La crónica en Nuevo León es todo un deleite, es un género que nos hace recobrar los espíritus y que por común no le damos su lugar. La crónica no solo pasa, da un peso a la revitalización de la memoria. Tal es el caso de Crónicas SEXagenarias, de Armando Hugo Ortiz.
Por Armando Alanís Pulido
1 – Puedo darte recuerdos
La crónica en Nuevo León es todo un deleite. Pensar en Alfonso Reyes o José Alvarado es innegable. El género siempre ha sido bien atendido en todos sus subtemas: periodísticos, históricos, musicales, culturales. Voces como las de Joaquín Hurtado, Romualdo Gallegos, Daniel de la Fuente, Guillermo Berrones, Homero Ontiveros y Arnulfo Vigil, entre otros, se hacen presentes en un género que nos hace recobrar los espíritus y que por común no le damos su lugar. Está en los periódicos, en las nuevas páginas electrónicas, está en libros de historia. La crónica no solo pasa, da un peso a la revitalización de la memoria. Que no se nos olvide lo que pasó, que no se nos olvide quienes hicieron lo correcto y lo incorrecto, que no se nos olvide cómo era antes este mundo sin nosotros, que no se nos olvide que antes aquí había puro monte y sobre todo que no se nos olvide que tenemos la obligación a partir de esos datos de hacer a este mundo mejor. El recuerdo ayuda.
2 – Lo bailado nadie no los quita
Nunca me había preguntado dónde estaré cuando cumpla sesenta y cuatro años. Eso será en el año 2033, y de una vez se los digo a todos; de dos cosas estoy seguro: La primera, que podré cambiar un fusible (si es que para entonces existen los fusibles) y la segunda, que haré una fiesta a la que todos los que lean esto por supuesto estarán invitados. Pero hoy hay una y esa es la que celebramos, es nada más y nada menos que la aparición de un libro, un libro de crónicas, trece para ser exactos, escritas por Armando Hugo Ortiz. En las primeras cinco se habla sobre la música: «When I’m sixty four», la primera, es usada como pretexto (como un buen pretexto) para destacar la influencia de Los Beatles y hacer un repaso a partir de la alucinación de un joven sobre las consecuencias de su talento y el de los otros tres que lo acompañaban; pero es más a mi parecer una la reflexión del autor mismo de la crónica, sobre si ha logrado al menos cumplir los adagios de la rola, la primera de este concierto de historias escritas -vale la pena decirlo- por un verdadero melancólico profesional. Luego, en la segunda, como diciendo ‘pero si nosotros también somos buenos’, habla sobre cantautores mexicanos, desde Guty Cárdenas y Agustín Lara hasta José Alfredo Jiménez y Juan Gabriel. Luego, en la tercera pieza musical, pasa al rock en español, específicamente la primera etapa. Ahí nos explica cómo se gestó desde la frontera y la aportación de un sinfín de grupos emanados de los estados del norte, terminando con la gran fusión de música tropical y rock en la voz y el talento de Rigo Tovar y su Costa Azul. Curiosamente (o cíclicamente) muchos años después una nueva etapa surgiría desde el norte, específicamente en Monterrey, a principios de los años noventa del siglo XX, a la que algunos expertos llamaron Avanzada Regia, y de la que se ha discutido mucho. La crónica de Ortiz Guerrero nos lleva a entender y atar cabos sobre ese género que como dirían otros -en el mejor de los sentidos claro- no nos tiene satisfechos.
«Del bulbo al microchip» revela en mayor medida el juego escritural del autor, a partir de la anécdota. Nos revela datos históricos de inventos, fechas, nombres, a la manera por supuesto de los grandes conversadores. El humor orgulloso se despliega y no se pretende ni demostrar teoría alguna, lo que vale aquí es el conjunto. No hay quinto malo y ya estamos en otro tono, paseamos por lugares “donde afortunadamente no entran mujeres” (algunos piensan así hay que aclararlo). Trasnochamos pues y conocemos las historias de los que cantan en el Mingos a través de sus testimonios con un breve agregado escrito diecinueve años después y que como lector espero y sea el comienzo de la segunda parte. En la siguiente crónica subimos de tono. «Las sicalípticas» da cuenta de mujeres con poca ropa y mucho talento, es la historia de las cabareteras y su evolución el paso de los teatros de revista para convertirse, evolucionar mejor dicho, en los ahora llamados table dances. Se nos explica a detalle (seguramente logrado gracias un exhaustivo trabajo de campo).
3 – La cruda realidad
Vamos a la mitad del libro y bueno, ¿qué queríamos? Después de tanta música, aventuras bohemia, desveladas y antros pues sigue la cruda y entonces los textos se tornan más pesimistas (ojo que no realistas porque la realidad también es lo que nos divierte y da placer) y cosa curiosa son textos que contienen más información académica, más información histórica de corte social. «Profetas profanos» recoge desde citas bíblicas, científicas, cinéfilas y literarias. ahí Malthus y Orson Wells, Huntington y Nostradamus nos advierten que seremos o más bien dicho somos galletitas verdes porque el destino ya nos alcanzó.
En “El lujo de vivir tanto tiempo” Ortiz nos explica la creación del IMSS y el ISSTELEON pero también convoca a la marcha (que se han vuelto raramente comunes en estos tiempos), convoca a su vez a no perder la memoria (cosa que también se ha vuelto común en estos tiempos); luego para recordarnos que la sociedad regiomontana tiene su negro -o rojo- pasado está el texto titulado “Un Vietnam en Monterrey”. Ahí se da cuenta de la guerrilla y los grupos que se formaron a partir de la década de los setenta. El secuestro de un avión con dos hijos de un gobernador, el asesinato de Eugenio Garza Sada y la desaparición de Jesús Piedra son sin duda historias que le pesan a todos los regiomontanos.
Y como para comprobarnos que después de la fiesta y los excesos sigue la cruda y además esa culpa que se soluciona rápido, Ortiz nos dice no, no, no, espérense, no estén tan tranquilos, hay que seguir pagando las consecuencias. Entonces en “Los adictos de Venus” el tema son las enfermedades venéreas, desde la gonorrea y la sífilis hasta el SIDA. Un texto valioso con mucha información histórica y médica, que nos hace pensar que no solo hay que traer buena disposición para la parranda, hay que traer siempre condones. Y por si esto no fuera poco, en ese mismo tenor le sigue ahora con el cigarro y en “Fumar es un placer” nos advierte con datos y ejemplos la que nos espera si aspiramos el humo, (hasta aquí yo aspiro a no cansarlos, ya solo faltan dos textos). Y no me lo van a creer, ¿a poco creían que después de las enfermedades de transmisión sexual y el cáncer ya la habían librado? Ya me imagino a los de la generación del autor diciendo para sus adentros: «Yo me cuido, siempre me cuidé», o «era muy medido», o «dejé el vicio a tiempo». Ajá sí, cómo no. ¿Seguro que no se les olvida nada? Y de la próstata ¿cómo andamos? En “Los desgastados”, a partir de una charla entre colegas que se confiesan sus achaques, esos que aparecen cuando ya expiró la garantía por defectos de fábrica, cuando uno da el viejazo, recomienda el autor (no sé si por experiencia) aplicar el conjuro llamado humor. Y, sobre todo, con mucha fe, ya que el último texto titulado “La revolución sexual” se habla sobre los inventos y las ayudas para que en el acto uno no muera en el acto. Mi deseo ya para terminar es que esa revolución les haga justicia y que disfruten tanto estas crónicas sexagenarias como yo lo hice.
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