Para Salvador Verano
Nacido en un minúsculo pueblito de Illinois, Jeff representa lo que significa ser un anti-rockstar; es un hombre que parece estar siempre despeinado, con una afeitada irregular y que -al portar sombrero- podría pasar por un granjero de la zona. Es un tipo al que no le interesan los desplantes grandilocuentes ni los lujos.
Nacido en 1967, creció íntimamente relacionado con el dolor, debido a las constantes migrañas que padecía. El hijo menor de una familia un tanto arisca y en la que el padre se la pasaba laborando en el ferrocarril para volver a casa a beberse una docena de cervezas por noche; Jeff acompañaba a su madre en larguísimas jornadas televisivas que remataban con clásicos de la época de oro de Hollywood.
Tweedy se ha encargado de señalar que en modo alguno se siente alguien extraordinario, pero muy joven logró entrever que la música le salvaría la vida. Posee una extraordinaria sensibilidad para escribir canciones y con ellas erigir a Wilco como una de las agrupaciones más exquisitas de la americana o country alternativo (aunque a él le cagan las etiquetas).
Se conoce que suele ser introspectivo y callado, por eso acercarse a su libro es la mejor manera de conocerlo a detalle e ingresar en su intimidad. Porque debo decir que al terminar la lectura de Vámonos (para poder volver). Acordes y discordias con Wilco, Etc. me quedo con la sensación y la certeza de estar conversando con un amigo con quien comparto muchas cosas; lo que pude constatar desde la manera en que él mismo se describe, desde la perspectiva de un guitarrista, el instrumento que toca en Wilco, aunque comenzara siendo bajista: “Necesito cuerdas que suenen como yo, misántropo borderline, cincuentón, con incursiones en la fatalidad, entusiasta de la siesta”.
Con una docena de álbumes con Wilco a cuestas, una vida pasada en la carretera y siendo un convencido del valor del arte por encima del negocio, Tweedy es alguien que no le da valor a ganarse un Grammy sino que en su lugar exalta la emoción de ser reconocido tanto por Bob Dylan como por Johnny Cash (quien lo invita a un asado que no se dio).
En todo momento de la lectura, Jeff se muestra honesto, afable y no oculta su personalidad compleja, pero destaca sobre todo por la manera en que plasma esos aspectos tan especiales de la vida de un músico y que no son tan fáciles de entender por el resto de las personas.
Jeff volvió de un complejo proceso de adicción a las medicinas con receta (opiáceos), acompañó a su mujer (10 años mayor) en dos etapas de cáncer superado y ha criado a dos hijos (con los que lleva años tocando juntos); además cuenta como libró el fallecimiento de sus padres (acontecimientos que lo golpearon mucho) y no escatima en mostrar las entrañas de estar en una banda que cuenta con estudio propio (The Loft), pero, ante todo, no deja de transmitir la emoción de pertenecer a su estirpe: “Cualquiera que se dedique a crear ha tenido la suerte de dar con una válvula de escape para algo que el resto del mundo vive como un padecimiento”.
El libro editado por Sexto Piso (con una traducción muy a la mexicana) incluye un cómic (sobre el ligue con su mujer) y dos tramos de conversación con su esposa y unos de sus hijos sobre lo que debe o no de contar sobre la vida familiar. Por supuesto que explica las dificultades con dos de sus grandes ex acompañantes: Jay Farrar (con quien montó Uncle Tupelo -su primera banda exitosa-) y Jay Bennet, guitarrista talentoso con quien se desgastó la relación.
En todo momento de la lectura, Jeff se muestra honesto, afable y no oculta su personalidad compleja, pero destaca sobre todo por la manera en que plasma esos aspectos tan especiales de la vida de un músico y que no son tan fáciles de entender por el resto de las personas. Tal como ocurre cuando se refiere a la vida On the road: “Cuando has estado viajando durante tantas semanas y meses que todo comienza a confundirse, y cierras los ojos y tienes la sensación de estar en el asiento trasero de una camioneta, desplazándote a toda velocidad por la carretera interestatal, e incluso cuando estas de vuelta en tu propia cama, es ahí cuando todavía te sientes perdido”.
A favor de Vámonos (para poder volver) debo resaltar que es de los pocos libros escritos por un músico en el que se abunda acerca de la relación del autor y su obra, es decir hay espacio suficiente para dar cuenta de la composición. En ese sentido es muy ilustrativo el siguiente párrafo: “Cuando escribo así, primero escribo para mí mismo, fingiendo que el público ni siquiera está ahí, y nunca estará. Puedo sacarme cosas del pecho, puedo inventar versiones de mí mismo, que sean extremadamente horribles y homicidas. Puedo exponer sombras de mí que creo debería vigilar. Puedo admitir cosas de mí mismo sin tener que asumir la responsabilidad de nada”.
Tweedy es alguien que salió desde un pueblo ramplón (Belleville), que es autodidacta, que se maravilló con The Clash y que tuvo la fortuna de colaborar con Billy Bragg para retrabajar letras y música de Woody Guthrie, figura icónica del folk más combativo. Un músico maduro y exitoso, pero que se mueve con pies de plomo y una enorme humildad, como se aprecia en la siguiente reflexión sobre su repertorio: “Mis canciones nunca son tan buenas como lo eran en mi cabeza cuando tenían formas ilimitadas y sólo me pertenecían a mí. Cada vez que las compartes, realizas un salto de fe. Lo hago voluntariamente, porque si me aferrara a mis canciones, al final sería yo quien rompería el hechizo y las arruinaría. Y eso es lo único que puedo pensar que podría ser peor que las opiniones de otras personas”.
Nadie puede negar que es algo ensimismado y hasta tímido; tanto sus inseguridades como las migrañas lo llevaron a la adicción y ello dejó una huella profunda en su manera de ser. Se trata de alguien que asume la importancia de su oficio y la verdadera esencia de su vocación: “También creo que incluso las mejores obras de arte creadas nunca significan casi nada individualmente. Si una obra de arte inspira otra obra de arte, creo que ha cumplido con su deber más alto. La gente busca inspiración y esperanza, y si las tienes, las compartes. No por tu propio prestigio, sino porque es lo mejor que puedes hacer. No es sólo para ti”.
En este libro de memorias no hay glamour, pasarelas y cantidades exorbitantes de dinero; lo que hay es una banda muy talentosa que se aferra a su estética y la defiende por sobre todas las cosas. Se cuenta las dificultades de regentear una pequeña sala de conciertos (su mujer tuvo una en Chicago por muchos años), las penurias de la vida del músico, pero también el placer de enfrentarlas. A fin de cuentas, considero que una frase sobre la paternidad resume con precisión el espíritu de un libro magnífico que debería de leer cualquier clase de persona -no especialmente músicos y melómanos- dado que lo que brota es la experiencia directa y sin maquillajes de la vida misma: “No creo que tus hijos deban verte como alguien infalible. Deben poder verte como una persona que está luchando y perseverando”.