Aficionados que viven la intensidad de la poesía.
La última vez que platiqué con Mario Castillejos, me dijo: «Narrar un partido no es una mitología fuera del tiempo encaramada en abstracciones seudorreales. Es como la poesía, muy parecido, porque no es para saldar cuentas, es el arte de comunicar. Además porque cuando narro en realidad soy más un analista un observador, y de ahí opino, leo lo que pasa. Entonces me imagino que te hablo de algo que no ves, que lo narro para la radio, bien romántico pensando en el interlocutor como en alguien lejano al que extrañas y le escribes cartas, y en esas cartas le envías poemas. Y por si fuera poco sé que tengo la tarea que lo imagines, que lo sientas y además que te apasiones».
«¿O sea que un poeta podría ser un buen locutor y narrar un partido y viceversa?», le pregunté. «Claro», respondió efusivamente Castillejos, «el futbol es poesía por una sencilla razón: antes durante y después de un partido siempre hay esperanza, siempre la provoca, está envuelta en eso, es su halo».
Entonces miro al equipo. A mi equipo. Aclaro esto porque, es increíble, pero puedes irle en el futbol a otra selección nacional, pero tu equipo en la liga, tu club, tus colores, exigen fidelidad. Entonces lo veo de forma poética y los jugadores son silabas…
Un equipo es una forma poética:
en cada jugador hay una sílaba
y en cada acento un toque del esférico
Parece completo el endecasílabo
pero hace falta componer un déficit:
hay que meter una palabra esdrújula
para hacerle cancha al director técnico
(Demostración sobre el endecasílabo, pág. 13)
Dos piedras como portería y el que meta gol gana
Julio hace gambetas con las palabras y provoca que el lector lea como nunca y gane como siempre. Los poemas fungen como una especie de VAR espiritual, porque al recrear los episodios no tomaremos la decisión más correcta. Esa ya la habíamos tomado cuando vimos en vivo (yo estuve ahí) la jugada desde una butaca o desde la comodidad de nuestra sala en tiempo real. Entonces «La Mano de Dios» y «La Güera del Tec», no sé si se habían dado cuenta, están en el mismo estante (en este caso en el mismo capítulo) de nuestros trofeos futbolísticos. Llaneros al fin, el estante y los trofeos se llaman recuerdos; y más para atrás en nuestros recuerdos infantiles, recuerdos futboleros también, sabemos que las piedras servían para hacer una portería. Las piedras eran entonces una metáfora, y no importaba el marcador, al final el que metiera gol gana porque ya nos hablaba mamá para ir a cenar y todos ganábamos porque habíamos jugado…
La crónica
Como mexicanos todos hemos desempeñado con nuestras cervezudas, perdón, quiero decir sesudas opiniones, el puesto de director técnico de la selección mexicana de futbol. A Julio Mejía III, además de estratega de la palabra en Balón de Oro, se le distingue como medio de contención: Defiende y ataca, sirve los textos para que otros se luzcan, como su editor, sus lectores y algún crítico literario que escribe una columna los lunes y que le va a los Tigres. Sospecho que fue auxiliar técnico de Juan Villoro o de Valdano. Nos da cátedra añorando a Don Ángel Fernández. Nos ilustra al narrar el milésimo gol del rey o el único gol indispensable de la historia, o nos adentra en el mundo concacafkiano recordando a los que jugaron a ser menores y se les castigó como a los grandes, o la aplicación del verbo intransitivo cruzazulear.
Verde neón y rosa mexicano
Si de extravagancias hablamos habría que reconocer el lujo de incluir tu salón de la fama personal. Julio propone como su once ideal a Jorge Campos niño que lee historietas, Claudio Suarez experimentado cantante del Himno Nacional, Miguel Herrera y sus patadas vengativas, Rafa Márquez guapo como siempre, Jaime Villegas pastor del rebaño, Ramón Ramírez Ave Fénix, Tomás Boy tigre extinto, Manuel Negrete y esa media tijera, Horacio Casarín y un poema de Alí Chumacero, y Ricardo Lavolpe único (y digo único porque fue el único que le anotó a Mateo Bravo en la tanda de penales donde Tigres se coronó ante el Atlante). Por supuesto que cada quién tendrá a sus ídolos y habrá que conocerlos y describirlos como placas dignas de exhibirse. Desde ya, y aprovechando la coyuntura, Julio es candidato para dirigir a los Rayados. Se ve que sabe.
Crack
En este libro se crea un espacio del tamaño de una cancha de futbol y el autor crea a su vez una salida individual para su propia pulsión. El cronómetro sabe que hay tiempos extras, entonces no pierde su tiempo. Así Julio y sus textos conscientes de su singularidad ruedan en la alfombra verde de la vida, nos encadenan con sentido a las pasiones que nos hacen entender la generosidad del futbol, que descansa de sí mismo al medio tiempo haciendo que nos preguntemos ¿qué sería de la vida sin futbol? Pero aprovechando un hueco por la banda izquierda también habría que preguntarnos ¿qué sería del mundo sin la mirada del poeta?