La noche del 29 de mayo de 1997, la policía de Memphis recibió un reporte de un joven de 30 años desaparecido en el río Wolf, cerca del Tennessee Welcome Center. Este joven era el músico y compositor Jeffrey Scott Buckley. De acuerdo a las declaraciones de su amigo Keith Roti, se dirigían al estudio para ensayar y encontrarse con el resto de la banda, que estaban por aterrizar ese mismo día en la ciudad. Esto para continuar con las grabaciones de lo que sería el segundo álbum de Jeff, My Sweetheart The Drunk. Sin embargo, después de pasar una hora perdidos por la ciudad, oscureció y no lograron encontrar la dirección. La vida eterna estaba en su camino. Jeff le sugirió a su amigo Foti bajar a las orillas del río Wolf para seguir pasando el rato escuchando música y tocando guitarra.
Mientras sonaba «Whole Lotta Love» de Led Zeppelin, Buckley se sumergió en el agua completamente vestido, incluso con las botas Doc Martens que vestía ese día. Solo quería tomar un baño para refrescarse de esa calurosa noche de mayo, no lo vio como un peligro, ya que no era la primera vez que nadaba ahí. Después de algunos minutos divirtiéndose y viviendo el momento, la tranquilidad del río Wolf se vio afectada por un gran bote remolcador que pasaba por el lugar, causando un gran oleaje. Roti se distrajo un momento para mover la grabadora y evitar que se mojara, y al volver su vista al río, Jeff había desaparecido. Después de una intensa búsqueda, su cuerpo fue encontrado cinco días después de la desaparición, en un estado casi irreconocible a la altura de la calle Baele, conocida por ser la cuna de rock and roll y blues, en Memphis.
Mientras el movimiento grunge se expandía al otro lado del país, Jeff llegó a Nueva York desde el sur de California a inicios de los años noventa, con el fin trabajar y hacer música. Se instaló en East Village y comenzó a tocar en varios cafés y bares pequeños, pero fue el Sin-é café, donde se sintió sumamente cómodo y bienvenido. Desde inicio se esforzó en conservar su esencia, quería ser recordado por su música y no por su cara o su nombre. Sus presentaciones en el café eran extensas y emotivas; era un hombre apasionado, que siempre estaba ardiendo, vivía las emociones cotidianas a flor de piel y disfrutaba de ello. Tenía una increíble capacidad para canalizar el amor, enojo, depresión, alegría y sueños en canciones que llegaban al alma. Esto naturalmente atrajo a un público, y al poco tiempo los ejecutivos comenzaron a llegar para verlo tocar. Se especuló que hasta diez limusinas llegaron a las afueras del café y constantemente llamaban para pedir una reservación, cuando el pequeño y bohemio Sin-é, no contaba con ese servicio. Muchos le ofrecieron un contrato discográfico; sin embargo esperó a recibir la oferta que más independencia creativa le diera, y no la más atractiva económicamente hablando.
Un talento como Jeff Buckley era inevitable que no fuera descubierto. Su notable técnica vocal quedó eternamente grabada en su primer EP grabado en directo desde el café Sin-é. Ahí sólo bastó una Fender Telecaster y su prodigiosa voz, la cual había forjado al combinar todas las influencias musicales que había adquirido de su madre y su padrastro. Scotty tuvo una infancia llena de música y la absorbió como esponja; se enamoró por completo de Led Zeppelin, y se convirtió en una human jukebox andando. Incontrolablemente, el talento corría por sus venas por el lado paterno; sin embargo era algo que raramente mencionaba, por no decir que le incomodaba hablar del ello.
Después del éxito alcanzado con su álbum debut Grace, y de una agotadora y satisfactoria gira de casi dos años por Europa y otros países (la cual se rumora que alargó para mantener su independencia y así evitar la relación turbia que tenía con la compañía Sony). Jeff regresó a Nueva York un poco estresado e indeciso acerca de su vida personal y de su futuro como músico. Decidió pasar un tiempo solo en Memphis para terminar de escribir y recuperarse, alejarse un tiempo del ambiente corporativo de Nueva York, ya que Sony deseaba un nuevo material. Pero Buckley dejó claro que hacia música para la gente, no para la industria.
Al llegar a Tennessee, comenzó a presentarse todos los lunes en un bar llamado Barristers, solo para pasar el rato tocando su música y versionando sus canciones favoritas. De alguna manera Buckley estaba ansioso y nostálgico por recuperar su anonimato y su independencia musical, aunque en el fondo sabía, que esto jamás lo iba a recobrar por completo. Muy pronto llegaron fans de todo el país para verlo tocar; le cuestionaban acerca de un segundo álbum y hasta se sentaban a tomar una copa con él. Poco a poco se fue esclareciendo el rumbo musical que quería tomar. Su exigencia lo llevo a descartar el trabajo que había realizado con Tom Valerine ex líder de Television, y llamó nuevamente a Andy Wallace con quien había producido Grace para terminar My Sweetheart The Drunk.
Han transcurrido veintitrés años desde su trágico accidente, y Buckley se convirtió en una figura de culto y en una interminable fuente de inspiración para diversos artistas contemporáneos. Lo último que dejó fue una pequeña demostración de un nuevo rumbo musical en los bocetos de My Sweetheart The Drunk, que fueron publicados en 1998 con autorización de madre. Así como recientemente se lanzó un libro llamado Jeff Buckley: His Own Voice, con una recopilación de sus notas y diarios, que nos invita conocer el lado más etéreo de su creatividad. Podríamos imaginar una infinidad de escenarios de Buckley en la actualidad; solo queda contemplar y homenajear, el fugaz y distintivo trabajo musical que entregó sin censura emotiva, en una época donde la intimidad, no estaba de moda.