Si ‘el uso del masculino con valor genérico implica un trato lingüístico discriminatorio’ ¿cómo han de reaccionar las mujeres que no perciben en él tal discriminación?
Por: Elena Santibañez
El problema del lenguaje incluyente es que excluye la ortografía, la sintaxis y la semántica. También la inteligencia.
A principios de los ochenta, Cindy Lauper cantaba “las chicas sólo quieren divertirse” y su voz era reproducida en la radio, en las discotecas, en las fiestas, y coreada por los jóvenes de mi generación. Actualmente esa frase podría ser acusada de promover los estereotipos de género y contribuir a la reproducción de las hetero-normas que sostienen al patriarcado. Porque hoy día muchas mujeres se ofenden si las llaman “chicas” y ya no quieren divertirse sino ser vistas, porque sienten que la lengua española en cada frase las ningunea, las oculta, no les da su lugar. Tal es el punto de partida del informe titulado «Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer», redactado por Ignacio Bosque y suscrito por todos los académicos numerarios y correspondientes, que asistieron al pleno de la Real Academia Española [RAE] celebrado en Madrid el 1 de marzo de 2012.
Dicho documento expresa una gran preocupación ante la proliferación de guías de lenguaje no sexista, en las que “sus autores parecen entender que las decisiones sobre todas estas cuestiones deben tomarse sin la intervención de los profesionales del lenguaje, de forma que el criterio para decidir si existe o no sexismo lingüístico será la conciencia social de las mujeres o, simplemente, de los ciudadanos contrarios a la discriminación”, lo cual hace pensar en algo tan absurdo como poner en manos de los ciudadanos con más alto sentido de la justicia, la redacción modificación y aplicación de las leyes, y no en las de los especialistas en jurisprudencia.
De acuerdo con el análisis de nueve guías circulantes en aquel momento en España —cuyos criterios no son privativos de ese país sino reconocibles en otros incluido el nuestro—, el académico Ignacio Bosque señala que todas coinciden al “extraer una conclusión incorrecta de varias premisas verdaderas, y dar a entender a continuación que quien niegue la conclusión estará negando también las premisas”. Citadas aquí de manera sucinta, dichas premisas son: 1) El hecho de que existe la discriminación hacia la mujer en nuestra sociedad. 2) La existencia de comportamientos verbales sexistas. 3) El hecho de que numerosas instituciones autonómicas, nacionales e internacionales han abogado por el uso de un lenguaje no sexista. 4) La necesidad de extender la igualdad social de hombres y mujeres, y lograr que la presencia de la mujer en la sociedad sea más visible.
“De estas premisas correctas, en cierta forma subsumidas en la última, se deduce una y otra vez en estas guías una conclusión injustificada que muchos hispanohablantes (lingüistas y no lingüistas, españoles y extranjeros, mujeres y hombres) consideramos insostenible. Consiste en suponer que el léxico, la morfología y la sintaxis de nuestra lengua han de hacer explícita sistemáticamente la relación entre género y sexo, de forma que serán automáticamente sexistas las manifestaciones verbales que no sigan tal directriz, ya que no garantizarían ‘la visibilidad de la mujer’. […] Si no se acepta el razonamiento, se estará impidiendo al lenguaje ‘que evolucione de acuerdo con la sociedad’, de forma que mantendremos una serie de ‘hábitos que [lo] masculinizan […], lo que expulsa a las mujeres del universo simbólico’. Caeremos, en suma, en el ‘pensamiento androcéntrico, ya que la utilización de esta forma de lenguaje nos hace interpretar lo masculino como lo universal’.”
Con variados ejemplos y detalladas explicaciones, el también catedrático de Lengua Española de la Universidad Complutense de Madrid muestra la confusión prevaleciente en las guías revisadas entre el lenguaje sexista y el género lingüístico. Para ello cita a Álvaro García Messeguer, autor del libro «El español, una lengua no sexista», donde menciona que “son sexistas, y por tanto discriminatorias, frases como ‘Los ingleses prefieren el té al café, como prefieren las mujeres rubias a las morenas’, pero también aclara que no lo es, en cambio, formar construcciones genéricas con artículos determinados o cuantificadores en masculino, como: ‘Todos los que vivimos en una ciudad grande’. Aplicando el verbo visibilizar en el sentido que recibe en estas guías, es cierto que esta última frase ‘no visibiliza a la mujer’, pero también lo es que las mujeres no se sienten excluidas de ella”.
Y aquí viene un planteamiento realmente interesante y digno de ser visto con detenimiento: “Si ‘el uso del masculino con valor genérico implica un trato lingüístico discriminatorio’ ¿cómo han de reaccionar las mujeres que no perciben en él tal discriminación? En efecto, ¿qué se supone que ha de pensar de sí misma una mujer que no se sienta excluida de la expresión: Se hará saber a todos los estudiantes que… ”, porque al asumirse como parte de “los estudiantes” y no sentirse impelida a exigir que se mencione a “las estudiantas” será automáticamente rechazada por ese sector de la sociedad que sí está sensibilizado respecto de la discriminación y anda por la vida con un chip integrado que le ayuda a detectar sexismos lingüísticos, micro-machismos y traidores a la causa.
“Nadie considera controvertida la propuesta de extender la formación de pares morfológicos a los nombres de profesiones y cargos (ingeniero-ingeniera, etc.), hoy universalmente aceptada. Aun así, no parecen admitir estas guías que una profesional de la judicatura pueda elegir entre ser jueza o ser juez, ni que una licenciada en Medicina pueda escoger entre ser llamada médica o médico, a pesar de que se ha constatado en múltiples casos que existen preferencias geográficas, además de personales, por una u otra denominación.”
Entonces, cuasi por arte de magia, los defensores de la “visibilidad femenina” convierten en “la mujer invisible” a cualquiera que no esté de acuerdo en que el lenguaje se vuelva un galimatías indescifrable donde “todos y todas” sean reiterada e innecesariamente nombrados en aras de una igualdad artificial, lograda con base en la dilución de los matices que dan significado a los vocablos de nuestro riquísimo idioma. En relación con esto, el documento del que venimos hablando, sugiere: “Un buen paso hacia la solución del ‘problema de la visibilidad’ sería reconocer, simple y llanamente, que, si se aplicaran las directrices propuestas en estas guías en sus términos más estrictos, no se podría hablar”.
Si de manera escrita resulta difícil leer frases con palabras desvirtuadas, si esto se intentará llevar a la expresión oral, el resultado sería catastrófico. Transformar una lengua tiene que ver con largos procesos que implican una multiplicidad de factores. Por ello “llama la atención el que sean tantas las personas que creen que los significados de las palabras se deciden en asambleas de notables, y que se negocian y se promulgan como las leyes”, como si la semántica se sustentara por mayoría de votos.
En esencia, las dieciocho cuartillas que componen el informe suscrito por los académicos de la RAE —que vale la pena leer y, aunque usted no lo crea, no le resultará aburrido y sí bastante ilustrativo— puede resumirse en una sola recomendación: para erradicar el sexismo del lenguaje hay que conocer el lenguaje, y así poder usarlo de manera eficiente. Porque decir la “gerenta”, los ciudadanos y las ciudadanas, tod@s l@s invitad@s, en términos estrictos no cambia las relaciones sociales y si empobrece la comunicación.
“La enseñanza de la lengua a los jóvenes constituye una tarea de vital importancia. Consiste, en buena medida, en ayudarlos a descubrir sus sutilezas y comprender sus secretos. Se trata de lograr que aprendan a usar el idioma para expresarse con corrección y con rigor; de contribuir a que lo empleen para argumentar, desarrollar sus pensamientos, defender sus ideas, luchar por sus derechos y realizarse personal y profesionalmente. En plena igualdad, por supuesto.”
Pero, como diría don Mario Moreno, “ahí está el detalle”, pues parece que vivimos la época donde es más fácil inventar otra opción que maniobrar con las existentes. Entonces en lugar de aprender a conjugar los verbos, conocer los géneros gramaticales —y diferenciarlos de los de las personas— y aplicar correctamente el plural y el singular, mejor nos inventamos un nuevo lenguaje quesque con harta conciencia de género y una visibilidad femenina a prueba de todo, donde el llamado desdoblamiento léxico (los/las) es el ajonjolí de todos los moles de la perversión comunicativa. Y si lo que importa es verse, entonces verse mal es lo de menos.