Según Luis Lara, en su Diccionario del español usual en México, «pinche» significa que es muy despreciable o mezquino; o que es de baja calidad, de bajo costo o muy pobre. Esto puede aplicar para una persona, un perro, un policía, un libro o cualquier cosa que se le ocurra a usted. Para José Emilio Pacheco, se trata de un epíteto que degrada todo lo que toca. Normaliza y vuelve aceptable una furia sin límites contra algo que nos ofende y humilla, pero no podemos cambiar. Todo lo pinche es malo o feo.
Dice Servín que su nuevo libro, Nada que perdonar. Crónicas facinerosas, es un libro muy pinche. Sin embargo, no es “pinche” en el sentido mezquino de Lara, ni el que degrada, como menciona Pacheco, sino el que parte del “pinchismo”, un término que Servín retoma del “feísmo” que autores como Greil Marcus ya habían propuesto para designar una estética que apuesta por la transgresión. Es una manera, para él, de no tomarse en serio, abogando por el feísmo como arte mayor.
Partiendo de esta postura, las crónicas facinerosas de Servín están plagadas de mundos bajos, de barrios bravos, delincuentes habituales que tienen el mismo talento para delinquir como para bailar. La nota roja se respira en cada una de las páginas al mismo tiempo que se aleja de todo morbo y amarillismo. Se trata de literatura de expresión, sin manipulación de las emociones. La descripción de lo que hay, lo que existe, lo que se palpa y ver, no lo que se imagina o siente.
[perfectpullquote align=»right» bordertop=»false» cite=»» link=»» color=»» class=»» size=»»]Las crónicas facinerosas de Servín están plagadas de mundos bajos, de barrios bravos, delincuentes habituales que tienen el mismo talento para delinquir como para bailar.[/perfectpullquote]A partir de la experiencia y la memoria personal, JM se vuelve protagonista de sus historias como pretexto para mostrar y describir otra Ciudad de México, y apuesta a la identificación plural partiendo de la anécdota propia. Es una suerte de escritura híbrida donde convergen la crónica, el ensayo, la nota periodística y la autobiografía para, a través de ella, contar lo que a él le inquieta e interesa sin tomar una postura de sabiondo o erudito, sino de mero testigo presencial. “Literatura a ras de piso, una épica desde lo cotidiano sin dármelas de ser el Tarzán de la Ciudad de México”, dice Servín.
En Nada que perdonar hay un ambiente derrotista. Aquí nadie sale triunfante ni victorioso porque no se trata de una batalla, sino de escenas de la vida real en las que el destino está trazado por el “ya merito” y donde se está más cerca del campeón sin corona, aquel que se identifica con la derrota histórica.
Habitantes de la calle, clientes de bares olvidados, punks, chavos banda y ex-luchadores del pancracio convertidos en homicidas, forman parte del cuadro que JM nos presenta. Una mirada a través de sus ojos hacia aquellos rincones donde la luz no llega del todo, donde apenas y alcanza para unas cuantas sombras, y sin embargo, también son parte de la vida de una ciudad. Literatura que se alimenta de las contradicciones propias de la sociedad.
En estas crónicas no hay lecciones ni moralejas, son apenas un reclamo que por momentos se desborda en la postura de “lo pinche es chido” como antídoto a la alienación de los demás, como si lo pinche humanizara ante la ceguera de los otros. Al final, lo pinche como algo superior. Y sin embargo, mas que una defensa, es una muestra de sensibilidad y empatía hacia las generaciones perdidas, hacia lo que queda y para los que solo les interesa rodar cuesta abajo, lo cual dice Servín, es imposible no hacerlo en este país.
PD. Léanse estas crónicas escuchando música de Curtis Mayfield o Tim Maia.