Una parte esencial del libro de Arturo Flores que reúne algunas de sus columnas es evidenciar cómo es que el rock se le mostró como una revelación, en que momento se da una especie de epifanía en la que una persona decide transitar por ese “lado oscuro de la luna”, por “la parte salvaje de las calles” y tener la sensación de que con ello marca distancia de todos los demás que no son como él.
Por supuesto, una cantidad inmensa de músicos desearían tener la oportunidad de convertirse en Robert Johnson y tener una noche para ofrecer el alma a cambio de que el diablo devele los secretos del arte. Los melómanos y los periodistas también lo anhelan, pero no lo dicen. De su más reciente trilogía, publicada por Vodevil, obligatoriamente este volumen tenía que ser el más confesional y en él encontramos a un periodista que sabe tanto increpar a sus lectores millennials al igual que conversar con sus contemporáneos.
A través de los años, con Arturo he recorrido carreteras, salones, cantinas y redacciones para aferrarnos a nuestra lucha periodística y su posicionamiento. Por eso cada vez que abro las páginas de este libro, de verdad siento que me encuentro frente al espejo. Es por ello que me dan ganas de confesar que mi instante epifánico ante el rock vino con un fragmento de “No nos engañarán de nuevo” de The Who, pero prefiero centrarme en Artur Allan Gore –como también lo conocemos-; luego entonces tengo que señalar que la conversión definitiva hacia esta especie de religión laica le vino a través de Nirvana, la maraña eléctrica de los de Kurt Cobain se le filtró hasta la médula y capturó su percepción de tal suerte que tuvo la certeza de protagonizar a su manera una revuelta y conservar ese eterno espíritu adolescente -¿qué otra cosa si no es el rock and roll?
Pero una vez dentro, también decidió incursionar en el periodismo musical, y para ello se requiere de contar con los respectivos senseis. Y por supuesto que en este libro desfila el fantasma de Lester Bangs, ese gurú chirriante que sentará las bases de la Rollling Stone y quien apuntara: “El primer error del arte es asumir que es algo serio”. Una frase que bien pudiera también pertenecer a J. Flores, pues es un gran humorista (ignoro si desea que en el Tianguis del Chopo se sepa que también hace stand up comedy, pero ya lo he dicho).
Este periodista que comenzara en el diarismo y cubriendo espectáculos para un periódico deportivo (Esto) nos da cuenta de su verdadero gran maestro –su Yoda personal-. Así es como nos enteramos que muchos años después de leerlo asiduamente viajó a Madrid para entrevistar a Vicente Mariskal Romero, director de la revista Heavy Rock y quien le mostrara la senda para poder hacerse de un sitio laboral vistiendo una camiseta de Metallica y calzando tenis. Aquí se relata ese viaje que se convierte en su propio Almost Famous (por la película de Cameron Crowe).
En estas páginas resume años de experiencia que van de la gloria al ridículo y viceversa –como tiene que ser-. Y lo mejor es que tratándose de columnas nos debe explicitar sus filias y sus fobias, sus pasiones sublimes y quizá hasta alguno de sus placeres culpables.
Arturo se fraguó en el oficio antes del advenimiento del internet, se ganó un lugar padeciendo insulsas ruedas de prensa y sufriendo las estupideces de los ejecutivos discográficos nacionales. En este campo no queda sino pelear siempre a la contra. En estas páginas resume años de experiencia que van de la gloria al ridículo y viceversa –como tiene que ser-. Y lo mejor es que tratándose de columnas nos debe explicitar sus filias y sus fobias, sus pasiones sublimes y quizá hasta alguno de sus placeres culpables.
Mucho hemos conversado sobre la necesidad de un periodismo que se comprometa, que de verdad se moje –como se dice en el argot-, dado que lo está privando son textos excesivamente pasteurizados y asépticos que no son sino marketing disfrazado y en los que no se respeta a los artistas y sobre todo a la música – ya que se le suele banalizar en exceso-.
Es por ello que es un placer leer las columnas de Arturo, dado que se muestra tal y como es; arremete contra la gente que va a platicar a los conciertos o bien que graba con su celular manteniendo la mano en alto de principio a fin. Por si fuera poco, este periodista prefiere asistir solo a toquines y festivales, y así evitar que le echen a perder la experiencia.
Estamos ante un profesional valiente que se atreve a dar cuenta de cómo una disquera como Warner ha caído en desgracia o de las barrabasadas de muchos colegas durante las conferencias de prensa y se pregunta si todavía sirven para algo. Se da tiempo para destrozar la farragosa redacción de un gafete de prensa que en realidad no sirve para nada.
Melómano irredento, Flores vive de y para la música… siempre es intenso y sabe la manera de rememorar y revalorar cuando se grababa un cassette especialmente para alguien, en comparación con la frialdad de las playlists, pero con justicia dar cuenta también de que ha salido bien librado ante las elecciones del algoritmo de Spotify.
Arturo no es un fanático radical, sino alguien que siente y analiza la música, todas las músicas; no le ha faltado ocasión para señalar a quienes fungen como los Talibanes del rock y colar incluso una cita de Bad Bunny en uno de sus textos. Arrojo no le falta.
Arturo ha conseguido dialogar con sus lectores más jóvenes, aun, cuando con la nostalgia como arma, los provocó titulado a su columna de la revista Marvin, En mis tiempos. No es posible explicar el ahora sin revisar de dónde venimos y para eso está el pasado –aunque hoy se le escatimé su valor-. Pero el editor de Playboy México no es un fanático radical, sino alguien que siente y analiza la música, todas las músicas; no le ha faltado ocasión para señalar a quienes fungen como los Talibanes del rock y colar incluso una cita de Bad Bunny en uno de sus textos. Arrojo no le falta.
Texto a texto, John Lennon me asesinó a sangre fría me seducía, me confrontaba… no puedo sino sentir identificación y complicidad total. Pertenecemos a la cofradía que ama a las camisetas y que cree que es una forma de relacionarse con el mundo; que construye una narrativa de su propia vida a partir de las canciones que escucha. ¿En verdad la música puede transformar la realidad? Al menos Flores nos da cuenta de que un vino puede ser estimulado con música de David Bowie para que obtenga un sabor diferente. Con lo que las canciones influyen hasta en química y física.
Así las cosas; me atrevo a decir que para nosotros es altamente simbólico presentar este libro a los asistentes del legendario Tianguis del Chopo. Nosotros siempre le damos su justo valor al pasado allá por donde vamos; no dejamos de reconocer cómo es que nos formaron José Agustín, Parménides García Saldaña, Federico Arana, Juan Villoro, Walter Schmidt, entre otros. Sabemos a que tradición pertenecemos, y es por ello que no nos ha dado miedo dar la batalla en cada uno de nuestro espacios y proyectos, ya sean de periodismo como tal o involucrando a la literatura y creando Rock para leer.
Termino evocando una estratagema que Arturo y yo solemos utilizar en algunas presentaciones ante un público mayormente juvenil y con el ánimo de levantar el ánimo y provocar un poco de polémica. Aunque en el libro aparece de otra manera y tampoco forma parte de los Aforismos para trolear a la escena que cierran el libro.
Lo que yo hago es consignarlo como una sentencia perteneciente a Arturo y que sirve para ejemplificar perfectamente tanto la brecha generacional como a los distintos consumidores de música, y sencillamente dice así: “La diferencia entre tu generación y mi generación, es que mi generación creció escuchando a Pantera… y la tuya, a Comisario Pantera”.