Una de las plumas surgidas en los ochenta en España fue la del caricaturista Miguel Gallardo (Lérida, 1955), que de la “movida madrileña” en revistas underground como El Víbora brinca a The New York Times y a la portada de The New Yorker. Ahora revela su faceta de padre de una niña autista mediante sus libros María y yo y María cumple 20 años (Editorial Sexto Piso, 2018) de la que existe también un documental dedicado a crear consciencia sobre este padecimiento.
¿Cómo pasaste de la irreverencia de los años ochenta con El Víbora a una historia tan íntima como María y yo?
Tiene y no tiene que ver porque básicamente yo no hubiera hecho a María. Nos tocaron unos años muy divertidos, aparecimos justo en el momento, fue mágico y posible cuando murió el dictador porque no había una tradición de cómics. De alguna manera realista se hablaba en la calle de cosas desde hace un montón de años que pasaban en el país y enseguida estábamos dibujando y creando para la gente que tenía nuestra misma edad. Fue una conexión inmediata y tuvimos oportunidad de tener continuidad, pudimos desarrollar cada uno su carrera y estilo. En la vida pasan cosas, uno se separa, se vuelve a juntar y las circunstancias cambian. En 1985 hicimos al personaje “Makoki” y todavía hay gente que me habla para hacerlo de nuevo, pero la realidad es bastante otra.
¿Cómo influye una niña en la vida de un historietista? Hay otros casos semejantes al tuyo con Peter Kuper, Bef o Liniers que dibujan a sus niñas.
Todos los hijos cuando llegan es un trastorno total y te pone patas arriba, y más con los dibujantes, que tenemos una vida muy rutinaria y ordenada. La paternidad es algo misterioso. No es que yo hubiera tenido una vocación de ser padre y al final pasó y apareció María. En el caso de ella todavía más que en otras circunstancias porque me encontré con una persona con la que a veces era difícil comunicarme y tuve que hacer un esfuerzo y descubrimos que el dibujo era una buena forma. Empecé a hacerlo con ella y luego intenté comunicarlo con la sociedad.
Mostrar un fragmento de la vida privada no es fácil, ¿lo consideras catártico?
Sí. El libro era un cuaderno de viaje tal cual. Es una historia que tenía que contar en algún momento de mi vida y lo dejé en mi cabeza, si lo hubiera hecho a los cinco años hubiera sido muy diferente, triste. El mundo ya está lleno de historias tristes y creo que la pena y la compasión son emociones que se diluyen en cinco minutos, no ayudan a la comprensión. Cuando hice ese cuaderno, no fue con la intención de ser publicado, sólo circuló entre los amigos y familia, pero vi la reacción de la gente y pensé que era una buena forma de explicar a María, no al autismo.
¿Has dedicado tu trabajo a algún otro episodio personal?
Ya hice un álbum de mi vida en 1998: Un largo silencio, sobre mi padre, un militar en la Guerra Civil. Fue una historia antes de María. El último álbum que cuenta mis aventuras de viaje.
¿Cómo ha influido esa otra parte de tu vida en que tu padre incursionó en la Guerra Civil?
Influyó porque él estuvo en silencio durante 40 años, no hablaba de la guerra hasta que murió Franco y empezó a hablar hasta los codos y así consideré que se callara. La conclusión que tuve fue que no tenía miedo a la vida. Le han pasado cosas que nosotros no teníamos ni idea. Fue una especie de reconciliación muy bonita con su pasado. Estaba emocionado con su historia, lo respeto mucho porque era una persona buena, con buenos valores. Estuvo en el bando republicano, los que perdieron.
¿Cómo es que un ex soldado tiene un hijo caricaturista?
Mi padre era instructor de matemáticas, y que yo quisiera dedicarme al cómic fue lo más bajo del escalafón de la evolución humana para él. En toda mi familia no había nadie que tuviera alguna inquietud creativa, así que tuve que hacerlo solo. No había nada más importante en mi vida que el dibujo, eso me defendía en la escuela, en casa. Empecé con la ventaja a diferencia de lo que la gente quería hacer. Necesité cabeza dura y testarudez. No he trabajado en nada que no sea el dibujo y mi padre no lo acababa de entender; él no se lo tomaba tan en serio.
Sé que tuviste una fuerte aceptación con María y yo en Polonia
Fue brutal, me recibieron con un beso en un enorme palacio de estos ex soviéticos y había 200 madres de niños autistas con el libro en polaco. Fue en un viaje a Varsovia por tres días. Y eso que yo no tengo idea del polaco y es otra cultura diferente.
¿Cómo crees que hubiera sido todo si María hubiera sido un varón?
Tu vida cambia porque la persona que todo mundo esperamos: una hija que estudie, acompañarla a la escuela, que te enfades por el primer novio que tiene, que te dé nietos y eso no está. Lo que tengo a pensar es que el mundo del autismo es un proceso de duelo y aceptación de la persona que está a tu lado. No me hubiera importado si hubiera sido varón o niña. Ser padre no estaba en mis planes, pero María para mí es una princesa.