Primero es lo primero
He platicado con Gabriel Contreras muchas veces y me ha entrevistado otras tantas. Creo (y lo afirmo) que es un intelectual, y se puede hablar con él de todos los temas, porque sabe mucho. Y como sabe que sabe, le gusta provocar, hace preguntas raras no sé si porque estudió psicología o porque adoptó como estilo sacar de onda a su entrevistado y hacer así más interesante la charla. Además escribe y dirige teatro, es locutor de radio y también de vez en vez escribe guiones para cómics, para películas y para funciones de lucha libre, le gusta dibujar y dibuja chido. Escribe una columna, y crónicas para La Zona Sucia desde su lanzamiento.
Gabriel (Monterrey, 1959) posee una hipersensibilidad subversiva y sus entrevistas decodifican las claves misteriosas y secretas del universo. Libera a las palabras de su densidad para que correspondan en algo definitivo y expansivo, para luego en esa confrontación descubrir al que habla y a su vez complacer al lector, es decir al receptor proporcionándole lo que debería de pedir: Una ruptura, un cuestionamiento de su experiencia personal.
De oída
Estoy en la acera de los que vemos (1987) contiene doce entrevistas realizadas en Monterrey, La Habana y la Ciudad de México con personalidades de la cultura y el arte, la mayoría con figuras de talla nacional e internacional como Felipe Ehrenberg, José Luis Cuevas, Alfredo Zirtarrosa, Carlos Monsiváis, José Agustín (dos veces), Santiago Feliu y Noel Nicola (trovadores cubanos) Sergio Arau (en su faceta de caricaturista) Hugo Hiriart, la banda de rock Botellita de Jerez, Gerardo Rodríguez (Geroca) y Vicente Leñero. Todos ellos con erudición desenfadada harán declaraciones relevantes, escandalosas, políticas de esas que surgen cuando uno está platicando bien a gusto con alguien y ni cuenta se da lo trascendente y atractivo que puede resultar una simple platicada. Gabriel sí se da cuenta porque además lo provoca. Afortunadamente estas entrevistas (ha hecho miles) sí se rescataron.
Transmutar el eco en voz
En estas conversaciones, Cuevas pedirá pena de muerte para José López Portillo; se sabrá el número exacto de tocadiscos que había en los ochentas en la isla de Cuba; Botellita de Jerez declarará que ellos no son mal ejemplo para la juventud, que más bien la juventud es mal ejemplo para ellos (estaban jóvenes cuando dijeron eso); Felipe Ehrenberg cuenta sus antecedentes; Carlos Monsiváis recuerda cuando fue a un programa de Televisa y les dijo sus verdades; Zitarrosa profundiza en lo que es para él el exilio; Leñero, después de dar cátedra como narrador y explicar algunos puntos de como se escribieron varias de sus novelas, remata diciendo: “Las cosas buenas no se escriben, se viven”; José Agustín habló también sobre la televisión, ¡es más!, casi todos los entrevistados hablaron sobre televisión, porque en los ochentas la televisión era muy importante (ahora ya no).
Cuestión de palabras
Las conversaciones se convierten en confesiones, repasos acerca de la vida. Gabriel sigue insistiendo porque sabe que las respuestas, todas, son insuficientes para su curiosidad y para la nuestra también. Estamos entonces de acuerdo, como bien dice Cristina Pacheco en el libro Al pie de la letra, que “Una entrevista es literatura, es una de las maneras en que puedo saber que cosa siento”. Contreras domina el arte de la conversación, y generoso siempre expone sus resultados a la vista de todos. Incansable y adaptándose a las nuevas formas de comunicar (redes sociales) apuesta siempre a que su entrevistado revele el dato, o que dé la pista que ubique y valore debidamente al elegido escogido previamente, porque algo interesante hizo, algo importante fraguó y porque lo hizo y lo hace sentir. A fin de cuentas, platicar a gusto con alguien es literatura, da para historias, da para saber qué cosas siente uno.
Una plática con Gabriel
¿Qué consideras atractivo para elegir a quien entrevistas?
Es un criterio que ha ido cambiando para mí a través de los años. Además, se modifica de acuerdo al medio en el que estás trabajando o colaborando. Y otro punto, agrego: ese criterio varía respecto al momento y la coyuntura en la cual lo estés aplicando. Y lo digo siempre en la clara seguridad de que el entrevistado es, vaya, un personaje y la entrevista pertenece, por lo tanto, al género de la ficción.
Recomiendo a los jóvenes no hacerse ilusiones respecto al asunto de lo “documental”. La verdad en el fondo no importa un carajo. No hay verdad de por medio en esto, por más periodista que te creas o que te digan, no hay esa cosa a la que llaman dato duro en el ejercicio de la entrevista como problema a resolver. Todo, vieras, todo está en las manos del que enfoca, redacta y reacomoda las cosas. Tú estás haciendo ficción. Para decirlo claro: estás mintiendo. Osorno, Villoro, Sanjuana, Lemus, cualquiera que esté escribiendo eso que llaman periodismo, por más documentalista que jure ser, está mintiendo. Estás preparando una mentira, y tratas de armarla tan bien que parezca una verdad, nada más. Si escribes con cierta vocación, con habilidad, puedes hacer maravillas o hacer casi nada a través de la entrevista. Todo consiste en el trabajo, en eso que Leñero llamaba “la talacha”. La cosa no es “captar la verdad”, cuidado, no te dejes deslumbrar, el asunto es inventarse la verdad. O sea, mentir, pero bien. Un periodista, o un escritor, que en el fondo pueden ser cosas muy parecidas, es algo así como un especialista de la mentira, una especie de mago, que no es que vaya por la vida partiendo a la gente en dos, sino que parece que parte a la gente en dos, ese es el asunto. Para eso te pagan, para mentir.
Vieras, ya estés entrevistando a un boxeador, un cantinero o un director de cine, en el fondo lo que importa es cómo tejas, cómo recortes o edites su perfil. Lo que él te responda es mera materia prima, pero el producto, si atrae o no, si vale la pena o no, eso es cosa tuya.
¿Que cómo elijo? No sé y tampoco me importa demasiado. No tengo tiempo para elegir, nunca he tenido tiempo para elegir. La entrevista, como toda expresión del periodismo, es ficción, pero es una ficción que se arma sobre las rodillas, y se resuelve como se puede porque la cosa es entregar. Hay casos únicos, excepcionales y casi diría irrepetibles, como A sangre fría. Dime tú qué empresa periodística te va a dar dinero para trabajar sobre un reportaje a base de entrevistas a lo largo de… cinco años. Cinco años. Cinco años. Confórmate con que te den una quincena para armar un reportaje, y eso si eres muy bueno. Claro: ninguna empresa sostiene proyectos como el de Truman Capote. En el fondo, ojo, en el fondo, Capote trabajó a pesar del oficio, a pesar de los límites del género, y por eso es que acabó haciendo otra cosa. A sangre fría es una obra de arte, una verdadera obra de arte, no es un montón de artículos pegados, que es lo que suelen ser los libros de periodismo que pueblan nuestras librerías y acaban siendo rematados en HEB. A sangre fría, vieras, es una expresión absolutamente irregular del periodismo, que resulta difícil de comparar en la historia de la escritura, a no ser que pienses en Norman Mailer en el texto o en Oliver Stone en el cine, que llevaron –los dos- la paciencia por el detalle a niveles extraordinarios.
O sea, volviendo a tu pregunta, que no es que yo elija, la verdad, sino que se hace lo que se puede y siempre es así. Porque las cosas van girando, girando, y tu tú estas ahí, watching the wheels, y de pronto dices «ok, recorto esto», y te aplicas, pero, vaya, tú no lo tenías planeado, no lo viste venir. Tú no elegiste, solo ocurrió. Las entrevistas ocurren, tú no las haces, ocurren.
¿Te intimidan o intimidas cuando haces una entrevista?
Eso se deriva del propósito. Recuerdo que en algún momento entrevisté a Gilberto Flores Alavez, un hombre que se hizo célebre porque asesinó a sus abuelos cortándoles la cabeza con un machete. Naturalmente, como era un hombre inteligente y muy hábil, nieto de un ex gobernador, nieto de Gilberto Flores Muñoz, no podía preguntarle algo así como: «¿Y qué se siente matar a tus abuelos y pasarse once años en la cárcel y luego ser liberado y tomarte un café aquí tan tranquilo?» Lo que hice, verás, fue estudiar bien el libro que le dedicó Leñero, buscar algunos puntos opacos, y después de hablar de teatro, literatura, erotismo y fantasías carcelarias. Preguntarle: ¿Tú mataste a tus abuelos, verdad? Y él, nieto de Flores Muñoz y de Asunción Izquierdo, me respondió que no. Como ya había dicho que no ante el Ministerio Publico y ante la prensa y ante el juez a cargo de su caso. Él, por cierto, jamás aceptó haberlos matado, aunque todo indicaba que sí, porque él era la única persona que estaba y pudo estar en la casa esa noche, además de ellos dos. Les cortó la cabeza a los dos, pero dijo que: “no recuerdo haberlo hecho”. Y como no lo recordó, pues eso se convirtió en una verdad legal. En fin, como no lo recordaba, pues no ocurrió. O sea, que parece ser que sí los mató, pero nadie le pudo demostrar que lo hizo, ni siquiera Leñero a través de 600 cuartillas, por cierto.
Yendo a tu pregunta: un asesino como Flores Alavez me intimida. En efecto. Un asesino de sus abuelos es cosa seria, ¿un artista? No. Los artistas, mi estimado Armando, somos gente inofensiva.
¿Qué deseas que te conteste o revele el entrevistado?
Me interesa mucho, muchísimo que se sienta cómodo, y al mismo tiempo que rompa sus esquemas. Por eso no entrevisto futbolistas, porque los futbolistas tienen el cerebro en los pies, de modo que su relación con el lenguaje es nula. Es por eso que en el futbol siempre se dice lo mismo, porque lo esencial es que no haya ideas, sino acciones, acciones visuales. Exclusivamente musculares y visuales. Me gusta que el entrevistado me plantee problemas, no soluciones. Un ejemplo: Marcel-lí Antúnez, que dirigió a La Fura dels Baus. A mí me preocupaba saber cómo escribía los guiones de esas acciones masivas que conforman su teatro, de prestigio mundial. Y fui a verlo, y lo que me explico no se parecía nada a lo que yo imaginaba. O sea, que esos guiones no eran guiones, eran solo dibujos. Para lograr esos trazos endemoniadamente artísticos, lo que hace Antúnez no es escribir, es dibujar, con lo cual por cierto me recuerda a Akira Kurosawa y al mismo Scorsese. Son autores de acciones que más que ser dichas, son trazadas. Y eso es lo que me interesa de un entrevistado, que me saque del juego de lo convencional y me muestre otro escenario, el escenario de lo inesperado.
¿De las entrevistas de este libro cuál te gusto más y cómo lo ves ahora con el paso del tiempo?
Ese libro no lo tengo. Se hizo y se fue. A veces lo encuentro en los remates de libros usados, en cinco pesos, o en un peso, pero no lo compro. Pero, bueno, hay personajes que me interesan de ese libro, especialmente por su velocidad de pensamiento: Leñero y José Agustín. Leñero fue el mejor periodista de Proceso, definitivamente, nada que ver con Marín o con Pascal Beltrán del Rio. Leñero fue un magnifico periodista en el terreno de lo escrito. Sagaz, claro, y siempre desconfiado, además de minucioso y muy cabrón. Porque para ser periodista tienes que ser muy cabrón. Esa entrevista la veo como algo mal armado y mal escrito. Hice lo que pude. La vida es eso, en general: se hace lo que se puede.
¿A quién te gustaría entrevistar?
A Jaime Rodríguez Calderón. Es un gran personaje. Es rápido, es inteligente, es violento, es un artista de las paradojas, es difícil de retratar, proviene de la rebeldía, sabe de negociaciones, conoce el medio político, sabe hacer daño y sabe aguantar vara. Es un político mexicano en toda la extensión de la palabra. Yo veo a Rodríguez Calderón como algo similar a Beto Anaya y Elba Ester Gordillo: son gente que sabe apostar, virar, que sabe subirse a la ola, cero escrúpulos, y que al cabo van a salir ganando, porque siempre caen parados. Insisto: me gustaría entrevistar al Bronco, pero a solas, con un café y con los teléfonos apagados, lo cual es casi casi imposible. Si lo ves en estos días, díselo por favor, dile que me interesa me interesa como personaje.
En el libro Sigue mirando el fuego te hiciste una autoentrevista, ¿Descubriste algo que desconocías de ti?
Entendí que no debo volver a hacerlo.