Su nombre continúa siendo una incógnita para muchos, pero su prosa de alto octanaje sigue rompiendo con el estereotipo del norteño brusco, franco o caricaturesco estilo Piporro del que tanto se le sigue asociando en la capital mexicana. En este 2019 se cumplen 80 años de su nacimiento sin que, hasta el momento autoridad alguna honre sus letras.
Descubrí a Jesús Gardea apenas en 2012 por un diplomado de literatura que cursé. Teniendo en común un origen norteño, en mi caso coahuilense, sentí una conexión inmediata y personal con él dados mis lazos familiares en el norte. Su pluma se presentó ante mí como una revelación cuando mi entonces profesor me introdujo en su libro de cuentos Los viernes de Lautaro, editado por la vieja y portentosa serie Lecturas Mexicanas de 1986. Nacido en Delicias Chihuahua el 2 de julio de 1939, ciudad que alguna vez visité y cuya fealdad y aburrimiento me resultaron evidentes, Gardea argumentaba de que muchos de sus coetáneos se veían forzados a emigrar hasta la capital para alcanzar notoriedad literaria en un mundo todavía desprovisto de internet y más prejuiciado por las diferencias geográficas mexicanas.
Su paso por la Tierra tampoco fue tan extenso, tan sólo 61 años que culminaron el 2 de marzo del 2000, sirvieron para dejar un nombre opacado por “vacas sagradas” y escritores más comerciales o institucionales que pululan en cada administración. No obstante, persiste su arsenal de cuentos, novelas y relatos con personajes de nombres curiosos y ambientes en medio de la nada que aluden a un clima caluroso, relacionado con el fulgor solar de su estado natal y temperaturas de las que tanto se quejan los capitalinos. “La familia Bamba”, Píndaro García, los gemelos Malaquías y Quintín, Américo Sarabia, Jacobo Prim, Múzquiz, Milán, Mattiú, Sodi, son algunos de los personajes que brotaron de su cabeza cuya génesis “pertenecía a Ciudad Delicias”, lugar que siempre defendió para su obra. Otros de sus títulos son: Septiembre y los otros días, En su reflejo la luz, Cuando el árbol se apague, El Tornavoz, Soñar la guerra y Tropa de sombras.
Los cuentos de Los Viernes de Lautaro resultan atemporales, tampoco remiten a alguna referencia cronológica. Es así como La Pecera relata la historia de un niño, su padre y su encuentro con sirenas ¿reales o imaginarias?; Hombre solo es Zamudio, un viudo “que sueña con mujeres que le brotan de las manos”, acompañado de su único amigo, el gato “Talavera”; la ambigua relación de unos primos en Último otoño que cierra con un broche desconcertante y de cómo una chica se queda desprotegida y a merced de la lascivia masculina en Nazaria. “Amar a Nazaria sería como quitarse las penas de estar aquí, una a una”.
En YouTube circula un video de los años ochenta donde en un encuentro de escritores de Ciudad Juárez, Gardea se quejaba del relego que sufrían en un país más centralizado de lo que es hoy: “Sucede que en este país mientras no se publique en el Distrito Federal el escritor no cuenta, los chilangos lo están viendo como cosa menor. No sé por qué insisten allá de hablar de una literatura en la frontera norte. A rajatabla quieren que haya una literatura de la frontera. En cuanto a novela del desierto a mí me parece que no funciona ¿Qué es eso? Yo no entiendo eso porque a mí el desierto me importa un cuerno”.
Cabe mencionar que la labor de rastrear sus libros tampoco es sencilla. Obtuve aquel ejemplar de Lecturas Mexicanas por obsequio de librería de viejo de un ex novio británico cuya afición por leer a Gardea me sorprendió; el único europeo a quien le conozco hasta ahora tal interés. Aunque el Fondo de Cultura Económica publicó Reunión de cuentos en 1999 del que todavía circulan algunos ejemplares. En 2018, por iniciativa del escritor Mauricio Montiel Figueiras, el periodista Héctor de Mauleón y el comunicólogo Alejandro Borrego, se lanzó el proyecto editorial Los libros de Caronte cuya finalidad es la publicación de la obra de escritores fallecidos y semi olvidados, mexicanos y extranjeros. El osado debut fue mediante La ventana hundida, novela original de 1992.
¿De qué trata La ventana hundida? Pasé varias noches de insomnio recorriendo sus cinco difusos capítulos en el ocaso de 2018 y los albores del año actual, es difícil describirla. Un periplo masculino entre personajes como Múzquiz, Mattiú, Sodi, Corona y Ulalume, “una novela de aventuras” según su prologuista Eduardo Antonio Parra. Desde que abrimos sus libros nos coloca en espacios extraños, frente a personajes rarísimos inmersos en situaciones inusitadas. “Todo sucede en el papel, la mujer es penetrada por el dardo. Gime el punto como las puertas del paraíso. Fundidas las pelambreras comienza el verdadero afán, el labrado. La boca dice el nombre de la mujer”. En el capítulo IV resalta esta descripción que me fascinó sobre un encuentro sexual. Si abrir un libro es como abrir un portal benigno o maligno, tal cual su nombre, ésta fue una ventana que me llevó por caminos sinuosos durante ese lapso nocturno que todavía suenan en mi cabeza.
Rebelde de los estereotipos de su obra, Gardea alegaba con su acento enfático en aquel video mencionado, que la etiqueta impuesta y prejuiciada como “literatura del desierto” resultaba una falacia capitalina. “Se dice el desierto porque ustedes (defeños) viven entre edificios y pavimento, pero la novela puede pertenecer a cualquier pueblo desarrapado de la república. No puedo escribir “novela del desierto” porque nunca he vivido ahí. ¿Cuál novela del desierto?, ¿cuál novela de la frontera? Me parece que esa visión nos la dan los críticos del centro de México”.
Entre las facetas sur y norte que se debaten los autores mexicanos a lo largo de su historia literaria, las palabras de Gardea merecen una nueva lectura por una nueva generación cada vez más inmersa en la inmediatez tecnológica. Tal como él decía, ese punto geográfico no solo lo conforman paisajes áridos, harto calor o incluso narcotraficantes que tanto se han popularizado mediante series televisivas de moda.