Luis Miguel, el ídolo, el único, camisa negra italiana, el cabello con unas patillas muy a la moda de los setentas, sonrisa impecable, y un aire de dueño absoluto del escenario en México, regresa a sus orígenes en el foro del Auditorio Banamex.
Por: Gabriel Contreras
Como que ya no es el que siempre fue
“Es que te lo juro, amor, en Facebook leí que cada día se parece menos Luis Miguel a Luis Miguel. Yo le veo la frente un poco rara, y la sonrisa digo yo como que ya no es la misma”, eso lo asegura una morena de 1.75, blusa muy ajustada, roja, pantalón de mezclilla con acabado en holanes, roto de fábrica. Ella está en la fila D, Área Perfiles. Y el novio, o su amante, o su marido, ni sé ni me importa, él la mira con su cerveza fría en la mano, y le responde con un beso y una sonrisa que se debate entre el rencor y el aborrecimiento. Porque ya lo ves, la vida es así, a veces es difícil definir los gestos por lo que son, que al decir una cosa acaban por decir otra, como ocurre siempre en El Chavo del 8. Después de todo, el hecho es que él pagó por ver al único, al incomparable, al exitoso Luis Miguel con su frac, su mariachi, su combo de jazz, con big band o con un trío, el hombre pagó por el paquete completo, y sería de veras un absurdo pensar que el ídolo ya no se parece a sí mismo. “Esto que ella dice no me late”, piensa él -tal vez, yo no lo sé de cierto- en el fondo de sus más profundos adentros. Y replica, al ratito, en silencio, lo supongo: “Luis Miguel es Luis Miguel, con cirugías, con una dosis de botox siempre renovada, con peluquín, sin camisa o como sea. Es Luis Miguel, a mí no me vengan, eso no tiene cambio ni discusión ni remedio: él es él”. Y es cierto: porque este hombre ya muy entrado en años, es el mismo que cantaba en italiano con su pelito rubio y sus movimientos a lo Elvis, es el huerquito que derrumbó a patadas la fortaleza del talento de Emmanuel, Mijares, Felipe Gil, Gualberto Castro y Napoleón. Es el que llenaba la última media hora del programa de Raúl Velasco, el mismo que compartió las sábanas con Kate del Castillo, ¿con Lucerito?, con Aracely Arámbula, Mariah Carey, Sofía Vergara. Ese muchacho rubio, usuario preferencial de las portadas de Hola, y en los últimos años usuario frecuente de TV Notas.
Cómo negar que es un genio
“Tú, la misma siempre tú, amistad, ternura, qué sé yo”. Luis Miguel se tomó una pausa peligrosa. Durante un largo período, fue incapaz de competir consigo mismo, de modo que México en la piel solo vino a ser continuado por México por siempre, después de siete años. En realidad, vivió una larga crisis creativa, que sin embargo no lo borró de los escenarios. Luis Miguel es, más allá de todo contratiempo, una de las piezas fundamentales en el más portentoso mural imaginable de la cultura mexicana. Los Niños Héroes, Cantinflas, AMLO, La Doña, López Dóriga, Tin Tan, Luis Echeverría, Raúl Velasco, el Indio Fernández, González Camarena, El Chapo Guzmán, Luis Videgaray, Palillo, Guillermo del Toro, Pedro Infante, Marcelo Ebrard, Salinas, Mancera, Alex Lora y Luismi… todos ellos, infaltablemente, estarían apretujados en ese gran fresco que, si Diego El Sapo viviera, impondría tal vez en un muro del Hotel Nikko, o en un café oriental de Avenida Lázaro Cárdenas, o en una casa muy escogida de Tlalpan o en el mismo San Ángel Inn.
[perfectpullquote align=»left» bordertop=»false» cite=»» link=»» color=»» class=»» size=»»]Fue un niño prodigio cuando era menor de edad, un joven ídolo entre los ochentas y los noventas, pero ha sido -ante todo- el eslabón perdido entre el furor de Siempre en Domingo y el arranque del siglo XXI.[/perfectpullquote] Él es Luismi para los que lo quieren. El sol, Luismirrey. Fue un niño prodigio cuando era menor de edad, un joven ídolo entre los ochentas y los noventas, pero ha sido -ante todo- el eslabón perdido entre el furor de Siempre en Domingo y el arranque del siglo XXI. Bebu Silvetti, que ya murió, y Armando Manzanero, que todavía no, supieron guiarlo en los secretos de la generación de un estilo único y la reiteración de un éxito tras otro: maestros en al arte del reciclaje y el sentimentalismo. Cada uno le trasmitió algo de sus dones, uno por ser muy argentino, el otro por ser muy yucateco, tan afecto a Juan Acereto, a la cochinita pibil, a la sopa de lima, pero sobre todo tan afecto al amor sin barreras. Hoy, David Martínez vigila con infinito esmero su desempeño junto al Mariachi Vargas, y se encarga de que Luis Miguel apueste plenamente por los sones del mariachi, el nacionalismo y un repertorio que evoca a Jorge Negrete y el Río Papaloapan.
“Yo le he dicho a Mickey –así me lo decía Manzanero en una vetusta entrevista para la televisión, en esa oficina tan suya, adornada con caballos de madera y sillas de peluquería– ¿para qué arriesgarse, para qué experimentar? Vamos, Mickey, vamos andando sobre lo mejor de Álvaro Carrillo, de César Portillo de la Luz, vayamos a los grandes, vamos al tango, a nuestro bolero, y así se produjeron los mejores discos de Mickey. Claro, Mickey es un genio, cómo negar que es un genio, eso es algo que nadie lo podría negar”.
Óscar Zensei, guitarrista regiomontano, ha participado en varios conciertos de Luis Miguel y así lo evoca. Nos dice: “Me tocó hacer el trabajo de abridor con Conspiración, y te puedo asegurar que Luis Miguel es un artista perfecto. Si pensamos en su voz, tenemos que hablar de un superdotado, porque su técnica vocal es impecable, su presencia en el escenario es impresionante. Vaya, Luis Miguel es el mejor artista de la música en México en los últimos años, está muy claro que los superó a todos, porque a los veinte años ya era el mejor, pero, además, no veo quién pudiera ocupar su lugar, quién podría sucederlo”.
Por debajo de la mesa
Hablando claro, Luis Miguel de verdad cantaba muy bien y mejor que nadie, era un jilguero en su infancia, algo así como una especie de Joselito mezclado con Raphael. Lo hacía de maravilla, y sus conciertos siempre eran cosa de tumultos, desmayos, muchachas imaginándolo entero, por la puerta de entrada y por la trastienda. Sus conciertos eran coronados por hombres cuya identidad sexual trastabillaba al contacto con el ídolo, y ojos que –en efecto– daba pánico soñar. Hoy, las mujeres se agrupan para asistir a su concierto, son muchas, muchísimas las mujeres que acuden acompañadas de mujeres. Y alguna de ellas rompe las reglas. A los tres minutos del concierto grita: “Cógeme”. Mientras tanto, él se apodera apenas del ritmo del concierto, y ella ataca de nuevo “Cógeme”. Las risas se pierden frente al sonido del combo.
[perfectpullquote align=»right» bordertop=»false» cite=»» link=»» color=»» class=»» size=»»]Todo fue un portento del arte hasta que llegó aquel famoso episodio del Auditorio Nacional: ese fatídico episodio del 2015, en el que Luis Miguel, afónico, afectado, repentinamente impotente, sumergido en no se sabe qué perniciosos consumos, se vio obligado –por primera vez– a cancelar una noche en el DF[/perfectpullquote] Y sí, todo fue un portento del arte hasta que llegó aquel famoso episodio del Auditorio Nacional: ese fatídico episodio del 2015, en el que Luis Miguel, afónico, afectado, repentinamente impotente, sumergido en no se sabe qué perniciosos consumos, se vio obligado –por primera vez– a cancelar una noche en el DF, luego en Monterrey, y luego, como un Cristo mítico, desapareció de los ojos de la humanidad, para volver no tres días sino tres años después. Claro, la cosa ya se veía venir desde uno de sus conciertos en Viña del Mar, en el que Luismi se detenía, agotado, y extendía el brazo hacía el público, esperando a que el público cantara las notas altas de “La Barca”. O sea que aquello parecía el ocaso del patriarca, algo se arrastraba por debajo de la mesa.
¿Qué decía el Monsi?
A principios de los noventas, el cronista de San Simón 62, entre los gatos de su estudio de la Colonia Portales, escribía “La noche bonita de Luis Miguel”, y nos mostraba a Luismi como un sinónimo de juventud, energía y dinamismo. Claro, Carlos Monsiváis, enamorado de todo hombre sexy que apareciera en su camino, veía en Luis Miguel al gran símbolo sexual de México, comparable quizás solo a Pedro Infante en su apogeo, o a Juan Gabriel años después. Pero hoy, ¿qué diría Carlos Monsiváis, si viviera? Diría tal vez que Luis Miguel forma parte de nuestro patrimonio nacional, y que su sonrisa merece ser parte del Museo Nacional de Antropología e Historia, como la gabardina de Cantinflas y el sombrero agujerado de Capulina. Pero Monsiváis ya no está y alguien tiene que anotar urgentemente que Luis Miguel ya no es dueño de ese poder de seducción porque las verdaderas jovencitas de hoy se refieren a él como “un ñor que canta”, y son las mamás y las abuelas las que defienden su condición de ídolo a capa y espada.
Han pasado muchos años y la crónica colectiva de Luismi tiene que seguir siendo escrita, aunque ya algo adelantó Monsiváis en su momento, y hasta el maestro Víctor Roura –un periodista de alto calibre, si los hay– una vez se le acercó, y le preguntó impunemente qué libros había leído. Esa vez, claro, Luismi le respondió orgulloso que “ninguno”. Porque el Sol es así, tan arrogante, tan orgulloso, tan dueño de si mismo, y sobre todo tan mamón y tan ajeno a todo producto cultural que no sea él mismo.
Hoy hoy hoy
Y helo aquí esta noche, tan orondo, tan propio, tan dueño de sí mismo, tan Luis Miguel en el foro, cantando igual -o mejor, no sé- que en Las Vegas, accediendo una vez más a su renovación de “Llamarada” transformada en son jaliciense, y “Soy lo prohibido” convertido en bolero ranchero. Creatividad pura y pura creatividad. Helo aquí, escudriñando la memoria sentimental de México y dejando muy clara su tesis: “Hay dos cosas en mi vida. Una, mi música. Dos, mi público”.
Otros datos confirman a Luis Miguel, también, como un “ñor”, un producto perfecto apto para chavorrucos, que ni siquiera llegó al mundo de los sintetizadores y los midis, y apenas accedió a un teclado Yamaha y un piano de salón de la misma marca. En fin, que no tiene actualidad, pero sí tiene siempre a una rubia polaca de 1.80 en sus brazos, y cuentas que ofrecen una sumatoria de 145 millones de dólares en bancos de Estados Unidos, y ese afán de permanecer en el gusto de todos, que lo ha obligado a ir del bolero al tango y del tango a la balada en la terrible y laboriosa rutina de seguir siendo una estrella.
“Te voy a olvidar, palabra de honor”, resuena en el aire. Y mientras tanto Luis Miguel, el ídolo, el único, camisa negra italiana, el cabello con unas patillas muy a la moda de los setentas, sonrisa impecable, y un aire de dueño absoluto del escenario en México, Luis Miguel regresa a sus orígenes en el foro del Auditorio Banamex, en Monterrey, y afuera… afuera seis camionetas blindadas esperan a alguien con las luces y los motores encendidos.