Hello, I am David es un documental portentoso, limpio, claro, y muy hermoso. Un documental que nos habla acerca de un monstruo del arte y al mismo tiempo un monstruo de la inteligencia.
Por: Gabriel Contreras
El pianista australiano David Helfgott es un monstruo en el sentido clásico de la palabra. Un monstruo, si partimos del hecho de que debe ser visto como una advertencia de los dioses, como una figura que rompe con la naturaleza, como un llamado de atención. Es un genio, sí, pero en otras acepciones es… o parece ser… todo lo contrario.
Avancemos. David Helfgott encierra, en sí mismo, una cuestión, en el concepto filosófico de la palabra. Y su papel protagónico como enigma o pregunta, nos hace pensar fácilmente en numerosos “monstruos” de carne y hueso, como es el caso de John Merrick, o Kaspar Hauser, o la mexicana Julia Pastrana.
Helfgott sufre de una severa enfermedad mental, que le impide comunicarse de una manera convencional a través de una conversación más o menos lógica o esperable. En lugar de ello, conforma sus conversaciones a través de repeticiones, extrañas asociaciones, líneas inconclusas o razonamientos que parecieran provenir de un niño de entre cuatro y cinco años. Curiosamente, su enfermedad –ese indudable daño neurológico que soporta sus síntomas- ha dejado a la música como una “zona libre de conflicto”. Esto es: su abordaje de una partitura (en el sentido de la lectura plena, no solo interpretativa sino también creativa) lo confirma como un excelente “lector” de la “realidad musical” en el orden del lenguaje de las partituras. Y su abordaje del repertorio romántico europeo, lo deja ver como el portador de un cerebro extraordinariamente dotado en el terreno de la acción manual –y sensible- que implica el dominio extraordinariamente complejo del teclado pianístico.
Así, tenemos a una especie de Doctor Jeckyl y Mister Hyde de carne y hueso en la figura de Helfgott.
Su vida ha sido retratada de alguna manera a través de la película Shine, de Scott Hicks, en 1996. Y ha sido retomada de un modo documental, a través de la película Hello, I am David, de Cosima Lange, del 2015, que se halla disponible ahora mismo en la programación de Netflix.
Los dos abordajes son igualmente importantes por distintas razones. Sin embargo, quisiera concentrarme en la película de Lange, por razones de vigencia.
Hello, I am David traza un retrato breve, emocionante y vigoroso de la vida pública de David Helfgott. Recorta con minuciosas tijeras todo asomo de irracionalidad y descontrol, y nos muestra a un personaje suave, en el que no existen prácticamente los desbarres, los estallidos, ni ese sutil don de ser insoportables que caracteriza a lo que solemos llamar “enfermos mentales” (la idea de “enfermo mental” es aplicable a todos nosotros, en la seguridad de que la llamada “salud mental” es simplemente un ideal y, obviamente, un ideal absurdo). Lo que quiero decir es que en este documental todo fluye como un cuchillo sobre mantequilla, sin que la personalidad de Helfgott desespere, perjudique o saque de sus casillas a nadie. Se entiende, claro: de lo que se trata es de rescatar la imagen del personaje, no de exhibir sus rasgos de caos… Pero, independientemente de eso: el documental es –simplemente- excelente. Avanza muy claramente sobre el papel del genio en relación al mundo de la música en el primer mundo, nos asoma también a la dinámica de un ensayo orquestal, y sobre todo nos llama la atención sobre la paradójica existencia de un genio definido exclusivamente por una expresión particular y pequeñísima de la inteligencia: la inteligencia musical.
Hello, I am David es un documental portentoso, limpio, claro, y muy hermoso. Un documental que nos habla acerca de un “monstruo del arte” y al mismo tiempo un “monstruo de la inteligencia”, sin proponerse explicar, estigmatizar, clasificar, ni siquiera reflexionar sobre su protagonista. Simplemente, nos lo muestra “en acción”, con mesura y, al mismo tiempo, con gran generosidad artística.
Feria en Guadalajara
La Feria del Libro de Guadalajara está en marcha. Fernando Savater y Paul Auster le dan un toque de glamour al evento, y la lectura como posibilidad o como tentación sigue ganando adeptos.
Curiosamente, la idea de comprar libros de papel sigue generando seguidores en pleno Siglo XXI, y no está mal, pero no deja de ser paradójico que, ante el inminente desarrollo del campo de los videojuegos, la gamificación de la educación, la creación holográfica y la proyección de imágenes sobre todo tipo de soportes, el libro de papel siga siendo algo coleccionable. En fin, un amistoso saludo para todos los lectores convencionales, y también el deseo de que tengan –les hará falta- mucha suerte ante la avalancha de las nuevas redes sociales, la novela gráfica en pantalla, las novelas interactivas, y el cine contado en primera persona. Ahora sí que podríamos afirmar que los que leen libros de papel, en este momento, son auténticos “niños héroes”, aferrados a unos vetustos objetos rectangulares que, como todo lo sólido, se desvanecen en el aire.