Escuchar a Nacho Vegas es bajar a los infiernos personales, no en caída libre, sino paso a paso, canción a canción hasta ir quitando el vaho del espejo para mirarnos de frente y escuchar palabras afiladas que van dejando pequeñas cicatrices; frases que se confunden con verdades porque uno las hace suyas.
La escalera para descender estaba en el Escena Monterrey, la traía Vegas so pretexto de presentar su nuevo disco. Cada canción era un escalón por el cual fuimos bajando, uno a uno, cada quien en solitario acompañado de su propia historia. Primero apareció “El corazón helado”, tema con el que abre su disco Violética y con el que comenzábamos el viaje íntimo de la noche. Esta es una canción de resistencia, y como metáfora inicial, la velada se convertiría en un acto de resistencia a la realidad, a la intolerancia, a la insensibilidad, a la soledad a través de música y la poesía.
Al principio la banda sonaba tenue, casi tímida, como quien baja escalones con precaución poniendo atención en dónde pisa. Una batería, un bajo, dos guitarras, un tecladista y Nacho, formaban un círculo del cual emanaba música en una especie de ritual al cual asistimos, primero como espectadores, y luego nos volvimos parte de él. Así fue, de entrada, éramos diferentes y al paso de las canciones terminamos siendo iguales.
La primera vez que Nacho se dejó ver un poco más abierto fue con “Desborde”, porque es el tipo de canciones hipnóticas, de tempos lentos y aires melancólicos a los que nos tiene acostumbrados. Ese fue el primer click. Todos mirábamos al frente escuchando a Vegas cantar sobre un río que fluye y termina desbordándose, y sin darnos cuenta, cada uno de nosotros ya estaba en la corriente de su propio río.
Después de algunos minutos y canciones como “Ideología” y “Todos contra el cielo”, la banda comenzaba a marcar un paso más seguro y Nacho agradecía la respuesta del público. Se veía emocionado, a la vez que frágil, no fuerte como quien hace frente a su destino y sale victorioso, sino endeble como quien ha estado mucho tiempo abrazado a las palabras para no ahogarse en su propio océano. Entonces decidió echar raíces para mantenerse firme y, abrazado a su guitarra, cantó de manera muy emotiva “Ser árbol”.
Lo de Nacho es un ir y venir, por momentos parece que se va a quebrar y en otros habla y señala con fuerza, como antes de cantar “Crímenes cantados”, cuando habló de las atrocidades cometidas contra migrantes y la necesaria sensibilización sobre el tema, para después dedicarla a los migrantes de la caravana centroamericana e invitar al pueblo mexicano a tratarlos con dignidad. Y es que Vegas está pasando por un momento en el que ha dejado un poco el tono íntimo para darle lugar al señalamiento y la crítica social.
Nadie la esperaba, pero cuando llegó “La pena o la nada”, del disco El tiempo de las cerezas, todos reaccionaron con sorpresa y, sin oponer resistencia, siguieron descendiendo río abajo con el llanto ahogado en el canto. En la zona de fumar, un hombre decía que con escuchar en vivo esa canción todo su día había valido la pena y no le importaba que lo hubieran visto llorar cantándola. Uno escucha y no juzga, entiende a lo que se refiere.
El punto cumbre del concierto fue con “Morir o matar”, la banda logró una interpretación visceral, con fuerza y emotividad a la vez, mientras Nacho simplemente desnudaba y se desgarraba el alma cantando justo al borde del precipicio que significa tratar de entender qué fue lo que hicimos mal. Este momento significó una descarga de corriente, atravesar el remolino formado en el río sobre el que vamos navegando y sentir cómo nos jala hacia el fondo mientras damos vueltas en círculos. Todos cantaban para sí mismos, sentían la herida abrirse con esta canción alcohol, es decir la que duele, pero también sana.
Es imposible que Nacho cante todas sus canciones. Alejado de las tendencias y las formas comunes, cualquiera de ellas puede ser parte de un concierto pues su obra no está basada en hits, por ende, el repertorio es muy amplio y por consecuencia muchas se quedaron fuera, pero todos agradecieron que incluyera joyas como “El hombre que casi conoció a Michi Panero” y “Miss Carrusel”, canciones importantes para los iniciados, o sea todos los ahí presentes.
Al final se trató de un concierto en crescendo, sobre todo en intensidad, tanto del público como de la banda. Al término de éste, el bajista me decía que así estaba construido el recital, con un set list que iba creciendo de a poco.
Nacho Vegas encuentra las palabras que los demás vamos buscando por la vida, las musicaliza y nos invita a bajar la escalera hacia ese otro mundo que también es nuestro; aquel alejado del cielo, pero cerca a nuestro frío y propio suelo por el que cada uno camina. Esta noche, en Monterrey, quedó claro que es imposible asistir a un concierto de Nacho Vegas y salir intacto.