El emisario o la lección de los animales es una novela que habla de la violencia en el Monterrey reciente, esa que se sufrió entre el 2009 y el 2012; una época que, por si fuera poco, golpeó también a la ciudad con el paso de huracán Alex.
Por: Homero Ontiveros
El emisario o la lección de los animales (Caballo de Troya / Penguin Random House, 2017) es una novela que habla de la violencia en el Monterrey reciente, esa que se sufrió entre el 2009 y el 2012; una época que, por si fuera poco, golpeó también a la ciudad con el paso de huracán Alex. Dos golpes directos a una ciudad que ya sucumbía.
En El emisario, Alejandro Vázquez narra la historia de un hombre que finge ser su hermano muerto y debe entregar un paquete con droga involucrándose cada vez más en el huracán violento que es el crimen organizado. Pero esto no nace de la nada y solo por suplir al hermano, todo tiene un antecedente y una estela que le precede. En su novela Vázquez nos plantea la posibilidad de que cualquiera puede terminar involucrado con el crimen organizado sin darse cuenta, esa parte en la que dejamos de ser observadores para intervenir en la escena directa o indirectamente.
El hecho de desarrollarse en ciertas partes específicas de la zona metropolitana, como La Huasteca, la avenida Venustiano Carranza o Morones Prieto, hacen que haya una identificación diferente del lector regiomontano con esta historia, una más cercana. Sin embargo, no es exclusiva de Monterrey puesto que situaciones como ésta ocurrieron a lo largo y ancho del país.
En una mesa de un pequeño café en el centro de Monterrey, en medio de una collage de charlas diversas, platiqué con Alejandro sobre esta novela y la importancia de hablar de ese período de violencia que muchos atestiguamos.
¿Por qué era importante para ti escribir El Emisario, cómo te encuentras con esta historia?
Los procesos creativos son muy caprichosos, comienzan en una parte y terminan en otra. Desde hace mucho tiempo estaba interesado en un personaje que tiene todas las condiciones de una víctima. Por otro lado, leer El chivo expiatorio de René Girard influyó mucho en que siguiera esa línea, la del chivo expiatorio. En la sociedad, ellos se consolidan a través de un asesinato ritual, o sea, nosotros nos consolidamos al nombrar al otro y en ese momento ajusticiarlo. Ya venía trabajando esta idea para trabajarla en otra historia mientras radicaba en España, pero me tocó regresar en el 2010, justo unas semanas después de huracán Alex, y ví la ciudad en ruinas, además con esta onda naciente del crimen organizado ya muy agresivo, muy visible con balaceras en calles como Pino Suárez, colgados y demás cosas que no se habían visto en la ciudad. Lo que hice fue tratar de juntar ambas situaciones.
Juntas ambas piezas en un rompecabezas.
Me interesaba mostrar cómo también nosotros nos consolidamos a nosotros mismos, a nuestra legalidad, a través de la señalización del mundo del narco. Por eso quería que mi personaje sí estuviera relacionado con el narco, pero que a su vez no fuera algo típico.
Alguien que pudieras ser tu o yo, cualquier ciudadano. Es decir, señalar pero sin vernos como parte del problema.
Exacto, porque la intención era que el lector se identificara con él. No es parte de ese mundo, sin embargo está siendo absorbido, se está metiendo y lo está haciendo mal, además cayendo en la fascinación.
En esa identificación construyes al personaje de modo que son sus pensamientos y voz lo que leemos durante toda la novela.
Es el hilo del pensamiento de una persona, me tomé la libertad y el reto de escribir una novela de esta temática en primera persona porque yo quería que fuera un flujo, un golpeteo que está ahí. Es un ejercicio de interior psicológico.
Durante la narración, el personaje principal constantemente menciona la observación participante, como si esta fuera su tarea, ¿a qué se refiere?
Es un término de la antropología en el cual la tarea de una persona es observar. Si tiene algo qué hacer lo hará, pero intentando intervenir lo menos posible en su propia observación. Entonces, este personaje, al verse involucrado en el mundo del narco, comienza a participar y todo se va a la chingada, justo cuando él interviene. Para él hubiera sido más fácil no hacer nada, sin embargo termina involucrándose.
Lo políticamente correcto está llegando también a la ficción, queremos que todo sea verosímil.
La premisa de la ficción es un pacto entre el escritor y el lector, si esto se establece y el lector logra sumergirse en el mundo planteado, le va a dar lo mismo lo que esté sucediendo. Es como lo que decía Artaud del teatro, “es el pacto donde vamos a creer lo que estamos viendo”, es lo mismo con la novela.
Esto me recuerda a Juan Pablo Villalobos quien habla de que todo es creíble si se logran construir las reglas y formas de una historia.
Claro. Yo, por ejemplo, soy escritor, pero trabajo en un yonke de chatarra. Si pusiera eso en la novela me dirían ¡ay, no mames, es mentira! Y no me lo creerían aunque es verdad: un escritor que gana premios trabaja en un yonke, dirían que es inverosímil.
Platícame de eso, ¿cómo te ha influido ese contraste entre la literatura y tu trabajo en el yonke?
Parte del conocimiento, lo poco que sé sobre el narco, lo obtuve de ahí porque los negocios de chatarra son un blanco. Escucho a mucha gente que un oficinista no se toparía, y conozco o escucho historias que no se escucharían en una oficina.
Me llama la atención que cuando se comenzó a hablar de la literatura del norte, en la cual el tema del narco y la violencia fueron una característica añadida, muchos escritores norteños renegaron de ella; hubo incluso quienes pidieron que no se les relacionara con ésta. Luego, después de que pasó el ventarrón, llegas tú con una novela, donde está presente el marco y la violencia, y se habla mucho de ella. Es decir, me da la impresión de que la cuestión no es el tema sino cómo lo cuentas.
Yo creo que de entrada fue un fenómeno de banalización y comercialización. Cuando un tema de estos sale y comienza a vender, las editoriales hasta piden libros por encargo. Lo mismo ocurre con las series. Por eso entiendo que la gente quiera distanciarse de eso. Cuando yo me acerqué al tema hubo gente que no le gustó que le entrara y pensaron que lo que quería era solo vender, porque mis libros de cuentos son muy diferentes. Pero creo que no puedo darle la espalda a algo que está pasando, estoy viendo lo que sucede.
Hay quien pueda pensar: ¿qué se puede decir que no hayan dicho o escrito los demás?
Por eso el reto fue hablar del tema pero intentando salir de todas las variables comunes, dar la vuelta de tuerca.
Me parece que un punto muy resaltable de tu novela, si no el más importante, es que habla del tema del narco en la actualidad en Monterrey, es decir, hay algunos títulos de autores regiomontanos que buscan la violencia en el pasado pero poco se ha escrito de lo que ocurrió en esta época actual.
Muchas veces lo que el escritor hace es esperar que se calmen las aguas para ver el saldo y saber lo que realmente está pasando. Tiene que ver también, y esta es una teoría personal, con la forma en cómo vivimos la ciudad, cómo la sentimos y cómo la pisamos y transitamos en ella. La forma en que piso la ciudad y cómo me muevo en ella me hacen conocerla de otra forma.
En todo este proceso, desde que comienzas a escuchar las historias, luego escribirlas y finalmente tener la historia completa, ¿qué encontraste?
Fue un proceso de catarsis porque por un lado es una novela que nace de la rabia del crimen, pero es a la vez contradictorio al entender que las personas involucradas en el crimen organizado no dejan de ser personas. En el caso específico de esta novela encontré la evidencia de que la sociedad regiomontana es bien hipócrita; mostrar eso también era una de mis intenciones con este trabajo.