Suspicaz ante cualquier consuelo fácil, el verso emanado de la experimentada pluma de Coronado fluye cálidamente en el mundo discursivo y exigente de la poesía, con una fuerza tan confiable que merece suma atención. La reunión de poemas aquí contenidos se revelan como una mirada de profunda lucidez que nos lleva a un equilibrio trascendente. Lo explico de la mejor manera citando al Calibán de Shakespeare en La Tempestad: “No teman, la isla está llena de ruidos,/Sonidos y dulces tonadillas, que, dan placer y no hieren…”
Material para un canto
Más de una vez el sentimiento
se estremece
al contacto de la aurora;
se amplifican los ojos
para captar del firmamento
la nitidez de sus azules
tenuemente dispersos;
un aroma distinto se levanta
para jugar adivinanzas
con el viento
y de la soledad del pensamiento
algo asciende en nosotros,
acaso la emoción de lo perfecto
que al alcanzar la voz
nos hace que cantemos.
Somos lenguaje y pocos lo entienden. Es difícil de entender que incluso algunos que no lo entienden son escritores. A ellos les recordamos las características de un cometa (fugacidad, intensidad, perduración), aquí el testimonio que deja Coronado (su poesía) es un grafiti personal que estampado en la pared de la conciencia, desata esa especie de rabia que frenética escudriña misterios y estalla en la garganta y en el destino impetuoso de unas fauces en las que ser devorados es el ritual.
La cotidiana maniobra del asedio
Desde su primera publicación, hace ya casi cuarenta años, Eligio Coronado nos demostró que la eternidad cabe en un destello. Con el tiempo se convertiría en uno de los escritores más prolíficos de la literatura que se escribe en este árido reino. Su obra abarca, además de la poesía, el teatro la novela y el cuento, una infinidad de ensayos, reseñas y antologías sobre la poesía de Nuevo León, siendo de estos trabajos el más importante un libro completísimo llamado Antología de la poesía Nuevoleonesa publicado en 1993 que reúne la obra de 105 autores. Desde Juan Bautista Chapa (1630-1695), considerado el poeta más antiguo del estado con obra conocida, hasta autores nacidos en los años sesentas del siglo XX.
Eligio continua animando de muchas maneras a la literatura regiomontana, haciendo ciclos de lecturas, entrevistas y sobre todo leyendo a los autores regiomontanos (se dice que posee la más completa biblioteca especializada de Nuevo León). Era obligado en los años noventa del siglo XX visitarlo en la Capilla Alfonsina y después en el CRIPIL en la casa de la cultura de Nuevo León, para conversar sobre los aconteceres de la literatura regiomontana. En estos años se adentró en las minificciones y ha publicado varios títulos al respecto.
De su poesía en general se destaca un atisbo de sabiduría que viene a rubricar la íntima validez no solo de las alegrías del ser sino de las angustias que algunos pueden considerar retóricas (en referencia al tema). Pero, a mi parecer, el abordar ángulos felizmente diversos y no siempre complacientes son prueba definitiva de la permanencia de un autor. Asediar cotidianamente y que los ojos chorreen preguntas como si fueran lágrimas, y así podemos llorar de alegría o de tristeza para limpiar nuestra visión que generosamente Eligio desde siempre intenta ampliarnos.
Todo requiere un vértigo
En este libro titulado Cálido flujo se recopila solo una parte de su obra poética. A petición del autor se seleccionaron cuarenta y tres poemas poemas de cuatro de sus siete libros de poesía publicados hasta ese momento (2004); en ellos podemos descubrir que el autor es pretencioso, ya que intenta (y logra) dotar de luz a todas las cosas: Así notaremos más las líneas, las formas, los colores y estaremos informados de que nada nos impide ser unos iluminados por el simple hecho de nombrar y renombrar las cosas. Elaborada la verdad, ¿qué nos queda? ¿Afirmar la categoría telúrica de nuestro espíritu? Sintámonos obligados a percibir lo encendido y lo no encendido en nosotros, para que este cálido flujo recorra los caminos adecuados y nos ponga en evidencia; como pone a su autor (Eligio eligió bien) quien apuesta por una astronomía razonable, donde siempre será requerido el vértigo: ese que nos dice a qué altura nos encontramos, aunque tengamos los pies en el suelo.