“Otra noche, estando solo con Joaquín Sabina en su departamento de Tirso de Molina, este me comentó que Charly García lo había telefoneado hacía un rato desde Barajas y que vendría directamente hacia allí. Contentos por la noticia, nos dispusimos a esperar al Artista. ‘Si Krahe es Einstein, Charly es Picasso’, dictaminó desde el sofá del living”.
Y la anécdota se prolonga con el deseo de “El flaco de Úbeda” para sorprender al genio del bigote bicolor y presumirle su nueva dentadura, dado que al argentino apenas si le quedaban dos dientes sanos. El cómplice perfecto era su huésped de turno: Fernando Samalea, el extraordinario baterista y también ejecutante de bandoneón, que en ese entonces compartía con él las noches larguísimas.
Es así que los lectores nos colamos hasta la intimidad de diversos músicos esenciales para el rock iberoamericano. Porque hay que decir que desde el primer volumen de su autobiografía (¿Qué es un Long Play?), el porteño ya nos había dejado en claro que su memoria es prodigiosa (porque jamás revela que anote todo lo que hace) y que está dispuesto a no omitir ningún tipo de detalle (a excepción de algo comprometedor y de mal gusto), porque las juergas se suceden unas con otras, junto a las jams y las giras en las que se instala, que incluyen compartir stages con Gustavo Cerati, Andrés Calamaro, el «Zorrito” Von Quintiero, Fabiana Cantilo, Illya Kuriaki e incluso viejos maestros de la escena del tango, de quienes recupera frases que son auténticos aforismos, como aquella que vierte Dino Saluzzi: “Por lo tanto, lo puro es absurdo. Hay que comprender que la diversidad es ética”.
Samalea es un músico muy distinto del resto: casi abstemio, de buen humor y muy culto. Así que puede compartir proyectos con la vanguardia indie de A-Tirador Láser y luego saltar al terreno experimental del jazz y la música improvisada –donde ha hecho huesos viejos junto a Fernando Kabusacki-. Basta comentar que a lo largo de Mientras otros duermen (Ed. Sudamericana, 2017) aparece varias veces el enorme Tony Levin, enviándole sus líneas de bajo para las grabaciones como solista de nuestro protagonista.
Con un montón de lecturas a cuestas, y mucha experiencia acumulada en extensos viajes y residencias a lo largo y ancho del mapa, este ejecutante precoz de los tambores (apenas rozando la veintena ya andaba con Charly y Calamaro), ahora asume el reto (dado el cúmulo de acontecimientos) de contar lo que le sucedió entre 1997 y 2010, un periodo en el que se embarca en la grabación y gira mundial de 19 días y 500 noches –tal vez el disco más exitoso de Sabina-, forma parte de la banda de Pasión Vega y arma proyectos de grabación con Caetano Veloso y Calle 13. Se planta delante de la gran vida y los hoteles de lujo para luego tomar un sabático mal calculado que lo deja –literalmente- durmiendo en la calle. Sorprende también que toda esa búsqueda espiritual –que lo lleva varias veces a Marruecos- y las dificultades económicas no le quitan jamás la paz interior y el buen talante; sabe que siempre puede volver a Buenos Aires y ser requerido por más artistas de los que puede atender. Él sabe adaptarse a los escenarios de estadio y salir caminando a presentarse en una diminuta taberna tanguera.
Posee un talento narrativo innato (no en vano cuenta con varios libro-discos en los que incluye sus textos), así que este grueso volumen (alrededor de las 500 páginas) transcurre velozmente para la fascinación de todos aquellos amantes del rock que se hace en Hispanoamérica. El propio Sabina –siempre ácido y carrillero- es quien subraya los talentos de Samalea: “Me sorprende que leas o escribas, Fernandito. Los baterías son casi porteros de fútbol, unos coñazos con tendencia a la locura, el asesinato o la misantropía. Nadie ha visto a uno leyendo a Borges, ingresando a una ONG o simplemente pensando –me dijo Joaquín desde el sillón, risueño, cuando regresamos a medianoche”.
[perfectpullquote align=»left» bordertop=»false» cite=»» link=»» color=»» class=»» size=»»]Sabina –siempre ácido y carrillero- es quien subraya los talentos de Samalea: “Me sorprende que leas o escribas, Fernandito. Los baterías son casi porteros de fútbol, unos coñazos con tendencia a la locura, el asesinato o la misantropía.[/perfectpullquote] Pero por si no bastaran las parrandas españolas y los desvelones argentos con Charly, hacía la parte final se concentra en los años en que Gustavo Cerati grabara Ahí vamos (2006) y Fuerza natural (2009). Fernando cuenta muchos detalles de la gestación misma de las canciones, algunos detalles técnicos (no en vano Richard Coleman estaba en la segunda guitarra) y el fervor que levantaba el líder de Soda Stereo por donde se presentara como solista (Londres incluida). Samalea estaba cuando surgieron “Crimen”, “Jugo de Luna”, “Lago en el cielo” y tantos otros clásicos ceratianos, y además se convirtió en un gran amigo para el extraordinario compositor y guitarrista, quien no le escatimó elogio alguno: “Más allá de que lo admiro profundamente, se me reveló como una persona que irradia un optimismo tan contagioso como vital. Siempre tiene alguna historia para contarte, internándose sin prejuicios en mundos nuevos y haciendo amigos por doquier. A pura luz y bohemia, Sama propaga el hedonismo romántico que lo ha mantenido casi inalterable a lo largo de estos años. Es un privilegio ser su compañero de ruta y su amigo”.
En Mientras otros duermen se multiplican las ciudades, las salas de concierto y los estudios de grabación. Fernando Samalea no para nunca y apenas se da tiempo para armar una vida privada; es por ello que destaca un apunte a propósito de organizar su piso en Lavapiés. Al instalarse en Salitre 25 cuenta: “Ordené libros, CD y ropa en sus cajoneras marrón oscuro, toqué seguido el bandoneón, hice gimnasia, comí bien, leí a Krishnamurti y mi mente se equilibró. “La verdadera libertad no se adquiere, es el resultado de la inteligencia”, recordé”.
Samalea posee un deseo irrefrenable de conocer cosas y personas; se acerca a Horacio Ferrer –el gran maestro del tango y la poesía-, conversa historias juveniles con Leonardo Fabio y convive con Palito Ortega en las fiestas que le hace a Charly en medio de su desintoxicación. Y precisamente acerca de los excesos, ironiza con una frase que repetía Xuaco, un chofer en plena gira: “La droga causa amnesia y otras cosas que no recuerdo”.
El libro abre con dos presentaciones; una del escritor colombiano Sandro Romero Rey, más un texto de Ludovica Squirru –amante, como Fernando, de las cuestiones astrales- y quien lo perfila a la perfección: “Su vida conmueve por la vocación precoz, perseverancia, audacia para tocar puertas y aceptar ser parte de quienes lo convocaran en cada etapa de su versátil existencia, siendo una parte fundamental del todo. Su hipersensibilidad para integrar lo cercano, lejano, bizarro, extraño, lo convierte en un artista multifacético. Su curiosidad lo sumerge en experiencias, no se pierde nada, liba el néctar de la vida como un picaflor”.
Ojalá y los libros argentinos tuvieran una mejor distribución continental, porque Mientras otros duermen es un auténtico tesoro libresco por donde se le vea. Las experiencias se extienden a Joan Manuel Serrat, Alejandro Jodorowsky, Miguel Bosé, Jorge Drexler y tantos otros creadores. De todos, Fernando Samalea obtiene recuerdos imborrables y apuntes maravillosos, que van de lo profesional como músico a la estricta melomanía; tal como la concibe Andrés Calamaro: “Nunca me gustó comprar un disco y no escucharlo lo suficiente; ese interés de coleccionista es súper importante. La música convierte la tristeza en algo bonito”.
Lo dicho, Mientras otros duermen… hay quienes viven a puro rock and roll; frenético y seductor.