¿Qué hay detrás de una portada repleta de símbolos como el retrato de un soldado oriental de inicios del siglo XX, una antigua cámara portátil Graflex con capacidad para seis placas fotográficas, una carnada de pesca, una perla y una imagen de Francisco Villa comandando a su poderosa División del Norte en plena batalla? Se trata de El samurái de la Graflex, un libro que mezcla géneros como la biografía histórica y la crónica periodística, para narrarnos la vida de un peculiar hombre nacido en el archipiélago japonés a finales del Siglo XIX: Kingo Nonaka.
El libro inicia con uno de los personajes más oscuros y sanguinarios de la División del Norte: Rodolfo Fierro, siendo rescatado de una ciénaga que resultó ser su cementerio marino con caballo y botín de oro incluido. Pero la historia no se trata de este villano del bando revolucionario que tuvo el infausto récord de haber generado ejecuciones tumultuarias de orozquistas y federales capturados al por mayor en el matadero, se trata de la odisea de un joven que comenzó su vida siendo un arcaico buzo dedicado a capturar perlas en el pacífico japonés, y que, por azares del destino, viajó a buscar el sueño mexicano en tierras chiapanecas. Cegado por la falsa expectativa de que allende el mar lo encontraría un lugar con tierras de cosecha que el archipiélago en el que vivía no tenía para él, se encontró con un sitio agreste, repleto de inmigrantes y locales que eran explotados en latifundios en calidad rayanas en la más cruenta esclavitud, como las que retrató John Kenneth Turner en su reportaje “México Bárbaro” para The American Magazine en tiempos del gobierno de Porfirio Díaz.
¿Pero qué tiene que ver todo esto con un hombre que fue condecorado como uno de los héroes de la Revolución Mexicana, otro que fue fundador de la fotografía no sólo documental sino comercial en la naciente ciudad fronteriza de Tijuana y otro que fue uno de los precursores de la dactilografía y la criminalística en México? Lo tiene que ver todo. Como lo dice el escritor de este libro, Daniel Salinas Basave, “Esta es la historia de un hombre que vivió muchas vidas en una sola”.
Este libro nos cuenta las andanzas de Kingo Nonaka, que aún siendo un joven en búsqueda de su sentido en la vida se encontró con labores tan ingratas en el campesinado y la minería con poca paga, hasta llegar a Chihuahua en calidad de un enflaquecido desposeído.
Antes de convertirse en un novicio enfermero que tuvo la suerte de cruzarse con un herido Francisco I. Madero en pleno inicio de la campaña revolucionaria, este libro nos cuenta las andanzas de Kingo Nonaka, que aún siendo un joven en búsqueda de su sentido en la vida, y después de recorrer de sur a norte la agreste geografía mexicana siguiendo las vías del tren, se encontró con labores tan ingratas en el campesinado y la minería con poca paga, además de peligrosas condiciones de trabajo, hasta llegar a Chihuahua en calidad de un enflaquecido desposeído. Gracias a que una familia samaritana le brinda cobijo, un trabajo y un “nombre cristiano”, es que este muchacho logró pasar de recadero, afanador, ayudante de enfermero y posteriormente enfermero, a una pieza clave de reparto en la naciente revolución que buscó derrocar al dictador Porfirio Díaz.
Su labor en el frente con una ambulancia jalada por caballos esquivando metralla para rescatar a los heridos en batalla, además de su paso como jefe de enfermeros en el hospital ambulante de la División del Norte, podría ser suficiente para hacer de este personaje una película como la de Hasta el último hombre, dirigida por Mel Gibson, en la que se narró la vida de Desmond Ross, un médico rescatista de guerra que salvó a más de 70 hombres en una batalla en Okinawa en la Segunda Guerra Mundial. Pero la narrativa de este libro va más allá, pudiéndolo comparar incluso como una especie de “Forrest Gump”, que estuvo inmerso en varias actividades que lo pusieron muy cerca de personajes emblemáticos de la historia mexicana como Pancho Villa, Pascual Orozco, Lázaro Cárdenas y hasta el infausto Díaz Ordaz.
Gracias al paso de Nonaka por Tijuana como barbero, fotógrafo e investigador policiaco, este libro se pueden encontrar interesantes descripciones de aquella Tijuana que fue nombrada La Ciudad del Pecado en plena etapa de la ley seca norteamericana. Un lugar de bogantes casinos, hipódromos, plazas de toros y tugurios donde se paseaban las celebridades de Hollywood y hasta el mismísimo Al Capone. Esa ciudad fue la que acogió a don Kingo por un tiempo como uno de sus hombres con gran proyección social, al ser partícipe en la creación de la primera academia para mecánicos, pero también fue la misma que lo persiguió cuando la Segunda Guerra Mundial y las políticas racistas convirtieron a los nipones en enemigos de la sociedad occidental.
Todas estas aletoriedades del destino en la vida de Nonaka hicieron que Daniel Salinas se obsesionara con esta historia que le llevó años investigar y ordenar en el papel; y él mismo nos lo platica: “La aleatoriedad está presente en este y otros libros. Es una suerte de obsesión, el dilema entre ser juguete de tragedia griega o capricho del absoluto azar. La historia de Nonaka es como romperle la quijada al destino. Y claro, me apasiona lo improbable, los giros radicales del camino recto, las vueltas de tuerca. Kingo Nonaka se adapta a circunstancias siempre cambiantes y hostiles y tiene una enorme capacidad de adaptación y aprendizaje. La vida lo pone en situaciones límite y sale siempre adelante. Nuestra época actual es un tren bala que muy pronto nos deja atrás, una bestia que devora lo obsoleto con inusitada rapidez y debemos adaptarnos a nuevas formas. Como ejemplo de vida, Nonaka me parece alguien a tomar en cuenta”.
«Nuestra época actual es un tren bala que muy pronto nos deja atrás, una bestia que devora lo obsoleto con inusitada rapidez y debemos adaptarnos a nuevas formas. Como ejemplo de vida, Nonaka me parece alguien a tomar en cuenta»
Para armar este rompecabezas, Salinas Basave se entrevistó con Genaro Nonaka, hijo de Kingo, quien años atrás publicó un libro en el que se mostraban los diarios de su padre durante su etapa con la División del Norte. De ellos, el escritor pudo identificar que Kingo era una persona de carácter sobrio que no tendía a dramatizar su vida, hecho que seguramente tuvo que ver con su experiencia en la guerra. Aquí el autor abunda al respecto: “Por lo que leo en sus diarios y por lo que su hijo me narra, era un hombre muy mesurado, observador, silencioso, poco dado a exabruptos o quiebres. Vio morir a mucha gente, vivió en la línea del frente las batallas más intensas de la Revolución, pero lo suyo no era el drama. Aunque era un padre cariñoso y era capaz de bromear en familia, en su vida era un estoico. Frugal en sus gustos y su alimentación. No lo conocí personalmente, pero su familia me dice que mi retrato corresponde a su personalidad.”
Con respecto al nombre de la novela: El samurái de la graflex, y la etimología de la palabra samurái, que mucho antes de convertirse en el sinónimo de un férreo guerrero japonés, era un vocablo que refería al verbo japonés “saburau”, cuyo significado es “servir”, Daniel Salinas nos comenta con relación al hecho de que Kingo Nonaka siempre se mostró como un personaje férreo en su tarea de servir y salvaguardar la vida de terceros: “En el hermético Japón casi feudal anterior a 1854, el Samurái jugaba un rol fundamental. Eran una casta guerrera en todo el sentido de la palabra, algo muy parecido al caballero medieval que es ordenado y que jura lealtad. Fukuoka fue el último foco de resistencia de la última rebelión Samurái contra las reformas del emperador Meiji y la apertura al comercio exterior. Aunque Kingo venía de una familia de agricultores, creció rodeado por la herencia Samurái y creo que a su manera honró el legado”.
Dentro de los recursos narrativos del autor persiste un afán por explicar las circunstancias que dieron lugar a que la aleatoriedad del destino colocara a Kingo de este lado del pacífico. Por eso es que, en la primera parte del libro, se genera una analepsis narrativa para brindar un amplio capítulo sobre aspectos historiográficos que vinculan el viaje del protagonista desde Fukuoka a una expedición científica mexicana, realizada décadas antes, para un avistamiento astronómico en el país del sol naciente que terminó generando un convenio de libre tránsito entre nipones y mexicanos durante el breve gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada.
Y como Salinas Basave no es exclusivamente un escritor dentro de la rama periodística –ya sus novelas y ensayos dan cuenta de ello–, dentro de su peculiar narrativa podemos identificar ciertos puentes entre la literatura y la historia, que en el caso de Kingo Nonaka, da para traer a colación a dos compatriotas de la tinta nipona: el clásico Ryunosuke Akutagawa, autor del famoso cuento “Rashomon”, y el contemporáneo Haruki Murakami. Para el caso, el tijuanense termina la entrevista mencionando que estas alusiones le sirven en función de brindar “Contexto, trazos para crear un mural y tender puentes, hacer guiños. Confieso que una gran influencia estructural para este libro fue el trabajo de Patrick Deville, quien al contarte la historia de William Walker, te habla de Sandino o de Ernesto Cardenal, y al hablarte del médico Yersin (el descubridor de la bacteria de la peste) traza paralelismos con Rimbaud”.