Dudes, con motivo del fallecimiento de Sid Haig en estos días y la llegada de octubre acompañado del mejor día del año, Halloween, aquí me tienen.
Hoy, cual testigo de Jehová, vengo a tocar su puerta para hablarle de la opera prima de Rob Zombie: House of 1000 corpses (2003) y es ahí donde aparece el personaje que interpreta Mr. Sid encarnando al Capitán Spaulding, un payaso pasadísimo de huevos que utiliza como fachada una tienda de atracción de turistas, a los cuales les vende pollo frito, además de ofrecer una peculiar exhibición de objetos bizarros convirtiendo su tienda de carretera en una puta galería del terror.
La historia de esta cinta y de cómo llegó a los cines es larga: Rob Zombie tuvo que batallar para lograr plasmar su visión en pantalla al menos con una clasificación de “R”, y cuando por fin el montaje final estuvo listo, se encontró con que ninguna distribuidora quería siquiera tocar la película. Me imagino a Rob pensando: “¿Pues qué pedo? ¿Esto es Saltillo o qué?”. Total, Lions Gate accedió a rolarla y si bien no fue un gran éxito en los cines, esta obra se ha convertido en un film de culto al que le siguieron dos partes más, de las cuales luego les cuento.
Esta película es un homenaje a grandes clásicos de los setenta, entre ellos La matanza de Texas (1974), Las colinas tienen ojos (1977) y Last House on the Left (1972). Es por eso que considero ocioso contar la historia, porque de sobra la conocen: unos gringos curiosos van y se meten donde no deben; hay tetas y escenas de mucha, mucha sangre.
Spaulding no es un payaso cualquiera, en realidad es un payaso asesino. No lo habían pensado ¿eh? La cosa es que es un tipo peligroso, y su atracción no es un buen lugar en el cual quieres quedarte varado. Y eso es exactamente lo que le pasa a un este grupo de subnormales blancos que veremos sufrir como en rastro a lo largo de la próxima hora y media.
Resulta una obviedad teniendo un título así, pero este filme se pasa de violento, lo cual es maravilloso porque no es justamente el principal detalle, sino que los personajes disfrutan su violencia y la rodean de una atmósfera festiva digna de mención. Los protagonistas resultan no ser más que carne; los verdaderos héroes son los miembros de la desquiciada familia rural, mención especial para Otis (el genio perturbado), Baby (tan bella como pinche loca) y Tiny (un gigante deforme que al parecer fue quemado por su padre mientras dormía), quienes se divierten de lo lindo despedazando lentamente a sus huéspedes en una orgía de violencia sin tregua y (aparentemente) sin salvación posible.
El único defecto de este filme es precisamente su ocasional sobresaturación, en la que la violencia en sí misma supera en ocasiones los márgenes de la sutileza. Los últimos veinte minutos se convierten en una pesadilla surrealista en la que se desborda el nivel de irrealidad que rodea a los auténticos protagonistas, quienes se vuelcan en su particular celebración de Halloween en medio de un aire de colorido y feria capaz de volver loco a cualquiera.
Película es obligatoria para cualquier amante del género, aunque sea para disfrutar de una experiencia completamente visceral, un derroche de técnica y de conocimiento de lo que es el horror, la violencia y el lado bonito del mal. Beban cervezas mientras la disfrutan.
Best:
Tiny entra en la habitación donde una llorosa chica está atada de pies y manos a una cama llevando una camiseta negra que dice: “World’s Cheapest Halloween’s Costume”. Genio.