La juventud es el segmento poblacional más olvidado, y carece de políticas públicas. Es ahí donde la preparatoria tiene una función social que va mucho más allá de lo académico.
Por: Alejandro González
Hace días, al caminar por el centro de Monterrey, un chavo de pantalón tipo brincacharcos, calceta blanca y zapato negro, me entrego un volante que decía: “¿15 años? ¡Termina tu prepa en un examen!” No dudé en hablar con él y hacerme pasar por el padre de un adolescente para pedir informes. “No se preocupe”, me dijo. “Aquí le damos la guía contestada, y su hijo pasa porque pasa”.
No pude evitar pensar en todo lo que se perderán quienes tomen el atajo propuesto por la misma SEP, ya que ahora puedes obtener tu preparatoria por medio de un examen. Sí. Por medio de un solo examen.
Todos alguna vez hemos escuchado acerca del sistema Ceneval en México. El Ceneval es una asociación civil creada en 1994 que diseña, elabora y aplica evaluaciones de distintos tipos. Sus decisiones pasan por una asamblea general que está constituida por instituciones educativas (ITESM, UNAM) colegios profesionales, autoridades educativas (SEP) y organizaciones civiles.
En el año 2000, con base en el artículo 64 de la Ley General de Educación, se crea el acuerdo secretarial 286 que permite la certificación de estudios por medio de un examen. Este acuerdo buscaba en principio reducir la brecha educativa en una generación que se encontraba evidentemente rezagada: Estaba dirigido a personas mayores de 26 años que habían adquirido conocimientos en forma autodidacta o por experiencia laboral, pero no contaban con estudios de preparatoria. Una decisión acertada en su momento.
Con el paso de los años la edad permitida para acceder al examen fue bajando y con ello su intención de origen parece desvanecerse. Así, pasamos de 26 a 21 años en el sexenio de Felipe Calderón. Y en 2017, durante el sexenio de Peña Nieto, se modificó el acuerdo 286 para permitir a los menores de edad acceder al examen.
Desde que el bachillerato se volvió obligatorio, las empresas que antes solicitaban certificado de secundaria como requisito mínimo de estudios, ahora solicitan preparatoria. ¿Esta decisión tendrá que ver con nutrir a un mercado laboral de manera más rápida y económica? Al leer la convocatoria para presentar el examen veo que uno de los requisitos para los menores de edad es el aval del padre o tutor. El padre se enfrentará a una encrucijada cada vez más frecuente: la económica. Estudiar el bachillerato en la UANL tiene un costo promedio de 22 mil pesos por los dos años. El costo del examen del Ceneval es de 2 mil 680 pesos. ¿Tengo o no tengo? ¿gasto o no gasto? ¿Invierto en educación? La certificación se abarata, la educación se encarece.
Aun así, quienes han presentado el examen Ceneval estarán de acuerdo en que no es un examen sencillo. Es un examen general que evalúa conocimientos y habilidades. ¿Estarán preparados los jóvenes que vienen saliendo de secundaria? Probablemente no. Tendrán que prepararse en alguno de los tantos centros de asesorías que proliferan en la ciudad.
La juventud es el segmento poblacional más olvidado, y carece de políticas públicas. Es ahí donde la preparatoria tiene una función social que va mucho más allá de lo académico. Tiene una natural condición vocacional por la edad en la que transcurre. Su importancia radica en acompañar a miles de jóvenes en una etapa siempre complicada: la adolescencia. Ahí se encuentra su fortaleza y su verdadero sentido educativo, en su capacidad de mostrarles un futuro más cercano a sus intereses, a sus gustos, y ¿por que no? comprenderlos. Más allá de su limitado contenido académico, es un proceso de autodescubrimiento necesario. Se construyen lazos importantes. Y es, en muchos casos, una de las etapas más divertidas en la vida estudiantil. Reducir todo esto a un examen es un absurdo. Una decisión que atenta contra el desarrollo integral de la juventud.
Con este tipo de decisiones, el mensaje del gobierno mexicano es bastante claro: la educación es un asunto meramente estadístico. El aprendizaje, el conocimiento y el pensamiento crítico son conceptos sin intenciones de convertirse en acciones. Hasta hoy no he encontrado algún argumento o discurso de las autoridades que justifique esta decisión, pero realmente quiero conocer las razones. ¿Esta es la respuesta del Estado a su obligación de proveer educación?
Una juventud certificada pero carente de educación parece ser que es lo que buscan. Una nueva generación que no pase por las aulas, no construya, no aprenda, no critique. Como una línea de producción que rápidamente forme parte de la masa laboral y las estadísticas que tanto presumen y que lo haga ¿en silencio y formadita?