Mis amigos me han hecho un sticker. Nació de una foto donde aparezco hablándole a alguien al oído. ¿Una galletita? Ahí la pregunta que mis camaradas le anexaron a la imagen. Interrogante puntual si se considera la experiencia que viví hace tiempo, al chutarme una galleta mágica durante un festival de música (las menudencias del asunto están en Manual de carroña).
Es viernes. Estoy echado en la sala de casa, leyendo las ráfagas de locura que expone Rubem Fonseca mientras suena Lady Wray. Me aburro, francamente. Ante la falta de cerveza y la extinción de mis reservas de bacanora, me he adherido a las hordas de amantes del gin. Sin embargo, para hoy guardé unas latas negras de Cabrito que encontré en la bodegas de mamá Lucha. Nada menos que tequila con chesco, una mezcla que funciona si se sube al congelador y se baja cuando está a punto de hielo. Así, propulsa, invita a despegar.
Le calo a la cría de cabra cuando suena mi teléfono. Me buscan en WhatsApp. Abro el chat y suelto la carcajada, reboto en el sillón. Ahí está, el sticker. Es genial. Pienso que las risas escasean últimamente, que vomitar una así de escandalosa está para celebrarse. Invadido por el ocio obligado, me he visto presto a rascarle, además de a los cojones, a los cajones. ¿Qué ando buscando? No lo sé. Uno se la vive buscando, procurado encontrar. El detalle es que la búsqueda se relaciona necesariamente con la huida. Huyes cuando buscas y viceversa. Es como la resaca y las promesas, que suelen ir juntas.
Y vaya, que hurgando en el closet, así como en maletas, cajas y costales, he hallado revistas de colección, libros que pensaba extraviados, monedas de otros países y cartas de amor adolescente. En ello me he hundido por horas, recordando, divagando, ¿buscando? Sin embargo, hace tres días di con algo que jamás consideré; una lata de Faros con su respectivo puñito de orégano dentro. “Vaiavaia”, me dije al descubrir y oler. Luego, guardé el montoncito en ese rincón del ropero donde la abuela de Cri Cri escondía una muñeca con grandes ojos color de mar.
¿Qué ando buscando? No lo sé. Uno se la vive buscando, procurado encontrar. El detalle es que la búsqueda se relaciona necesariamente con la huida. Huyes cuando buscas y viceversa. Es como la resaca y las promesas, que suelen ir juntas.
Ya lo dije, es viernes. Estoy echado en la sala de casa. Y tras ver mi sticker, luego de toparme a mí mismo preguntando por una galletita, me queda claro que es hora de darle fuego a aquel zacate. Es tiempo de que ardan las bardas si el plan es saltarlas. De modo que saco del librero la edición de cincuenta aniversario del álbum blanco bitle, extraigo el blu-ray que contiene y certifico la calidad del tasajo: puedo elegir entre escuchar la obra en DTS-HD Master Audio 5.1 o en Dolby True HD 5.1. Ah prrillo. A lo que te Chencha, truje. Esparzo las boclas, con cuidado, estratégicamente; dispongo de ellas, las acomodo a la altura apropiada, a la distancia correcta. Prendo la lámpara de la mesita, enciendo la calaca veladora y me dedicó a despiojar.
No soy experto en el tema, lejos estoy de serlo. Así que me toma un rato conseguir algo más o menos decente. Permito entonces que el chivito me acaricie el gañote unas vez más, ese brebaje helado, dulce, de tiernos cuernos; después atizo. Y me arranco. Play. “Back in the U.S.S.R.”. Las turbinas de un avión hacen que retumben los vidrios. Me vale, demasiado reguetón he aguantado por parte de mis vecinos a lo largo de la semana. Me resta aflojar la musculatura, dejar que la nave agarre altura; bajar los párpados y entregarme, darme. ¡Parce, qué cosa ésta que pasa. Parcerito, qué rico!
La alta fidelidad no depende de las bocinas, tampoco del poder del láser ni de lo fino de la aguja. En realidad no existen surcos más hondos que los cerebrales. Desde esta perspectiva, eres fiel a la altura conforme alcanzas la justa. Yo voy tendido, voy derecho. “Yer Blues” es mi línea del horizonte. Ahí fui parido, en esa raya; “lo quieras o no así fue”, decían los de Enigma!; nacos vagos, hijos “de madre celeste y padre terrestre”. Altura y hondura, en ello estoy: conceptos sustanciales para despejes y despegues. “Everybody´s Got Something To Hide Except Me And My Monkey”, sobre eso voy: el mejor avión para destrabarse si aterrizar quieres.
Tras semanas de encierro forzoso, con el virus chupando pulmones por montones allá afuera, los estragos van haciéndose notar. No es fácil aguantar vara a solas. “A veces siento como si me estuviera desmoronando”, cuenta Fonseca en Historias cortas. El desmorone. La pulverización. Cuando buscas, lo que llevas a cabo es un esfuerzo por unir algo que ha estallado, algo que está hecho trizas. Dice Dylan que al mundo no se viene a buscar cosa alguna, sino a crear. Pero Bob es extraterrestre; su labor es justo desmoronar a quienes lo atendemos, lo que hagamos luego con nuestras partes no le interesa. Quizá, con un poco de suerte, a su edad yo pueda decir lo mismo sobre el acto creador; de momento, busco.
Vuelvo a Fonseca: “Ando por las calles, buscando. Sí, huyendo también. No voy a decir qué ando buscando, ni de quién estoy huyendo. Sólo puedo decir que busqué en los talleres de orfebrería, en la tienda de bolsas, en las letrinas, en los parques, en los carros estacionados en las calles, en las estanterías de los supermercados y en los puestos de palomitas”. El de Brasil posee una ruta de rastreo, su propio mapa, y me parece muy bien. Por ahora yo ando dentro de casa. “Y a la fecha no me ha ido tan mal”, concreto al fin, al llegar a “Savoy Truffle”, al abrir los ojos luego de un buen rato; “he encontrado revistas de colección, libros que pensaba extraviados, monedas de otros países, cartas de amor adolescente y, lo mejor: este pinche humo cósmico, rescatado de una polvorienta lata de Faros”.