ocasiones en sus presentaciones en CDMX, la fecha inaugural y el cierre de su estancia en nuestro país y en ambas la sensación fue de pasmo. En vivo no creo haya una agrupación de rock que toque con la perfección de KC y no obstante hay en la música entregada en cada concierto pasión, víscera, arrojo a borbotones.
Sí perfección, pero no por ello ausencia de emoción.
Incluso, con el paso de los años, Robert Fripp —conocido por ser tan metódico—, se ha permitido cierta laxitud sobre los escenarios. (Mel Collins, en uno de sus solos, parafraseó e invitó al público a corear «Tequila»; en otro momento, Tony Levin ejecutó un hermoso solo en el contrabajo y Gavin Harrison hizo lo mismo en la batería la última fecha; al final, Fripp inundó el escenario con una sonrisa y fue despedido con una gran ovación.)
El grupo recorre temas emblemáticos como “Starless”, “Epitaph”, “Red”, “In The Court of the Crimson King”, “Easy Money” y los combina con composiciones más recientes (“Drumzilla”, “Level Five”, “Radical Action”, “Meltdown”), pero no importa cual acometan, cada una de ellas se vuelve espectacular por la técnica de ejecución y por la conjunción de la banda en cada una de ellas, al grado de ser difícil encontrar una fisura.
Stacey —con un impresionante palmarés al lado de Echo & the Bunnymen, Steven Wilson y Noel Gallagher, entre otros—, Mastelotto y Harrison se alternan en la batería; el primero también lleva a cabo ciertas partes en los teclados; pero cuando los tres coinciden, arman espectaculares pasajes que les permiten mostrar su virtuosismo y también una asombrosa sincronización. (A diferencia de muchos grupos que andan de gira, Crimson llegó con antelación para ensayar en el lugar.)
Nadie sobresale, KC funciona como una unidad. Es una maquinaria aceitada, un gran tanque que arrolla todo y cuyo único “pero” está en la selección de canciones (inevitablemente alguien se queja porque no tocaron alguna de sus preferidas) y en exigirle a la voz de Jakzyk lo imposible: sonar como Greg Lake, John Wetton (ambos finados) o Adrian Belew, sin considerar que su manera de encarar cada uno de los temas es más que satisfactoria.
Fripp ha logrado educar a la gente al prohibir el uso de celulares en sus conciertos. Como siempre, ha prescindido de la escenografía y la música lo es todo. No hay distractores, el sonido es nítido, se escucha perfectamente en cualquier zona y esas canciones que ya llevan a cuestas medio siglo, suenan vigentes, potentes, cual si hubieran sido escritas hace unos años y no en el siglo pasado.
Tal vez el único defecto de un concierto de KC es que no existen peros. Entran en la categoría de irreprochables y cuando uno sale es difícil encontrar un punto débil. Sin embargo hay consenso: una de las bandas más impresionantes que hayan existido en este ámbito llamado rock.
Toda una experiencia fuera de este mundo.