El olor al cabrito
Convergen en esta antología (que se anuncia arbitraria como todas) narradores todos nacidos después de la primera mitad del siglo XX. Esta se llevó a cabo gracias a una invitación de la UANL para realizar de manera conjunta con la editorial Anagrama un programa cultural, (la Cátedra Anagrama) donde se invita a destacados autores a dar cursos talleres y conferencias. Hasta ahí todo genial. Después se intentó una especie de convenio o de arreglo que se vio más como un lujoso capricho y no con la grandiosidad que representa o más bien dicho que intentó representar. El resultado quedó en la buena intención de la UANL de anunciarle al mundo que desde este árido reino se escribe narrativa de primer nivel; y la verdad sí se escribe y desde hace muchos años. Pero extrañamente, no causó el eco esperado y la arriesgada generosidad y curiosidad por lo periférico y lo escasamente difundido que un editor de la talla de Jorge Herralde lleva en el ADN pasó desapercibido para muchos.
Un sol picante
Aldous Huxley afirma que para ser incluido en una antología, un artista debe de haber evitado una prematura desaparición y seguir vivo hasta la madurez artística y cronológica. Me gusta el criterio; entonces Patricia Laurent, Felipe Montes, Hugo Valdez, David Toscana, Gabriela Riveros, Eduardo Antonio Parra, Mario Anteo, Ricardo Elizondo, Dulce María González, Roberta Garza y Luis Panini disponen sus narrativas. Pero esto no fue suficiente, y no se les culpa. La selección de textos resultó fallida, y el prólogo (otro más) escrito por Alfonso Rangel Guerra desangelado y fuera de tiempo.
Hay que entender una cosa: un libro editado por compromiso, no es un libro comprometido (un mal recurrente en las antologías de la literatura nuevoleonesa). Este contiene, para empezar, ausencias muy notorias, como la de Pedro de Isla, Héctor Alvarado, María de Alva y Daniel Salinas Basave. Es cierto, es la primera observación que se le hace a toda antología , pero en este caso al menos esos cuatro nombres son indiscutibles, dándole la razón al criterio de Huxley.
Una estatua mal hecha que nos sirve de orientación
Este libro condensa la profunda contradicción que se vive en la literatura regiomontana. ¿Los autores regios deben escribir sobre Monterrey? ¿Deben de hacerla protagonista de sus cuentos novelas y poemas? ¿Deben alabarla, maldecirla, engrandecerla, adjetivarla? No nos confundamos, la portada es un Cerro de la Silla conformado por palabras (me agrada), y el primer cuento de Laurent comienza así: «Monterrey es una ciudad que desprecio».
Entro en discusión: Algunos dirán que no que no es necesario. En mi opinión por supuesto que los autores regios están obligados a hacerla protagonista y musa de sus textos pero dotándola eso sí, de un alma sensible para que sea capaz de recibir y reflejar cualquier luz o influjo universal. Aquí ya hablo del talento que, sin duda a pesar de los peros naturales de esta y todas las antologías, tiene. Tal vez si nos dejáramos de sensiblerías queriendo adornar las buenas ideas (que luego se vuelven caprichos editoriales, y aquí aclaro, no hay nada mejor que un capricho editorial, la visión el toque y la sensibilidad de un editor, convierte a un libro en un libro memorable), este puede ser una. A punto de cumplirse una década deberían pensarse y repensarse trabajos como este. Las ausencias que mencioné y un par de agregados con autores jóvenes que han aparecido en la última década no le caerían mal a una segunda versión de Cuentos desde el Cerro de la Silla.
Se divisa el panorama
Se escogieron fragmentos de novela de algunos autores, excepto, extrañamente, de Hugo Valdés, con un tenue cuento que no lo muestra en toda su capacidad narrativa. Patricia Laurent y Dulce María González, quienes también han abordado la novela, aportaron cuentos, en el caso de Dulce uno brevísimo, así como Gabriela Riveros, en este caso un cuento con un premio internacional. También hay cuentos de Luis Panini y Roberta Garza (de esta última desconozco su obra publicada, que por cierto en el libro su curriculum no menciona que tenga libro editado) y esto la convierte en la que menos méritos editoriales aporta a la antología donde fungieron como antólogos Paola Tinoco y José Garza, quienes escriben antes del prólogo (mal prólogo insisto) unas palabras previas con las que como lectores hay que quedarnos:
Un conjunto de relatos amparados en diversas tradiciones literarias, empapados de la realidad de nuestros días sin dejar de mirar el pasado regional…
Hasta aquí esta justificación y el inicio de una esperanza: que el libro circule y sea leído, comentado, criticado que sorprenda o decepcione pero se mantenga lejos de la indiferencia.
Estoy convencido de que en estos autores (porque los he leído) reside la belleza y el deleite que todo lector busca. Yo he buscado imperfecciones en un sentido muy rigorista como crítico o como lector, pero estos relatores todos me han demostrado que desde el Cerro de la Silla existe la capacidad y los recursos narrativos de un grupo de seres que han evolucionado en estos últimos diez años y que pueden presumir individualmente o en conjunto que en la editorial Anagrama hay una constancia de su quehacer literario. Lo local es global, eso queda muy claro aquí.