Asociamos el éxito con las figuras del medio, asumimos que ser famoso es lo mismo que exitoso y esta es una idea errónea.
Por: Homero Ontiveros
Hace algunos días, navegando en la red, me llamó la atención la foto de una joven. En ella aparecía tocando una guitarra eléctrica, enfundada en una actitud muy rockera, en un cuarto lleno de guitarras, teclados, pedales y posters que lo hacían ver como el lugar soñado de todo músico, el ideal para crear porque hasta la luz que entraba del exterior resultaba inspiradora.
Le di click a la página para ver de quién se trataba. En todas las fotos su imagen era muy buena, la hacían ver como una estrella de rock. En el ambiente se podía imaginar ese misticismo de quien escribe canciones: plumas sobre una hoja con palabras escritas, atisbos del “trance” que muchos asocian con el proceso creativo, es decir, todos los elementos que se pueda imaginar del genio creativo.
“Estén pendientes de mis próximas fechas”, decía uno de los post. Mi curiosidad era real, quería saber quién era, obviamente se trataba de una propuesta nueva e independiente y, por más que busqué nunca encontré algún link para escuchar su música. Había de todo, uno se podía imaginar cómo era a través de los post y las fotos pero no lo más importante: escuchar su música.
Las formas de hacer música han cambiado, también la forma de consumirla y distribuirla. Toda la industria de la música ha cambiado porque, ojo, industria no significa solo las compañías de discos y si piensan que no pertenecen a ella solo por no tener un contrato están muy equivocados. Lo único que no ha cambiado es el sueño de ser rockstar. Asociamos el éxito con las figuras del medio, asumimos que ser famoso es lo mismo que exitoso y esta es una idea errónea. Sin embargo, hoy en día es muy frecuente ver que artistas o bandas quieren llamar la atención más por la imagen que por su música.
En la Universidad de Columbia, un grupo de investigadores crearon un sitio web llamado Music Lab y pidieron a 14000 personas registradas que valoraran, escucharan y, si querían, descargaran las canciones de bandas que nunca habían escuchado. Solo un grupo podía ver los títulos de las canciones y el nombre de las bandas; los demás grupos estaban divididos en ocho “mundos” y podían ver qué canciones acumulaban más descargas en su “mundo”. La influencia social se hacía presente en estos mundos, en cuanto una canción generaba unas cuantas descargas, otras personas participantes comenzaban a descargarla. Cada uno de esos mundos tuvo un hit distinto al que los investigadores pensaron de inicio y tuvo que ver con la influencia de los demás. (1)
Esto muestra que muchas veces lo más conocido, lo más popular, no precisamente es lo mejor o exitoso. Existen propuestas que son famosas solo por el hecho de ser repetidas constantemente, no por su calidad. En una ocasión, platicando en un bar de Granada con J, vocalista de Los Planetas, me hacía una observación muy importante: decía que las disqueras y plataformas nos venden la idea de que sus listas o artistas son los más escuchados porque “es lo que le gusta a al gente”, cuando en realidad no es así, sino que son imposiciones hechas por parte de la industria musical y, siguiendo esa idea de que toda mentira repetida se vuelve verdad, la gente termina aceptando la idea de que es cierto, aunque esas listas nunca hayan nacido a partir del gusto del público.
Hay que aparentar antes que ser, parece ser la consigna, que la gente crea lo que le estamos vendiendo. En cualquier caso diríamos que eso está bien, es parte de la mercadotecnia y la publicidad, sin embargo pareciera ser que algunos músicos o bandas, en lugar de ofrecer música, ofrecen la imagen, o el ideal del rockstar.
Notas:
(1) Música de Mierda. Carl Wilson. Blackie Books, 2016.