A mediados del siglo XX un puñado de pioneros recorrían los lugares más recónditos de Latinoamérica en busca de la memoria sonora de los pueblos. Pero no sólo había académicos de universidades e institutos: muchos cantores también emprendieron el camino en busca de esos músicos olvidados en pueblos y rancherías.
En la Argentina, una de ellas fue Leda Valladares. Se enamoró del canto con caja al escucharlo bajo su ventana una noche de carnaval en la provincia de Salta. Contó alguna vez: “Me desvelaron tres mujeres que se detuvieron frente a mi balcón. Yo nunca había oído hablar de la baguala y entonces me parecía que tenía que ser algo muy misterioso, muy poderoso. Después de escucharlas me prometí recuperar semejante regalo de la tierra. Eran rastros de una canción que tenía muchos siglos y se estaba descolgando, estaba desapareciendo”.
Leda nació en 1919 y se formó en el jazz, pero su encuentro con el folclore fue determinante. El canto con caja del norte argentino es una de las expresiones más crudas y emocionantes de la música latinoamericana. En sus diversos estilos (bagualas, tonadas, vidalas) se sirve sólo de la caja chayera y la voz para desplegar una música de profundas resonancias rituales.
Así, la labor de Leda a lo largo de varias décadas, estuvo centrada en el rescate del folclor argentino. No sólo del canto con caja, sino de otros géneros populares de las provincias. Su trabajo queda reflejado en la serie de discos Mapa musical de la Argentina, editada en los años sesenta y setenta en vinilo, y reeditada en CD posteriormente por Discos Melopea y el Centro Cultural Rojas. Leda falleció en 2012 en un asilo de ancianos en Buenos Aires, luego de padecer alzheimer por varios años. Final triste y paradójico para quien decidió entregar su vida a preservar la memoria de los pueblos.
A cien años de su nacimiento, su legado no sólo se refleja en la labor de los investigadores y cantores que formó, sino en su aportación al cancionero nacional de la Argentina. Coplas y versos que siguen vivos en canciones infantiles, grupos de rock y creadores interdisciplinarios.
Ya desde los años ochenta, su vínculo con el rock rindió frutos con el álbum Grito en el cielo, donde participaron músicos como Fabiana Cantilo, Fito Páez, Gustavo Cerati, Pedro Aznar y Federico Moura, interpretando coplas recopiladas a lo largo de sus años de trabajo. También sirvió como asesora en el legendario disco De Ushuaia a La Quiaca, de León Gieco y Gustavo Santaolalla.
Sólo era cuestión de tiempo que sus caminos se encontraran con los de la música electrónica. Y no podía ser de otra manera que con músicos como Chancha Vía Circuito y El Remolón, quienes encendieron la noche porteña desde la década pasada con su fusión de música electrónica con folclore y cumbia.
El camino de Leda es un proyecto que se planeó con un par de años de antelación al centenario de su nacimiento, en la que participaron los sellos Fértil en Buenos Aires, y Folcore Records en Barcelona. Se trata de un proyecto multidisciplinario que en sus presentaciones buscan retomar la memoria del canto con caja para ponerlo a dialogar con los discursos de la música electrónica, el arte digital y la danza. En este caso empleando coplas y versos recopilados por Leda Valladares a lo largo de los valles y quebradas de la Argentina durante el siglo XX.
El álbum reúne a un grupo de productores de conocida trayectoria, sobre todo bajo el sello ZZK. A Chancha y El Remolón (quien funge como productor ejecutivo) habría que agregar a Tremor y King Koya, pero también aparecen otros nombres de la folktrónica como San Ignacio, Jin Yerei, y el rosarino Pol Nada. A ellos se une una serie de voces que dialogan con el canto ya sea desde la copla tradicional (Bárbara Silva y Miram García, alumna de Leda Valladares), el folclore (Soema Montenegro, Charo Bogarín de Tonolec), o el rock y el pop (Shaman Herrera, Sofía Viola, Jazmín Esquivel).
El resultado es un disco diverso y enriquecedor, con tracks que iluminan versos que podrían haberse perdido en la inmensidad del tiempo y del aire. La electrónica se mezcla con los instrumentos análogos y las percusiones generando paisajes generosos, como en “Sobre las flores”, de King Koya y Sofía Viola, cuyos tambores parecieran rememorar una banda de sikus en procesión en una Tilcara distópica. O en “Ay, Pajarillo”, donde la voz de Pol Nada parece emerger -fantasmal y dolida- de un empolvado disco de 78 rpm que suena desde el futuro. Al final, “Adiós pueblito de Iruya” de El Remolón y Bárbara Silva, nos conecta con León Gieco y Gustavo Santaolalla, cantando solitarios por las calles de aquel pueblito en las montañas de Salta en De Ushuaia a la Quiaca. Un mismo canto, origen y futuro a la vez. El legado de Leda Valladares sigue vivo y en constante transformación.