No es nuevo el asunto de lo corta que se va haciendo la memoria en la actualidad. Tal pareciera que se quiere imponer una especie de “generación espontánea” para el siglo XXI, pero todo tiene un origen y un pasado. Tal vez era impensable hace tiempo este exabrupto de popularidad que hoy tienen el flamenco y sus diferentes combinaciones, aunque por supuesto que hay una larga historia antes del estallido llamado Rosalía.
Basta señalar que el proyecto que conforman Alejandro Acosta y Cristina Manjón cumplió el año pasado una década de existencia, en la que espaciaron 3 álbumes que progresivamente fueron creciendo en calidad y atención mediática; ya con Aurora (2016) –el antecedente inmediato- prodigaron su manera de conjuntar flamenco con electrónica up beat y en la que también hacían un lugar a letras en inglés que se adaptaban muy bien para el dancefloor.
Pero la espléndida voz y personalidad de Cristina hacía lógico que terminara por imponerse el español para este cuarto álbum de los cordobeses; quiero dejarlo en claro, en ellos este cambio me parece parte de un proceso congruente y poco o nada que tenga que ver con estrategias de mercado. Desde su formación, el dueto luchó por hacerse de un lugar aún ante la reticencia de los tradicionalistas del cante o la extrañeza del público español generalista.
Desde su formación, el dueto luchó por hacerse de un lugar aún ante la reticencia de los tradicionalistas del cante o la extrañeza del público español generalista.
Lo cierto es que no han permanecido atados a una fórmula única; si arrancaron alimentándose del funk y el soul, ahora han acelerado para ir un poquito más allá del house y subir los beats. Su punto de partida fue asomarse a ese Origen africano de la humanidad entera y tratar de hacer suyas esas “partículas elementales” de la música, sin que por ello se eche de menos ese aliento flamenco que los caracteriza.
En el presente hay una mayor apertura para apasionarse por las múltiples formas que exhibe la fusión. Ellos se atreven a arrancar con esa guitarra española de Dani de Morón y luego marcar su territorio a todo pulmón: “Que empieza la parranda/ el jaleo que me abraza”. Las secuencias y programaciones se colocan donde estarían las palmas y un ritmo de media velocidad se quiebra en un sube y baja de intensidades en “Mi danza” –algo similar a lo que ocurre entre canciones en el resto del disco-.
Y este arte apasionado se inflama todavía más en el segundo corte; abren guitarra y coros, pero pronto Manjón eleva el feeling: “Despertaré tu corazón dormido, arrasaré la tierra, anudaré una flor entre tus huesos, un manantial de fuego”. “Despertaré” es el pretexto perfecto para que la voz se eleve y los agudos se tornen exquisitos. Aquí sobra elegancia, trapío, sofisticación y bravura.
Encuentro muy cuidada en toda esta entrega esa vía para seducir al escucha; si en “Despertaré” sopla mucho viento del presente, aquellos seguidores fervientes de la tradición ninguna pega podrán hacerle a esa impecable interpretación de guitarra del gran Vicente Amigo que conduce “Estamos solos”, luciendo a plenitud sobre programaciones de bajos profundos que, de momento, abren espacio para una letra que evoca a los elementos y la naturaleza.
Pero tampoco pasa desapercibida “Silencio”, que va de menos a más y sube casi para provocar el trance. Lo que parece pop electrónico de avanzada se reserva para la parte final su joya flamenca y cierra con un sampleo de una fiesta muy intensa en un patio de Jerez de la Frontera; primero lo suman al resto y terminan mostrando su registro natural para culminar el subidón.
Fuel Fandango ha dado un golpe de autoridad a través de un álbum muy bien concebido y producido; la tecnología siempre al servicio de las canciones.
Y todavía antes del cierre de Origen (Warner, 2020) acometen con “Despacio”, en la que aparece un breve sampler de la voz de Alejandro diciendo la palabra que nombra al tema y antecede a los finos haceres de Rycardo Moreno, otro talento de la guitarra flamenca; aquí las palmas y los rasgueos engrandecen una fiesta sincrética.
Fuel Fandango ha dado un golpe de autoridad a través de un álbum muy bien concebido y producido; la tecnología siempre al servicio de las canciones. Los escuchas digitales tenemos garantizada una experiencia pletórica, pero aquellos que tengan el privilegio de hacerse de un vinilo habrán de sorprenderse con el diseño de una tarjeta-planta, que ya los encumbró a lo más alto de la venta de acetatos en la península ibérica.
Nada debe temer el flamenco al futuro, ya que hay quienes -como este dueto- saben a que tradición pertenecen, pero no tienen temor de asomarse en el desfiladero del tiempo; ellos saben hacer música que late y que transpira.