Philip Kerr, un peso completo de la novela negra, nos entregó dos obras atravesadas por la intriga, el crimen, la violencia, el sexo sin amarras y la gritería de los estadios.
Por: Gabriel Contreras
Scott Manson investiga como puede. Y está seguro de que más allá de sus indagaciones están las puertas del escándalo, la depravación, el chantaje y el desmadre.
Manson no las tiene todas consigo, eso es verdad. Hace lo que puede, es portugués, es anti-heroico y además es negro.
Este es el espacio en el que Manson -Dios mío qué apellido- se mueve: uno de los espectáculos masivos más poderosos e influyentes y fascinantes del Siglo XX y lo que va del XXI, un amasijo de emociones, instinto y talento kinestésico, una expresión del teatro macro que nos remite tal vez a los mejores días del circo romano: eso es, cómo negarlo, el fútbol. Y lo suyo, dígase deporte o pasatiempo, lo suyo es movilizar miradas, cámaras y millones de dólares de domingo a domingo. De momento, no hay nada como el fútbol. Nos guste o no nos guste.
De modo que, con tanta y tanta influencia que tiene el fútbol como suya, era natural que también algunas personas brillantes voltearan a verlo, no solo los albañiles, los estudiantes, los empleados de nueve a siete, y los hampones de todos tamaños. No. Sucede que también gente del ámbito de la creación y las ideas se da el permiso de asomarse a este territorio de las patadas, las pasiones y el frenesí del gol. Entre ellos, uno de los novelistas más destacados de la gran oleada de la novela negra escocesa: Phillip Kerr.
Muerto en marzo pasado, Kerr sigue siendo un gran referente en el ámbito de la novela a lo Glasgow. Bien, este peso completo de la novela negra nos entrega dos obras atravesadas por la intriga, el crimen, la violencia, el sexo sin amarras y la gritería de los estadios.
Hoy, podemos acceder al entramado de la corrupción, los negocios sucios, las falsas expectativas y el cochinero que se esconden detrás del gol, a través de dos novelas: Mercado de invierno y La mano de Dios (Océano).
Era necesario, quizás, que un seguidor del Arsenal le dedicara unas cuatrocientas cuartillas al fútbol para que hoy, en Europa cuando menos, se vea al balompié de otra manera, con un aire, tal vez, hitchcockiano.
Kerr es un autor que, justamente, posee un gran prestigio no solo en territorio sajón, sino muy particularmente en el ámbito alemán y sus alrededores.
Un par de años antes, entre nosotros, Juan Villoro, Eduardo Galeano, y Eduardo Sacheri se han aproximado al mundo del fútbol para retratarlo, cada quien a su modo y a su estilo. No lo han hecho mal, en efecto, pero ninguno de los tres ha contado con una resonancia comparable a la de Kerr, que tanto le debe a Bernie Gunther y a los escenarios alemanes en la conformación de un prestigio inmenso, que hoy se liga -como ocurrió hace años con Elton John y Rod Stewart- a la gritería de los ingleses en medio del salvaje furor del balompié.