No volteó a verme a mi. No hizo ningún esfuerzo para disimular que era mi teléfono lo que veía. Cruzamos las miradas por un instante y regresé la vista a la pantalla de mi celular, aunque lo mío sí era un despiste para no mostrar preocupación y tratar de verme lo más normal, como si eso se tradujera en “no te tengo miedo”. A veces esa es nuestra primera reacción cuando olfateamos el peligro, aunque no sea verdad y en realidad nos comenzamos a inquietar.
Estaba en la estación del metro Terminal Aérea, acababa de llegar para presenciar el concierto de Kamasi Washington, pero era aún de mañana y tenía que moverme a otra zona de la ciudad para hospedarme. Desde hace algunos años tengo como política personal utilizar el transporte público de las ciudades a las que viajo, siempre y cuando sea posible; evitar tomar taxi si no es necesario. Y viajar en el metro de la CDMX es una experiencia que a muchos puede resultarles complicada, pero para otros es toda una travesía llena de colores, personajes, olores y situaciones inesperadas.
No caminaba a mi alrededor, pero sí cercano a mi, como si estudiara la forma de lanzarse y arrebatarme el teléfono. Por un momento pensé que incluso lo haría de la manera más directa, sin rodeos: “A ver, güey, dame tu teléfono y no la hagas de pedo o aquí mismo te enfierro”. Aún imaginando los posibles escenarios de la situación, no sé si para bien o para mal, no guardaba mi teléfono, aunque mi atención no estaba en el aparato sino en el tipo que vestía pantalones aguados color caqui, playera holgada con letras chicanas, cabello relamido y peinado hacia atrás y lentes negros apenas sosteniéndose sobre su frente. Cuando nos subimos al metro hice un movimiento rápido para cambiar de puerta y alejarme de él, pero aunque quedamos a distancia, íbamos en el mismo vagón y no dejaba de mirarme. La gente fue subiendo y la marea humana nos fue cubriendo hasta que ya no pudimos vernos. Así comenzaba mi travesía al concierto de Washington.
«¿En qué momento se convirtió en algo normal tomar un avión, buscar un hospedaje y viajar a otra ciudad solo para ir a un concierto?»
Ya más relajado, mientras viajaba en el metro pensaba cómo los conciertos y las dinámicas sociales han cambiado mucho. Es decir, en qué momento se convirtió en algo normal tomar un avión, buscar un hospedaje y viajar a otra ciudad solo para ir a un concierto. Vaya, es algo que ha existido hace muchos años, pero no era tan común como lo es ahora. Probablemente también eso influya en que algunos eventos solo lleguen a ciertas ciudades, esperando que los demás viajemos y se puedan activar otras economías, como el turismo, además de la del entretenimiento.
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Verse antes de un concierto y hacer el pre copeo, es una tradición para algunos, así que siendo fiel a las tradiciones, quedamos de vernos en un bar de la colonia Roma antes de irnos al evento. “No mames, Keny G toca más pesado que se güey”, me dijo mi amigo el escritor cuando recién llegó. “Cabrón, ¿de qué estás hablando? Te vas a cagar cuando lo escuches en vivo”. No sé por qué dije eso si era la primera vez que yo lo iba a ver. Otro de nuestros amigos se lamentaba por no haber comprado boleto con tiempo, antes de que se acabaran. “Chale, qué pendejo, no pensé que se fueran a terminar, ¿neta no les sobra uno?”. “Todos andan buscando a la mera hora, yo les dije a varios que si comprábamos boletos y no me hicieron caso”, dijo otro. “Pues ni pedo, ya valió madres; disfrútenlo por los que no alcanzamos boleto”.
Después de una caminata apara cruzar de la Roma a la Condesa, llegamos al Plaza, donde sería el concierto. Afuera estaban los vendedores de playeras y no dejé de pensar qué cagado era que estuvieran vendiendo playeras piratas de un músico de jazz. Eso no era cualquier cosa. En qué momento un músico de jazz trasciende como para que sus playeras se vendan como si fuera un concierto de cualquier otra banda popular, es decir, que los vendedores le inviertan a mercancía de un jazzista. Algo está cambiando, sin duda.
«El público del concierto era uno muy diferente al que se esperaría de un concierto de jazz; parecía más bien que llegábamos a la presentación de algún grupo de rock o alguien que estuviera de moda»
Lo extraño fue ver que los re vendedores de boletos no te ofrecían tickets en venta, sino que te preguntaban si te sobraban a ti. Ni los revendedores tenían boletos, eso nos hizo deducir que otros amigos, quienes habían ido a buscar en la reventa, se iban a quedar afuera. «¿Qué pedo, sí consiguieron los boletos?» “Nel, güey, nos habían conseguido unos pero ya intentamos y son falsos”. “No chingues, ¿cómo que falsos?” “Pues sí, el detector no los leyó y nos retacharon de la entrada”. “Cabrón, ya van dos veces que les pasa, no mamen”. “Pues ya qué, ni los pinches revendedores traen. Ni pedo, al menos ya lo había visto antes”. Nos despedimos con la instrucción de escribirnos al salir para hacer el after y seguirla en algún lado.
El público del concierto era uno muy diferente al que se esperaría de un concierto de jazz; parecía más bien que llegábamos a la presentación de algún grupo de rock o alguien que estuviera de moda. Y sí, de alguna manera Kamasi Washington se ha convertido en alguien muy popular no solo en los terrenos del jazz, sino en el de la música actual. Probablemente sea su participación con una gran diversidad de artistas, probablemente sea que su música logra conectar más allá de los iniciados, probablemente sea también una tendencia, el caso es que él ha logrado sobresalir mucho más que otros músicos jazzistas de su generación. ¿Qué es lo que hace que un músico de ese salto?
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“¿Es él?”, preguntaba un joven a otro mientras le mostraba la pantalla de su celular y la app de Spotify abierta. “Sí, es ese güey, está bien chingón, ya verás”. “Cabrón, espero que me guste y que valga la pena haberte hecho caso”. “Pendejo, todos están aquí, nomás tú la haces de pedo. Ya viste cuantos andan buscando boleto afuera y tú quejándote”. Al escuchar la conversación mis amigos y yo nos miramos para confirmar lo que platicábamos en la previa, en el bar: Los conciertos se han transformado en eventos meramente sociales y ya no musicales. Los altos costos hacen que asistan no quienes gustan de la música, sino quienes pueden pagar el estar ahí, vivir la experiencia. Durante estos últimos días la queja ha sido el costo de los boletos para el concierto de Bauhaus, alrededor de 2,500 pesos el más barato. Nuevamente, asistirán solo quienes puedan pagarlo. Y si bien este concierto de Kamasi no está entre los más caros, sí es evidente que se trata de un público diferente, incluso diría que hasta más relajado. “No mames, toca más duro Kenny G que ese güey”, me vuelve a decir mi amigo el escritor. Ya no le contesto porque en eso las luces se apagan y la gente empieza a gritar a la salida de los músicos.
«El escenario es simple, apenas acompañado por un fondo negro, sin imágenes de ningún tipo, y un juego de luces discreto. No hace falta más, Kamasi parece tenerlo claro: vamos a escuchar música, el espectáculo es escuchar a los músicos»
Dos bateristas, un pianista, bajista, trombón y una voz femenina acompañan al saxofonista nacido en Los Angeles, California. El escenario es simple, apenas acompañado por un fondo negro, sin imágenes de ningún tipo, y un juego de luces discreto. No hace falta más, Kamasi parece tenerlo claro: vamos a escuchar música, el espectáculo es escuchar a los músicos, no estar viendo imágenes o cosas extras. Es pura y netamente música y magia creada por los músicos. Abren con “Street Fighter Mas”, uno de sus temas más conocidos y desde el inicio la gente se le ha entregado, pero no en vano, sucede que desde los primeros acordes ni Kamasi ni los demás se guardaron nada para después, desde el inicio quedó claro que lo darían todo de principio a fin. Uno de los aspectos mas sobresalientes cuando hay dos baterías es ver y escuchar cómo se pueden complementar entre ambos músicos para que suenen bien embonados en lo que es la parte más importante del ritmo, el latido del corazón musical, y los dos bateristas casi todo el tiempo se volvieron en una sola moneda, de dos caras, pero una sola y con un valor muy alto. En “Malcolm’s Theme” llegó la parte política al invocar parte del discurso del líder norteamericano Malcolm X. Y es que la música de Kamasi tiene dos partes muy claras: la espiritual y la política.
Para ese momento, al público ya estaba metido completamente en la nube de Kamasi y compañía, una nube de humo creada al exhalar notas, armonías y melodías cargadas de humanidad. “¿Crees que se hayan fumado algo esos güeyes antes de salir?”, pregunta alguien. “No, güey, cómo crees, ellos no son así”, respondió con ironía otro. “Como chingados no, si han de andar bien pachecos”, dijo el primero. En el escenario la cantante constantemente hacia movimientos que se difuminaban entre alguna danza hindú, movimientos de yoga o simple agradecimiento. Todo el tiempo juntaba las manos y las elevaba al cielo, agradecimiento que también se notaba cada vez que cantaba porque su voz y sus melodías creadas sonaban a eso, a agradecimiento tanto a la música como al público. Tan sorprendidos estaban que cada uno de ellos no perdió oportunidad para sacar su celular y grabarnos a nosotros, a los que estábamos ahí escuchándolos.
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Después del primer tema Kamasi Washington presentó a su padre, Rickey, un reconocido músico de jazz que tocaría junto a él el resto de la velada. Este detalle lo volvió aún mas emotivo. Uno de los momentos más especiales fue el inicio de “Truth”, donde el bajista hizo una introducción en solo con su instrumento. De pronto, el murmullo que se escuchaba del público se fue apagando. Todos entendieron que tenían que guardar silencio porque se venía algo sublime, y así ocurrió, fue mágico ver como una gran cantidad de público se quedó en silencio para escuchar ese intro lleno de belleza. “Esa es la magia de la música, un tipo con un instrumento de apenas cuatro o cinco cuerdas ha hecho que todos nos quedemos callados”, le digo a mi amigo el escritor. No me dice nada, solo asiente con la cabeza sin dejar de mirar hacia el escenario. La oscuridad ayuda para que no se note la emoción que me ha llegado hasta los ojos. No creo ser el único. Durante el desarrollo de este tema hay un guiño a México, a Latinoamérica, que se toma como una muestra de respeto del músico hacia nuestra cultura popular, porque de pronto la música se cambia del carril del jazz hacia el de la cumbia; bajo y batería tocan patrones de cumbia mientras el piano los acompaña y Kamasi Washington lanza una serie de notas en su solo que nunca subestiman ni a la música ni a los presentes. Es uno de los solos más vivos de la noche. Estoy emocionado y solo pienso en cómo sonaría Kamasi Washington tocando en un tema de Fito Olivares. La gente recibió el guiño con aplausos y gritos de aprobación. “Güey, ya ves como a todos nos sale la cumbia, nomás que nos hacemos pendejos”, dice mi amigo. Es cierto, en este país se suele denostar este género popular, sin embargo lo aplaudimos cuando otros lo tocan. Kamasi lo ha hecho de huevos, esa es la expresión, lo ha hecho con vida. No hay más explicación.
Volteo a ver a las demás personas, hasta donde alcanzo, y todos tienen una expresión de gozo. Es como si formáramos parte de una secta espiritual , pero una de frases musicales y no motivacionales.
Lo que está ocurriendo ya es algo espiritual, la música está colmando el espíritu. Muchas veces se ha dicho esto, pero esta vez no se dice, nadie lo dice, solo se siente. Es eso, Kamasi ha logrado hacernos sentir la música que está tocando. Volteo a ver a las demás personas, hasta donde alcanzo, y todos tienen una expresión de gozo. Es como si formáramos parte de una secta espiritual , pero una de frases musicales y no motivacionales. Escucho “Will You Sing”, la forma en que la banda le da poder al canto, un llamado a cantar como acto de liberación, y lo único que me viene a la mente es John Coltrane. Sí, Kamasi está logrando momentos espirituales con nosotros a través de la música como solo lo puede hacer el mismísimo Coltrane. Entre los músicos se aplauden, se dirigen miradas de asombro, se reconocen unos a otros. Esa noche ha tenido muchas frases musicales que solo habrán sido tocadas ahí. Secretos y confesiones musicales en formas de solos que se quedarán entre las paredes del Plaza Condesa y en las paredes de nuestra memoria. Si bien Kamasi es la estrella, en el escenario no hay protagonismos, sino lugar para todos, eso le da más humildad a su arte.
El concierto cierra con “The Rhythm Changes” a manera de encore y cada uno de los músicos ha dejado claro su nivel artístico. Durante el concierto han aparecido retazos de reggae, de funk, de R&B, de gospel y hasta de cumbia. Todos están contentos, los músicos y el público. La música ha hecho su parte y a tocado a todos los ahí presentes. Después de esa noche nadie somos los mismos. Ni ellos ni nosotros. Un Plaza Condesa lleno con un público que bajó los brazos y se dejó guiar por el pastor Washington a través de una misa musical. Podemos ir en paz a casa. “No mames, si está muy cabrón ese güey y sus músicos”, dice mi amigo el escritor. “Ándale, ahí está tu pinche Kenny G”, le recrimino mientras esperamos un taxi para ir por unos mezcales.