El sábado pasado el festival de metal Knotfest dio la nota no por su éxito, sino por los destrozos que causaron los asistentes al escenario principal después de enterarse que Slipknot y Evanescence cancelarían su presentación. La gente que había comprado boletos para la zona de general se estaba brincando a la zona de preferente derribando una barricada que los dividía. Hubo personas que resultaron heridas y quedó claro que la seguridad había sido rebasada y resultaba insuficiente.
Pero las quejas habían comenzado desde temprano con lo difícil que resultó el acceso al lugar del evento, había filas demasiado extensas y los primeros grupos prácticamente comenzaron sin público. Además, era muy difícil y caro conseguir agua para beber, un mal que está resultando común en todos los festivales y no se señala como debiera. La mala organización imperaba desde antes de que iniciara el evento.
Al ver que pasaban las horas y nadie les daba una explicación, fue que los asistentes comenzaron a lanzar objetos al escenario, un hecho que fue creciendo hasta llegar al grado de incendiar uno de los instrumentos y robar algunos otros objetos que se encontraban en él. El caos se hizo presente.
Pero todo comienza desde las divisiones. Se entiende que es un negocio y que la estrategia de ventas es esa, dividir por secciones un evento musical. Sin embargo, esto solo beneficia al empresario y no a la música ni a los músicos. Como músico muchas veces me ha tocado ver que una parte del público que está mas cerca, y que fue el que pagó un boleto más caro, es el que menos reacciona a tu música o menos la conoce, pero fue el que pudo pagar más. Basta ver el ejemplo del reciente Corona Capital y sus VIP al frente semivacíos. Entonces un concierto o festival incentiva un modelo de público económicamente elitista, que no depende del gusto o conocimiento, sino del poder adquisitivo.
Aquí el mayor responsable es el organizador, el empresario. Criticar al público o enojarse con las bandas solo es restarle responsabilidad a quien realmente la tiene, que en este caso es Live Talent.
Si además de estas divisiones el ambiente y la infraestructura incomodan, en lugar de resultar una experiencia agradable, el público, o cliente, porque así lo ven los empresarios, comienza a sentirse engañado, estafado. No siente que su pago sea tomado en cuenta cuando es difícil el acceso, cuando no hay facilidades para consumir líquidos y los que hay están a costos altos, cuando la visibilidad de los escenarios no es la mejor, y cuando los escenarios se quedan en blanco, los grupos cancelan y no te dan ninguna información. Desde luego que se sienten estafados, el enojo llega y el caos se hace presente.
¿Se puede culpar al público por su enojo dadas las circunstancias? Por su enojo y frustración no, por su manera de demostrarlo sí cabe la posibilidad, porque además lo que dañaron ni siquiera pertenece a la organización, sino a una compañía de producción externa. ¿Tienen culpa los grupos? No, si las condiciones no están dadas para ellos ni para el público tienen todo el derecho a cancelar. Aquí el mayor responsable es el organizador, el empresario. Criticar al público o enojarse con las bandas solo es restarle responsabilidad a quien realmente la tiene, que en este caso es Live Talent.
No dejo de pensar que esto es un claro reflejo de lo que estamos viviendo como país. Se trata de un hartazgo, en diferentes contextos, pero hartazgo al fin, de no tener respuestas, de no ser considerado ni tomado en cuenta, de sentir que es injusto el trato recibido, de sentirse estafado y engañado. La música y la sociedad tienen muchas más cosas en común de las que imaginamos. El público del Knotfest puede ser paralelo al público de una manifestación, en ambos existe el enojo y la frustración. Entonces es cuando el caos aparece y un evento así puede ser un espejo de la sociedad.
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