Hace unos años tuve la suerte de pasar un día completo con el escritor acapulqueño, pero no precisamente en alguna playa o congal tropicoso; tras arribar de Cuautla –su lugar de residencia- nos dimos una vuelta por La Especial –la mítica cantina propiedad de Don Chalio (quepd) en Real del Monte-, después pasamos a comer y por la tarde nos encaminamos hasta el Teatro Guillermo Romo de Vivar en Pachuca para presentar un libro de poemas del enorme beatnik Lawrence Ferlinghetti, que publicó la editorial Generación, el proyecto de vida del irreverente y estrambótico Carlos Martínez Rentería.
La sala estaba a reventar –el maese de La Onda tiene tantísimos seguidores-; minutos antes, Carlos se nos perdió para irse a meter a un bar que estaba en una planta alta a media cuadra del teatro. Regresó con un tequila con coca light en mano y comenzamos el evento. A esas alturas ya le circulaba más alcohol que glóbulos rojos por las venas. Se sentó, ajustó sus gafas negras de pasta, miró fijamente al auditorio y soltó: «Yo no sé qué pase en Pachuca, pero en esta sala todos están borrachos… menos yo… y claro, José Agustín».
Todos soltaron una estridente carcajada. El autor de La tumba y De perfil también fue cómplice de aquella ocurrencia y le dio una suave palmada en el hombro a Rentería. Vamos, que el escritor celebró aquel gesto políticamente incorrecto y con el que se distendió el protocolo acostumbrado. Eso es algo que caracteriza a José Agustín… el espíritu desmadroso e irreverente no está peleado con la profundidad de las ideas y el ejercicio de la inteligencia. El desbarre radical también puede conducir a la iluminación. Un concepto muy relacionado con el budismo y los opuestos complementarios –el ying y el yang-. Y que recorre esta novela de principio a fin. Su protagonista es Rafael –experto en ciencias ocultas- quien se marcha a Acapulco en busca de experiencias y los designios de su amado tarot le tienen reservado un alucín tremendo.
Se está haciendo tarde (final en la laguna) es una novela que nació siendo groovy y psicodélica y aún lo sigue siendo. A fin de cuentas, lo que se busca en el arte de la vida es la experiencia más plena, ya sea procedente de una buena rola, de las piernas torneadas de una dama o de un intenso concierto, hasta llegar a los efectos de una cápsula de silocibina que ponga al universo a girar e implique replantearse los fundamentos.
Desde el momento de su publicación (en 1973) cuestionó los cánones de una literatura excesivamente pudorosa y puritana, que ya se había visto incomoda desde el ruidoso debut de un escritor que se alimentaba del rock y de la jerga gruesa de la chaviza, y que en aquellos años sesenta abanderaba a una revolución permanente: El viejo mundo vs el advenimiento de una nueva era.
Los más sorprendente al emprender su relectura es que la novela se muestra tan poderosa y retadora como cuando apareció por vez primera. En modo alguno puedo anotar aquello de: “es que ha envejecido bien”, porque su espíritu libertario y retador está vigente. Sigue joven cien por ciento.
Para todos aquellos que lleguen a ella por vez primera, a través de esta edición reloaded, habrán de experimentar la velocidad con que transcurre y la carga existencial que cada uno de los cinco personajes arrastra y expone a lo largo de un día que se hace larguísimo, y que se extiende como ese: “It´s a gas, gas, gas” del “Jumping Jack Flash” de los Stones, que suena varias veces en una jornada extenuante de veras.
En ella, José Agustín (1944) se dio tiempo para distender el tiempo, para alargarlo mediante los monólogos del recién llegado –Rafael-, el anfitrión y vendedor de yerba –Virgilio-, de la furiosa, agria y guapa –Francine- y de una gorda y bebedora –Gladys-. Por su parte, el efebo Paulhan guarda distancia y no muestra sus sentimientos y visiones, más bien aporta un poco de soporte y buena vibra.
Rafael deja al ex DF para vacacionar y reventar; Virgilio le ofreció con insistencia mota y ligues, pero los dados del destino les asignaron dos gringas ruconas y atascadas, más un gay algo tímido. Cada uno deberá conversar íntimamente con sus demonios. ¿Qué otra cosa podría equipararse con el descenso al abismo? Aquí una revelación se mantiene durante un instante que se expande, por eso se repite la sentencia beatle en varios momentos: “The higher you fly/ The deeper you go”. Lo que es sin duda un mantra que abre aún más esas brechas de tiempo.
No son pocos los libros de Agustín que señalan una ruta, que trazan un sendero existencial; supieron ser iniciáticos –y lo siguen siendo-. Tanto sus libros como sus acciones lo colocaron como un outsider, como alguien que se atrevió a encabezar una rebelión en la República de las Letras y en la que imperaban criterios más bien obtusos y rancios. Surgió de una total claridad de intenciones: “Ahí hace alarde de su enorme virtuosismo y agilidad verbal, de su finísimo oído y de su enorme libertad espiritual. Es, sin duda, la obra más representativa de su madurez, la más arriesgada, la más innovadora y experimental y donde mejor expresa su voluntad de estilo y su claro interés por las ideas subversivas, iconoclastas y en franco favor de la contracultura”, según el crítico Hernán Lara Zavala.
La novela sigue transpirando vitalidad, es combativa y peleonera; expone un modo de vida escanciado con hedonismo y no exento de riesgos; es por ello que no extraña que Mauricio Bares y Lilia Barajas –las mentes detrás de la editorial Nitro Press- hayan escogido reeditar está obra y llevarla hacia su territorio característico: un proyecto editorial que apuesta por creativos diseños al tiempo que elige textos de una literatura sin pasteurizar y no carentes de aristas filosas. Nitro se ha decantado por la literatura de alto riesgo y una vez más ha dado en el blanco.
Porque, además, han acompañado a la novela de special features que consisten en fotografías del archivo personal del autor y textos que pasan por sus dos hijos (Andrés y José Agustín), su sobrina Yolanda de la Torre y por los escritores Fernanda Melchor e Iván Farías, que se suman al ya mencionado Lara Zavala. Bares también da cuenta de su encuentro con la obra de José Agustín y firma un texto donde lo reconoce como un hermano mayor.
Es preciso mencionar que Se está haciendo tarde (final en la laguna) se vincula estrechamente con los libros de Jack Kerouac, pero también nos han mostrado una vertiente muy particular aquellos especialistas que la relacionan con James Joyce; no sólo por los largos monólogos interiores sino por todos los juegos tipográficos y hasta las plastas negras con las que se nutrió su estructura.
No se puede evitar un golpe a la nostalgia al toparse con ella; todos tenemos postales imborrables de Caleta y Caletilla, Píe de la cuesta, de la playa Condesa y de Acapulco entero. Pero también nos imaginamos trepados en un automóvil deportivo, exhalando humo verdoso, acelerando fuerte y dejando que el Led Zepellin II haga su parte. Al voltear la mirada al asiento de junto seguro habremos de encontrar la sonrisa de un José Agustín eternamente joven.