La piedra de Sísifo
El periodista siempre aspira a ser dos cosas: La primera, a revelar con su información (con su trabajo de investigación) algo que mueva la conciencia o la agenda de todos, y la otra -secreto a voces- ser, -o mejor dicho- que lo llamen escritor. Si hablamos de riesgos, hay estadísticas que comprueban que este oficio es uno de los más peligrosos en el mundo y en México el número de periodistas asesinados en los últimos años constata esta afirmación. Pero volviendo al oficio de escritor, si es que existe, si es que alguien lo ha profesionalizado, ¿en qué lugar queda? ¿Es peligroso dedicarse a eso también?
Hace poco siendo jurado de un concurso de méritos ciudadanos, cuando deliberamos, se nos pidió que si alguno de los candidatos pertenecía a grupos vulnerables tendría un plus para considerarlo como ganador. Inmediatamente abogué por los candidatos que eran creadores y artistas, en especial por algunos escritores, argumentando que estos pertenecían al grupo vulnerable de artistas y creadores en México. Todos los que sesionaban rieron a carcajadas.
Lo volveré a intentar (convencer a la mayoría) -pensé-, volveré a subir esa cuesta con esa gran piedra que volverá a caer, como aquel periodista que camufla sus aportes literarios en la nota roja de algún periódico del norte de México. Conocí a Daniel hace muchos años en algún proyecto raro que tenía que ver con un calendario, sin duda ambos le apostábamos al futuro con nuestros escritos, sin duda desde entonces veíamos esa piedra que bajaba a toda velocidad y nosotros detrás de ella dispuestos (condenados) a cargarla de nuevo y subir. Es decir, sabíamos que seríamos escritores.
El tufo de la pólvora
La mesa de redacción siempre fue el trono de los soñadores, aporreando teclas y con el riesgo de llegar a una sobredosis de punto y seguido y cierto aire nostálgico de viejo detective, se construyen historias, desde las más efímeras que se verán extinguidas al día siguiente porque no hay nada más viejo que el periódico de ayer, hasta crónicas, novelas y cuentos, que formarán parte de la historia visible (que no visualizada de este país).
La temperatura de una sociedad se mide a través de sus artistas y no es extraño que desde hace décadas la violencia, el narco y todos sus efectos colaterales sean el tema principal de la narrativa mexicana. Salinas Basave tuerce su destino y desde hace un tiempo se ha convertido en una de las voces más destacadas de la narrativa mexicana contemporánea, sus textos son una amalgama de la cotidiana violencia norteña y de -como diría Sergio Pitol- lo que implican los sueños, ya sea una defensa o un presagio.
T.S. Elliot distingue en “Función de la poesía y función de la crítica” a la fantasía de la imaginación, las distingue como dos facultades distintas y no como dos palabras con el mismo significado o el grado más alto y más alto de la misma facultad, la imaginación dividida en dos: primaria y secundaria. La primera como una repetición en la mente del eterno acto de creación en el infinito Yo. Y la segunda coexiste con la voluntad y disuelve difumina y disipa para crear. La fantasía en cambio opera nada más que con factores fijos y definidos, una especie de memoria emancipada. Daniel hace esta distinción con un epígrafe de Federico Campbell al inicio de “Península jano” el quinto de los cuentos. Con esta aproximación (que a mi manera de ver es un tip para los lectores) las intuiciones, las evocaciones y las adaptaciones, convertidas en historias cobran más sentido y al mismo tiempo recrean la atmósfera hilada del libro: La transformación-metamorfosis del gusano en mariposa, sin indicar cuál es cual (periodista/ escritor) y centrándose en los hechos y la mezcla de estos con la imaginación.
El mal ya estaba ahí
Dispárenme como a Blancaornelas contiene seis historias en las que se subliman vidas atascadas en su deseo de trascendencia. Los privilegios de la novela negra esclarecen y dan luz a personajes, que motivan divisiones en ellos mismos. Entusiasmos precipitados o vidas maravillosas que no pueden verse a sí mismas como lo que son y que deciden actuar decididamente hacia otros rumbos: La relación de un reportero con el crimen organizado al cual contrata para ser ejecutado él mismo; el aprendizaje, sueño, deseo de un escritor norteñote de ser el personaje de un thriller escandinavo; un plan perfecto para asesinar a Bush (del cual me tocó ver en una de sus visitas a Monterrey su convoy de seguridad, el más grande dispositivo dispuesto para salvaguardar la integridad de un mandatario); una cita con la historia que se ve frustrada y aplazada por la calentura; una presentación habitual de un escritor en ciernes, sin público y sirviendo para justificarle a alguien un apoyo por un proyecto inexistente, algo por lo que tienes que pasar en tu proceso de ser escritor, sin duda; y la escritura de una biografía que siempre resulta que es un rompecabezas que no acabas nunca de armar, y que por cierto me ha metido en la cabeza que algún día debo de escribir una columna en verso.
Esa y más evocaciones aparecen después de la lectura de estos cuentos que autores como Daniel Salinas Basave saben acomodar porque podemos pensar en las ideologías (las peligrosas ideologías) que modelan la conciencia social de quienes reportan y notifican una realidad en la que están involucrados como daño colateral aunque no lo quieran, o pensar en el orden opresor de un oficio maltrecho que espera su metamorfosis. Otra evocación: Mi maestro de química en la secundaria discutía que los que experimentaban ese fenómeno de convertirse en otro ser no “sufrían” una metamorfosis sino que la gozaban. Estoy seguro que Daniel es uno de ellos, ya que a los lectores nos pone en ese estado.