Los primeros diez años de mi vida los pasé recorriendo las calles que alguna vez caminaron mis abuelos y mis padres en la colonia Independencia, fui a la misma escuela, recé y me persigné ante el mismo altar en el Santuario. Crucé el río Santa Catarina incontables veces a través del Puente Zaragoza.
Aún en mi temprana edad me parecía fantástico tener a mi alcance el centro de la ciudad a sólo unos pasos del hogar paterno. Así pasaba las tardes en las canchas del río, las noches en el cine Elizondo y el Olympia, tomando una nieve en la Fuente Monterrey, corriendo desbocado en la Plaza Zaragoza.
Mi abuelo pasaba por mi a diario a la salida de la escuela, y en el camino de regreso a casa nos deteníamos en el Santuario a saludar a sus amistades y recolectar moras de los árboles. Fue mi abuelo quien me acercó a percibir y apreciar la vida, los talleres y oficios que abundan en nuestro barrio. Acostumbrarme al trato de su gente, observar su ritmo y tradiciones.
Somos un barrio de gente que perpetúa sus tradiciones. Peregrinamos para visitar el Santuario y prender una veladora, recorremos la vendimia para comprar pan de pulque, nos sentamos a degustar de las enchiladas y los antojitos, comemos churros y visitamos el mercado sobre ruedas cada domingo.
Le contamos a nuestros hijos cómo pasábamos los días en estas calles saliendo de clases, ya fuera de la Alvarado, la Abelardo, el Colegio Independencia o la Secundaria Montemayor y bajábamos entre los puestos de la calle Jalisco, admirando los colores de los juguetes artesanales, de las imágenes religiosas, de los dulces tradicionales. Admirábamos los rótulos y las ilustraciones de las variedades y juegos mecánicos que avivaban aún más la algarabía de nuestra feria guadalupana.
Hacemos todo esto sin meditar en el legado tan importante que estamos fomentando para futuras generaciones, hacemos esto porque así lo hicieron nuestros padres y sus padres antes de ellos.
Esta es la colonia de nuestros padres y nuestros abuelos, quienes llegaron de San Luis para construir, darle forma, cuerpo y corazón a esta ciudad. Ellos nos legaron nombre y apellido, trabajaron en la Fundidora, en la Cervecería, sembraron los molotes y los rieles para que llegara el tren, despacharon en las boticas, en las ferreterías y tiendas de abarrotes, fabricaban zapatos y se desplazaban a pie cruzando la hierba crecida del río Santa Catarina hacia el centro, otros comerciando de nuestro lado, subiendo por Querétaro.
Nuestros padres y abuelos abren de par en par las puertas de sus hogares y sacan la mecedora a la banqueta a esperar sentados que regresemos a comer con ellos, dar pie a la sobremesa donde destaca la anécdota, el recuerdo de los lugares y personas que ya no están o de los que aún resisten a pesar del paso voraz de los años.
Así lo hacemos por igual con nuestros niños, porque así se nos ha enseñado. En esta sociedad que nos antepone el trabajo sin meditación ni pausa, que un día se sucede al otro sin apartar la atención de las obligaciones, es muy importante seguir perpetuando el valor de la historia de quienes nos han precedido.
Y también defender ese legado.
Desde que tengo memoria, el gobierno ha pretendido disponer de la colonia Independencia y de sus habitantes de la misma manera que hizo con los vecinos del centro para hacer la Macroplaza y el paseo Santa Lucía. Propiedades centenarias, legados familiares de generaciones fueron demolidos y familias con arraigo de años fueron sometidas a una migración innecesaria por el capricho de unos cuantos.
Nos despojaron de la Plaza Díaz Mirón para hacer la Basílica, y desde hace más de treinta años que la colonia no cuenta con un espacio abierto para el sano esparcimiento de sus vecinos, quienes durante ese tiempo vivieron bajo la incertidumbre del despojo ante el planteamiento de ampliar la Macroplaza hasta la Basílica. En aquel momento los vecinos se unieron y dieron marcha atrás a ese proyecto, así como al túnel que atravesaría la Loma Larga años después.
La resistencia ha sido una constante, resistir el abandono de su misma gente y de los ayuntamientos, que sólo se acercan a parchar las calles cada diciembre; resistir el estigma miserable de criminales y violentos, ignorando la cantidad de profesionistas, técnicos y gente de oficio que nuestro barrio aporta a la comunidad. No somos un barrio violento, somos un barrio violentado.
Ante la propuesta de intervenir nuestra comunidad con un paso vial, nuevamente los vecinos se han reunido y organizado. Vuelvo una vez más a recorrer las calles que me mostrara mi abuelo, encontrarme con sus amistades y hacernos aliados. Continuando un enlace iniciado décadas atrás mientras juntos levantamos nuestra voz, nos acercamos a los propios y ajenos que peregrinan bajo la sombra permanente del Santuario y el tambor de las danzas, diciéndoles claramente: “Nadie se va”. “Todos nos quedamos”.
Porque la colonia Independencia no se limita de la Loma Larga al río, sus familias se han extendido por toda el Área Metropolitana, el estado y el país. Y cada diciembre les abrimos las puertas de par en par, para que regresen al hogar que les vió crecer.
Porque todo Monterrey es del mero San Luisito.