Hace 70 años, Luis Buñuel junto con Luis Arcoriza escribió un guión que abría con un prólogo crítico a la sociedad mexicana en aquella leyenda de película llamada Los olvidados. En dicho discurso de apertura leído por Ernesto Alonso, se dejaba la solución del problema de una infancia quebrada por la miseria a las fuerzas progresivas de la sociedad.
De aquel filme protagonizado por un joven criminal de gran calado apodado El Jaibo y su adolescente amigo Pedro, se encuentra sin duda un reflejo muy nítido y evolucionado por el paso de las generaciones en Chicuarotes, filme de Gael García Bernal, escrito por el guionista Augusto Mendoza.
Los paralelismos entre aquella película del astro español y esta producción del actor-director-productor mexicano son vastos. Ambas se sitúan en periferias marginales de la actual Ciudad de México (Nonoalco-Xochimilco) donde la figura de la familia ideal mexicana no existe, está rota o aún se conserva o sobrevive en un estado larvario monstruoso, y el fantasma de la miseria es una maldición que a ojos de gente sin educación y sin esperanza de verse transformados por la misma, optan por el submundo del crimen para escapar de su fatal destino.
Mientras que Los olvidados tiene un par de jóvenes criminales realizando pillerías menores como despojar a limosneros y artistas callejeros de su dinero, Chicuarotes tiene a otro par de jóvenes: El Cagalera (Benny Emmanuel) y El Moloteco (Gabriel Carbajal), pasando de un instante a otro de payasitos de microbús a ladrones empistolados que consiguen a la mala el dinero que no pueden ganar con su escaso talento.
La trama de ambas películas se sustenta en la maestría de un guión que sabe desenvolverse como una maquinaria de relojería bien afinada que desencadena sucesos de gran interés y suspenso que no hacen más que sorprender a medida que el filme avanza.
Para el caso de Los olvidados, es la senda del Jaibo (Roberto Cobo) yendo día tras día a una vida de perdición que lo llevará a la muerte, mientras que Pedro (Alfonso Mejía), aún haciendo todo lo posible por cambiar de vida, no logra el mejor final. Para el caso de Chicuarotes tenemos algo muy parecido: Cagalera, un chico de aproximados 15 años, que vive hacinado en una casa donde el padre es un borracho que golpea a su madre, y sus dos hermanos, unos totales extraños que lo ven como un caso perdido. Y por otro lado, el Moloteco, un chico huérfano de buen corazón y bondad exarcevada, que lo convierten en el monigote manipulable para los fines criminales de su amigo.
Si algo había en el sello de la casa del quehacer buñueliano era su afinidad con el psicoanálisis y lo surreal, en la película de García Bernal con guión de Mendoza, es la actualidad mexicana que no ha abandonado el surrealismo de su tragedia incesante vuelta normalidad, para salpicar su historia con un humor tan genial como macabro.
Para aquella película de mediados del siglo XX, en el que si bien el asesinato imprudencial ya era la marca de la casa en un joven que perdió un hilo importante con la conmiseración humana, el secuestro no era ni por lejanía de pensamiento una posibilidad en el catálogo para hacerse de un mejor escalafón en la violenta pirámide de las subclases sociales. Para el caso de Chicuarotes, donde el asesinato no es ni por cercanía de pensamiento una posibilidad de los jóvenes criminales, el secuestro sí es una ventana posible para salir de ese barrio que parece no tener una mejor posibilidad de vida para los jóvenes criminales.
Si algo había en el sello de la casa del quehacer buñueliano era su afinidad con el psicoanálisis y lo surreal, en la película de García Bernal con guión de Mendoza, es la actualidad mexicana que no ha abandonado el surrealismo de su tragedia incesante vuelta normalidad, para salpicar su historia con un humor tan genial como macabro.
Cagalera robando la pistola de su padre para conseguir dinero fácil. Cagalera enterándose que puede juntar 20 mil pesos para comprar una plaza en la Comisión Federal de Electricidad y trabajar sin hacer nada durante el resto de su vida. Cagalera en un atraco fallido en una tienda de calzones con el Moloteco y un joven dandy apodado El Planchado (Ricardo Abarca) que termina detenido en un arresto sexual por un par de policías de rebosantes carnes. Cagalera desesperado porque parece que el destino tiene los dados volteados en su contra hasta que encuentra un ser indefenso con el cual puede salir beneficiado al entrar al peligroso mundo de la privación ilegal de la libertad. Y aquí lo peor de todo, su amigo Moloteco, carente de todo amor de familia por ser huérfano, secundando las estupideces de su amigo de toda la vida. En suma, la historia de un par de jóvenes que puede ser tan parecida a la de cientos de encarcelados o liberados de cualquier prisión de México.
Y a pesar de que ambas historias centran sus arcos narrativos en personajes masculinos, son las mujeres en un trasfondo, las que brindan un equilibrio y una mediana entereza a esos protagonistas tan alejados de la cordura humana. La madre de Cagalera interpretada por Dolores Heredia, que es la abnegada señora que aguanta todo el maltrato de su marido con tal de que no le haga daño a sus hijos, o la madre de Pedro en Los olvidados, que a pesar de tener claro que su hijo es un inadaptado que prefiere la vida de los vagos, ella no pierde la entereza para brindarle a sus otros hijos el sustento de un vida humilde pero digna.
La sensualidad innata de las mujeres es también un elemento que en ambas películas hace que los personajes más viles salgan de sus madrigueras para querer traspasar el halo de la pureza femenina. En la película de Buñuel el de la joven Meche (Alma Delia Fuentes), que despierta tanto en el criminal Jaibo los bajos instintos más carnales, como los del Ciego Carmelo (Miguel Inclán). Para el caso de la película de Bernal, el personaje de Sugheili (Leidi Gutiérrez), una humilde joven de familia que trabaja en una estética y tiene la desgracia de ser la novia del Cagalera, además del oscuro objeto del deseo de un peligroso criminal llamado El Chilamil, interpretado demencialmente por Daniel Jiménez Cacho.
Existen muchos detalles por los que Chicuarotes podría ser definida como una de las grandes películas mexicanas del cine contemporáneo hecho en México. No por nada se estrenó el año pasado en el festival de Cannes en Francia con un gran recibimiento del público internacional. Después de un año de haberse estrenado en cine, llegó a Netflix para abrirse camino ante nuevos públicos. De esto y otros temas relacionados al filme, hablo con su escritor, Augusto Mendoza:
Cuando llevaba unos quince minutos de comenzar a ver Chicuarotes me di cuenta que la historia fluía demasiado bien. Que la narrativa era un interesante conjunto sucesos y personajes que no cesaban de generar interés y emoción. Me puse a investigar y me enteré que se trataba de un guión con mucho tiempo de trabajo detrás (más de 10 años). Tomando en cuenta todo este proceso en el que, si bien ya se había mostrado el interés por tu trabajo, ¿no te había dado por tirar la toalla y decir, bueno, creo que ya no se armó la realización de mi guión?
Afortunadamente, desde el primer draft el guión generó interés en varias personas. Ganó en un concurso de la SOGEM y luego fue seleccionado para desarrollo en un taller de IMCINE, donde lo estuve tallereando con la asesoría de Beatriz Novaro. Luego captó la atención de Carlos Cuarón y Juan Elías Tovar y lo estuve trabajando con ellos un tiempo más. Así que, aunque su camino fue largo, siempre hubo gente interesada y eso me ayudó a no perder la esperanza de que eventualmente se iba a filmar.
Por otro lado, me enteré que fuiste el autor de los libretos de Mr. Pig y Abel, proyectos en los que personas como Diego Luna, Danny Glover, John Malkovich, JM Yazpik estaban inmersos. Supongo que Chicuarotes fue un guión que te abrió la puerta a las grandes ligas sin siquiera haberse llevado la preproducción de por medio, ¿cómo viviste todo ese proceso?
Justo así fue, cuando finalmente me compraron el guión en Canana Films para que lo dirigiera Gael, Diego me platicó de la idea que tenía para hacer Abel y la empezamos a trabajar juntos. De ahí siguió la oportunidad de hacer el guión de El Santos vs la Tetona Mendoza y luego Mr Pig. Pero sí, definitivamente nada de esto hubiera pasado sin el guión de Chicuarotes, fue mi boleto para dejar de hacer televisión y empezar a hacer cine.
En el making of de la película, Gael menciona que la película es una comedia dentro de un gran drama. Y es justo en este detalle que también noté grandes aciertos de tu trabajo como guionista. Escribiste en los linderos de la farsa tu historia para exponer un tipo de juventud rota hasta la médula que intenta salir a flote entre las virtudes del pasado que están por morir (el noble carnicero o la madre abnegada) y las virtudes inciertas del presente (la vida delincuencial) para lograr un futuro “mejor”. ¿Cómo es pues, que pudiste lograr escribir algo que pudiera jugar tantos géneros sin desbarrancarse en el intento?
Yo siempre he creído que fue el humor lo que distinguió al guión de muchos otros por el estilo, así que para mí siempre fue muy importante no perder eso e intentar buscarlo incluso en los momentos más oscuros. La verdad todavía no estoy muy seguro de si sí lo logré, pero el intento se hizo.
¿Qué tanto tu labor como autor, además de tus vivencias y trabajo propio, se ve influenciado por las películas y obras que admiras? De pronto me llegan a la mente películas como Los olvidados en la que encuentro un gran paralelismo con la tuya. El Cagalera que mas que un dechado de virtudes, es un conjunto de defectos que lo convierten en una especie de kamikaze social como el Jaibo. Algo similar a lo que me sucede con el Moloteco, un personaje que de tan inocente y buen amigo, se deja llevar al abismo por terceras personas, justo como Pedro, de Los olvidados. Además de estos paralelismos, encontré otros guiños con Amores perros al momento en que el Cagalera está a punto de escapar en el camión con su chica. O algún otro con Los 400 golpes cuando la misma decide irse corriendo y no acompañarlo en su huida.
Además de las que mencionas, las otras dos grandes influencias que siempre tuve en mente fueron Mecánica nacional de Luis Alcoriza (guionista de Los olvidados, por cierto) y Sucios, feos y malos de Ettore Scola, justo por su genial mezcla de humor y drama.
«Fue el humor lo que distinguió al guión de muchos otros por el estilo, así que para mí siempre fue muy importante no perder eso e intentar buscarlo incluso en los momentos más oscuros»
Augusto Mendoza
Un personaje inesperado que viene a darle un realce a la historia en un momento culmen es sin duda El Chilamil, un villano que llega sin avisar a robarse las voluntades de todos los involucrados en el filme. ¿De dónde fue que salió este personaje en la elaboración de tu historia y cuál es tu opinión del gran trabajo realizado por Daniel Jiménez Cacho para encarnarlo en la película?
El Chillamil fue un malandro real de Tulyehualco, el pueblo de mi familia, donde era famoso por sus crímenes. Creo que Daniel lo hizo genial y siento que fue una gran decisión castearlo.
¿Cómo fue la relación con Gael? ¿Qué tanto trabajaron en forma conjunta y qué tanto hizo de tu trabajo su trabajo para convertirlo en lo que esperabas, en algo mejor, o en algo distinto?
Fue muy padre, a lo largo de más o menos diez años estuvimos trabajando intermitentemente en el guión, probando cosas y buscando el mejor rumbo que podía tomar la historia. Creo que lo hizo muy suyo y estoy muy contento con el resultado final, se nota mucho el amor que le metió a la película.
¿Cómo le fue a la película en su estreno hace un año con el público en los cines en comparación a la forma en que la gente la está descubriendo y/o redescubriendo a través de Netflix?
Creo que ahora que está en Netflix la está viendo un público más amplio que hace un año que se estrenó en cines y me ha latido mucho su respuesta, creo que la película sigue encontrando a su audiencia y espero que así siga.
¿Qué recomendación le darías a los guionistas que apenas comienzan para poder llegar a tener una proyección a nivel nacional e internacional como la tuya?
Yo les recomendaría lo que siempre dicen en los talleres los maestros de escritura: escriban sobre lo que saben y sobre lo que les interesa, siempre se nota cuando algo está escrito con honestidad y con corazón, y eventualmente alguien se fijará en su trabajo.