David Byrne o el arte de la ruptura

Gabriel Contreras – El concierto de Byrne rompe esquemas, plantea elementos de innovación impactantes, y por si todo ello fuera poco, resulta un espectáculo feliz, divertido, irrepetible, y en muchos sentidos indescriptible.

El concierto de Byrne rompe esquemas, plantea elementos de innovación impactantes, y por si todo ello fuera poco, resulta un espectáculo feliz, divertido, irrepetible, y en muchos sentidos indescriptible.

Por: Gabriel Contreras

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Fotos: Gustavo Torres

Un buen platillo

Romper para provocar, romper para forjar, romper para innovar, romper para trascender, esos son algunas de las claves que retratan el trabajo de David Byrne.

Imponente, original, único. Calificativos que podríamos lanzar por delante al momento de intentar describir o sintetizar el concierto American Utopia, que presentó David Byrne la noche de este jueves en el Pabellón M, en Monterrey.

Un concierto inusitado para el público regiomontano, estructurado sobre la base de un concepto escénico que no podemos encasillar dentro de los esquemas actuales del  rock, el jazz o la música tropical, y que sin embargo se halla plenamente ligado a todas esas herencias.

¿En qué radica la originalidad de este concierto de David Byrne? En realidad, son muchos los aspectos que lo vuelven diferente, pero podríamos comenzar por decir que no se trata de un “concierto” en el sentido convencional de la palabra. American Utopia opera sobre la base de un concepto en el que participan la música, la danza, el teatro corporal, la improvisación, el manejo de objetos escénicos, y la iluminación de una manera provocadora y plenamente creativa. Pero al mismo tiempo podemos observar que la sonorización misma –es decir la ingeniería de audio- tiene un papel decisivo en el concierto.

Desglosemos. David Byrne en ningún momento se muestra como un “cantante” o un “cantautor” a secas, ya que cada una de las piezas que muestra está acompañada de un pequeño “cuadro escénico” en el que la totalidad de los músicos –que son once- participan como actores-bailarines, convirtiendo al escenario en un espacio donde las artes convergen de una manera sorprendente y lúcida.

[perfectpullquote align=»left» bordertop=»false» cite=»» link=»» color=»» class=»» size=»»]Cada una de las piezas que muestra está acompañada de un pequeño “cuadro escénico” en el que la totalidad de los músicos –que son once- participan como actores-bailarines, convirtiendo al escenario en un espacio donde las artes convergen de una manera sorprendente y lúcida. [/perfectpullquote] Así, cada una de las piezas nos cuenta una historia, y cada historia se convierte en un problema escénico que da lugar a un cuadro. Suerte que, cuando la vemos en el escenario, es cosa de agradecerse.

El concierto de Byrne rompe esquemas, plantea elementos de innovación impactantes, y por si todo ello fuera poco, resulta un espectáculo feliz, divertido, irrepetible, y en muchos sentidos indescriptible. El concierto American Utopia es algo parecido a un plato de arrachera, crujiente y servida con un poco de guacamole, salsa verde y un tarro de cerveza helada. Sí, es una experiencia deliciosa, es magnífica, pero no podemos decir cómo, no podemos describirla.

Muchos años antes

Hace muchos años, yo dirigía la sección cultural del periódico El Porvenir. En esos días, trabajaban conmigo algunos periodistas muy buenos, que estaban, como yo, felices de disfrutar cada día del arte y sus alrededores. Entre ellos, se hallaban José Ángel Olachía, Mario Núñez y Patricio Solís. Recuerdo perfectamente que nos hicimos a la costumbre de ir al Mercado Juárez y buscar entre los botaderos cassettes de artistas incipientes o desconocidos. Eran los días del walkman y Sony llevaba la delantera, de modo que el cassette era una manera de estar en la onda, my friend.

En esos botaderos, nos hallamos grabaciones atesorables de Joaquín Sabina, Miguel Ríos, Ana Belén, y además las comprábamos a precios absurdamente baratos. Íbamos casi a diario a buscar cintas, cintas, cintas. Gastábamos más de lo que ganábamos. Pero así pudimos conocer la música de Lou Reed, Stray Cats, Depeche Mode, Travelling Wilburys. Y ocurrió que, de pronto, me topé con un cassette de un hombre llamado David Byrne. Uff. Me sorprendió que no tuviera nada –o casi nada- que ver con la música de entonces. Byrne atravesaba la faceta final del rock, e incluso la oleada del punk ya había pasado para él. Pues bien, David Byrne había tomado en sus manos muchas de esas herencias y trabajaba, de una manera lúcida y realmente original, amasando una especie de mezcla entre Lou Reed, Frank Zappa y Bob Dylan. Aquello, la verdad, sonaba prodigioso, realmente prodigioso. Por supuesto que aquello implicaba asomarse al capítulo de Talking Heads y ahí… ahí también había un oasis de fino eclecticismo. Total, yo seguí escuchando con una secreta devoción la música de David Byrne a lo largo de muchos, muchísimos años. Tanto me gustó, que conseguí sus elepés, y llegado el momento me hice de alguno de sus CDs. Hasta que, bueno, pues… un día lo vi anunciado en la pantalla de mi teléfono: American Utopia, David Byrne, Pabellón M. Mi pregunta fue: ¿Cómo que David Byrne en Monterrey? Ok, pues la cosa se cumplió.

Pasaporte a la nostalgia

Arrancado del vetusto contexto de los ochentas, Byrne nos permite asomarnos, hoy, a esos lejanos días en los que los novelistas usaban todavía un extraño artefacto llamado máquina de escribir, días de revueltas punketas, noches en las que los abuelos de hoy fumaban marihuana religiosamente, con auténtica devoción espiritual, y la clonación era mera ficción científica. Esos días se vuelven cosa del presente cuando David Byrne se para en el escenario. Él, tan entero, tan secretamente escocés, tan completo a sus 65 años. Y sin embargo, se mueve.

Foto: Gustavo Torres

En el foro de un teatro –reducido a su cuarta parte- atestado de chavos con la tarjeta del INSEN escondida en el bolsillo trasero, David Byrne hace las cosas lo mejor que puede, y procura sorprendernos –sorprenderse a sí mismo tal vez- a través de una experiencia musical que solo es comprensible si la imaginamos en esa delgada línea que separa –o separaba- al rock del pop y al pop del punk. En efecto, Byrne se balancea sobre esa cuerda floja, como lo hicieron Lou Reed y John Cale y Tom Waits en su momento. Byrne abreva de todas esas herencias, para irse va forjando su apuesta híbrida, provocadora, un tanto onírica.

Su escenario natural sería, por ejemplo, un espacio oscuro del Bronx, o algún antro de Brooklyn, y ya no tanto el Pabellón M, tan hermoso, tan lleno de glam, tan siglo XXI. Y sin embargo Byrne está aquí, quizás para recordarnos que sabe tanto de la arquitectura de lo musical como lo expuso en Cómo funciona la música, para hacernos saber que el escenario es parte de la sonoridad, y hacernos ver que el precio también cuenta y cuenta mucho, de modo que la única opción es aplaudirlo, ovacionarlo.

Decisiones

Él no sabía qué ponerse para venir a un concierto tan importante, así te reviso entre sus pertenencias, y encontró un par de tesoros, por ejemplo una camiseta tan desgastada que da asco, y un pantalón que no es fino, pero está auténticamente roto y desgastado. Esa es la armadura que hoy lo blinda contra el tiempo, este hombre que tiene más de cincuenta años, pero se comporta como si tuviera diecisiete, a muchos les parece simpático, casi a todos, pero no a su esposa, que no tiene más remedio que tolerarlo, porque además suele ir por la calle sucio y oliendo a alcohol. Y otra cosa, cuando alza los brazos al ritmo de los músicos de Byrne,  evoca los tiempos de la rebeldía total, de la fama punkie de Talking Heads, y ese olor a cigarro, a hierba del Acapulco de aquellos días.

[perfectpullquote align=»right» bordertop=»false» cite=»» link=»» color=»» class=»» size=»»]David Byrne es un artista multimedia. Escribe canciones, canta, pinta y es ensayista. Ha publicado algo sobre el sentido de la música, y un largo ensayo en torno al uso de la bicicleta. Pero esta noche es un artista que no se detiene ante los límites de su instrumento, que es la guitarra.[/perfectpullquote] A su lado, otro señor, periodista de los que sí conocen el oficio, esparce un halo de nostalgia desde su ancianidad disimulada, y corea lo que alcanza para ponerse a tono con este neoyorkino de altos vuelos y gran estatura ética.

De esta y de muchas maneras, el Pabellón M se revela como templo absoluto de la diversidad artística en Monterrey, acogiendo hoy a Miguel Bosé, mañana a Café Tacuba, y unos días después a César Lozano, a Willie Colón o a David Byrne. Ya no hay barreras, ni diques, porque todo cabe en Pabellón M sabiéndolo acomodar.

Pensar en bicicleta

Como activista de las bicicletas, David Byrne no ha dudado en elogiar a Nueva York como una ciudad acorde con este vehículo, y varios clips de vídeo nos lo muestran como un ciclista cuidadoso, hábil, pero siempre sin casco protector.

Byrne afirma que Buenos Aires y Bogotá gozan de buenos perfiles en relación con la bicicleta, pero descarta a la Ciudad de México en ese sentido. Él, sonriente, asegura que al paso de los años las grandes ciudades no tendrán más remedio que coger a este vehículo, tan antiguo y tan amistoso con el ambiente.

Americano utópico

Nació en Escocia, es legalmente norteamericano, y en su juventud encabezó a un grupo llamado Talking Heads. Hace meses que se anuncia su concierto American Utopia. Los organizadores han acabado por ofrecer sus boletos al día por uno. La vida es así. El asunto es que, bueno, pues no se canceló.

David Byrne es un artista multimedia. Escribe canciones, canta, pinta y es ensayista. Ha publicado algo sobre el sentido de la música, y un largo ensayo en torno al uso de la bicicleta. Pero esta noche es un artista que no se detiene ante los límites de su instrumento, que es la guitarra. David Byrne, todos lo sabemos, recurre al combo de carácter rockero, a la orquesta de alientos, a la computadora o al cine según se lo exige el tema, y siempre tiene algo nuevo que proponer, más allá del medio.

David Byrne ha retratado en el cine la leve cotidianeidad de la vida de los texanos, su incapacidad de mirar más allá de su poder de compra, sus paseos por el mall, y su refugiarse en el bar hasta que llega la noche. En ese sentido, su cine ha hablado por él. Pero esta noche, esta noche ha querido mostrarnos, a los regiomontanos el derrumbe del sistema de vida norteamericano, y ese es el objeto, ese es el tema de American Utopia.