Cada latido es diamante en sus límites.
Dulce María González describe una ciudad interior que ruega su amor entre cerros, y reza, una ciudad hambrienta, herida desde siempre, pero que resplandece y siempre nos provoca encuentros. Somete con sus versos a Monterrey a una crítica desde su origen, es decir, desde su fundación misma y no se equivoca. Con su mirada, con sus ojos (de santa) explica las atmósferas que oprimen a esta tierra. Ojos de santa es un canto de amor y desesperación al mismo tiempo, es lo que nos mereceremos, nos merecemos todo.
Ciudad en el pantano de la carne,
fiebre en el cuerpo del animal
la pústula brota en su mirada
y el despertar es un ruego,
unos ojos de santa,
de víctima cuando humedece la herida,
con su lengua refresca el dolor de las calles:
gangrena de edificios,
lenta carne de óxidos
y en lo alto su mirada hacia las nubes;
ojos que hienden el aire,
ojos de súplica
almendras en medio del espasmo.
(Amanecen las sombras, fragmento, pág. 21)
Se derrama la carne de los incontenibles, de los apasionados.
“Avanza la escritura y florecen sus islas”, cita González en uno de sus versos. La escritura de Dulce María en este libro no encumbra los atributos de la ciudad, la recorre y narra su barbarie eterna. Versos donde aparecen los achaques más visibles o más ocultos de la urbe: la trivialidad, el tedio, la ambición, los momentos que alteran o conforman los días citadinos, Ojos de santa es el descontento de la ciudad insólita visto desde los laberintos de la introspección.
Ciudad fiera de pasiones contenidas
Otro libro que formó parte del hermoso pretexto de la celebración de los 400 años de la fundación de Monterrey contiene además un prólogo de David Huerta y unas ilustraciones de José Luis Cuevas (que están insertadas en algunas páginas y que por momentos complican la lectura ya que se amontonan con los textos).
Ojos de santa es un homenaje dulcemente doloroso. Es cierto, no son pocos los autores regiomontanos que le dedican unos versos a este árido reino. Dulce María González dejó una obra que merece la reedición por su calidad y su pasión, y que incluye desde la crítica teatral hasta la poesía pasando por la novela y el cuento y por su puesto sus colaboraciones en el periódico con artículos y ensayos. Alguna vez platique con Dulce sobre este libro, y le dije que lo leí en las calles de Monterrey, caminando por sus plazas. Que en un puente peatonal subrayé algunos versos, que mi lectura se mezcló con los olores de las alcantarillas y de una panadería y de un mercado, y con el ruido de unos niños en su hora de descanso en la escuela; también con el ruido del tráfico vehicular y con el silencio de la noche acalorada de un verano regio. Recuerdo que le gustó mi experimento de lectura y que me citó este verso:
Ciudad,
fiera de pasiones contenidas,
furia de ángeles cuando se incendian las plazas;
brama la bestia desde la muchedumbre,
tiembla el deseo en sus labios, se contiene
otra pulpa dilate en ellos
humedades.
(el otro espacio, fragmento, pág. 33)
Tormenta de labios.
La ciudad enunciada, la ciudad riesgo, la ciudad mito, la dulce ciudad de Dulce, fotografiada. Poemas inmensos como una tormenta de labios que nos besa, un libro regio para regiomontanos al que deben de asomarse también sociólogos y políticos y urbanistas para que puedan descubrir las pesadillas y los deseos que conforman a Monterrey, ciudad que en su propio espacio modifica sus límites, así como la poesía misma.