Del pasado 10 al 24 de octubre, se llevó a cabo en Monterrey la XXI edición del Festival Internacional de Danza Extremadura -Lenguaje contemporáneo-. El evento tuvo entre sus actividades la presentación de obras dancísticas locales, nacionales e internacionales, intervenciones didácticas, así como un taller que culminó en un montaje escénico.
“El Extremadura” ha tenido por objetivo desde su fundación, en 1997 por la maestra Hester Martínez, ser un puente entre la comunidad dancística local y la escena nacional e internacional. Esta vocación se observa en la programación de su última edición, la cual contó con propuestas como las de la compañía Los Unos y Los Otros (Monterrey); Cuatro X Cuatro (Xalapa); la intervención didáctica Perlas, machaca y zarape (Saltillo, Guadalajara y Monterrey); las agrupaciones Musse Danza Contemporánea y Uróboros, (Ciudad de México); y la compañía Soul City (La Reunión, Francia). Cada agrupación nutrió con la originalidad de su lenguaje al festival. De igual manera, la idea de construir puentes fue el hilo conductor del evento, ya que éste no sólo contó con la participación de artistas de diversas latitudes, sino con la colaboración distintos actores e instituciones de la localidad.
Esto es relevante, en tanto el área metropolitana de Monterrey históricamente ha concentrado (a veces más a veces menos) su actividad artística a través del Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León, Conarte [1], y, consecuentemente, en los espacios y medios de difusión de dicha institución. En primera instancia, esto influye a que los espacios para la realización de parte significativa de los eventos artísticos se ubiquen en la capital del estado. Por otra parte, en tanto la difusión institucional del Conarte supone limitantes así como un público cautivo, es posible pensar en un perfil más o menos homogéneo que asiste a sus actividades.
Si bien lo dicho hasta aquí no agota la realidad artística regiomontana, sirve de contraste para colocar al Festival Extremadura como una alternativa dentro de la oferta artística de la localidad, y en este sentido se recogen aquí algunas pistas que dibujan a este evento como una opción artística plural, abierta e incluyente:
En primer lugar, el evento contó con una diversidad de artistas locales, nacionales e internacionales. La incorporación de propuestas de otras geografías supone la generación de relaciones que tienen múltiples impactos positivos, de los cuales aquí se rescatan: 1) la posibilidad de que artistas y público de la localidad establezcan contacto con propuestas artísticas diversas y 2), que Monterrey continúe configurándose como espacio de atracción para agrupaciones y artistas de fuera.
En segundo lugar, la colaboración interinstitucional supone romper no sólo con la centralización de los foros artísticos (característica en la localidad), sino poner en cuestionamiento una dimensión cultural arraigada en el imaginario regiomontano, la del trabajo individual. Mover los engranajes rígidos de la cultura hacia la colaboración como una estrategia para la realización y divulgación artística es una acción necesaria para la renovación permanente que caracteriza al quehacer artístico. El Centro Cultural Rosa de los Vientos (CCRV) en el municipio de San Nicolás, el Centro de las Artes en el Parque Fundidora, el Teatro Espacio en la Facultad de Artes Escénicas (FAE) de la UANL y el Teatro de la Ciudad y la Preparatoria #3 en el corazón de Monterrey, son una pequeña muestra de que la ciudad cuenta con infraestructura a lo largo de su área metropolitana para la difusión de las artes, y la articulación de estos foros en el marco de un festival supone la colaboración de muchas personas: directivos de los espacios; organizadores del festival; equipos técnicos y administrativos, entre otros. Esta articulación puede ser tomada como un indicio positivo de lo que ocurre para la danza contemporánea en la ciudad.
Por último, la diversidad de público asistente es el acierto de un esfuerzo que tiene por objetivo construir puentes. En este sentido, el festival contó con llenos en sus eventos de apertura y cierre, así como una nutrida asistencia en varias funciones (muchos de las y los asistentes fueron invitados a través de las instituciones y actores participantes). Por ejemplo, en el evento inaugural realizado en el CCRV, el público estuvo conformado en su mayoría por alumnas(os) del centro; en una función realizada en el Teatro de la Ciudad se contó con la asistencia de alumnas(os) de la Escuela Normal Superior “Moisés Sáenz”; y en el cierre del festival, quiénes ocuparon la mayoría de los asientos fueron alumnos(as) de la FAE.
Así, la diversidad articulada a través de la colaboración de múltiples personas y espacios tuvo como resultado un evento que pudo ser del disfrute, no sólo de la comunidad artística, sino de nuevos públicos y de públicos infantiles y adolescentes. Este es uno de los beneficios de los esfuerzos colaborativos en los campos artísticos: romper con los límites imaginarios, históricos y culturales. Trastocar a las instituciones e involucrar a diversos actores para llegar a nuevas generaciones es una estrategia para llevar a cabo estas tareas. Habrá que esperar para ver si con el tiempo estas acciones se traducen en el crecimiento del público asiduo a las artes y a la danza contemporánea en la ciudad.