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Celso Piña: la formación de un rebelde

La vida de Celso Piña es una historia de esfuerzo, una narrativa de perseverancia de un personaje que se enfrenta contra lo establecido. En este texto «Nicho Colombia» hace un repaso de sus primeros años hasta el lanzamiento de Barrio bravo,

La vida de Celso Piña es una historia de esfuerzo, una narrativa de perseverancia de un personaje que se enfrenta contra lo establecido. Su mérito más grande fue el hecho de atreverse y hacer las cosas sin importar lo que la gente les dijera. En cierta medida se convirtió en un revolucionario, en un rebelde, todo un sedicioso que se enfrentó y salió triunfador. Y hoy por hoy es uno de los máximos exponentes de la cumbia en América. Sin ser colombiano ha llevado este género musical por todo el mundo.

Pese a todos sus logros, la historia de Celso Piña no inicia en el momento de su éxito. Su larga trayectoria comienza en Monterrey, al sur de la ciudad, y se desarrolla en un ambiente familiar donde todo escaseaba y para lograr las cosas había que trabajar mucho, ya que nada sobraba y lo que había se lo ganaba con el sudor de la frente.

Celso Piña Arvizu nace en Monterrey,  Nuevo León el 6 de abril de 1953. Es el primero de 9 hijos; cuatro varones y 5 mujeres. Sus padres son Don Isaac Piña Marroquín y Doña María Arvizu Córdova, vecinos de la Colonia Nuevo Repueblo. Su padre era de oficio talabartero y su madre dedicada al hogar. 

“Mi abuelo, el papa de mi padre, que trabajaba en una panadería, fue el que me puso Celso, fue a la casa y le dijo a mama que  así me pusiera”.

El destino quiso que radicaran en dos lugares antes de La Campana.

“Primero vivíamos en la Nuevo Repueblo, posteriormente nos fuimos a radicar al Barrio Tampiquito, la Colonia Palo Blanco, en San Pedro Garza García, luego a la Boquilla y después al Cerro de la Campana”.

Familia humilde, este matrimonio tenía la vena artística, ya que varios miembros eran músicos.

“Mi abuelo tocaba el violín y mi abuela la mandolina, mi tío Ernesto, hermano de mi papá,  tocaba el acordeón, otro tío tocaba la batería y hacían verbenas para la familia y para otras personas”.

Sus primeros empleos

La necesidad ha sido el común denominador de muchos de los habitantes de la zona sur de Monterrey, entre ellos La Campana, lugar de residencia de la familia Piña Arvizu.

“En Tampiquito tuve mi primer empleo. Fue con un señor que vendía tierra, lo hice por gusto, era tierra para las matas, iba en un carretón tirado por un caballo. El señor iba por la tierra y llegaba con unas bolsas y me buscaba para que le ayudara. Además recogía frutas de las tiendas de la colonia Del Valle, y esa fruta luego la lavaba y montaba una frutería en su casa, y saliendo de la escuela iba y le ayudaba”.

“Primero vivíamos en la Nuevo Repueblo, posteriormente nos fuimos a radicar al Barrio Tampiquito, la Colonia Palo Blanco, en San Pedro Garza García, luego a la Boquilla y después al Cerro de la Campana”.

El siguiente empleo fue con su tío donde trabajo en una tienda. En ese tiempo su tía Juan Arvizu, casada con el comerciante José Galván, dueño de un estanquillo en la Colonia Independencia, requería de un ayudante para que le apoyara en los quehaceres de la tienda y no dudaron en llamar al pequeño Celso.

“A mi mamá le dijeron que sería buena idea que le prestara a Celso al tío José, y el acuerdo fue que una vez que saliera de estudiar iría a la tienda para ayudarle y así fue: me llevaban y trabajaba de tendero».

Sin embargo, cuando el tío salía de la tienda Celso se quedaba solo en el negocio, y la situación, por la edad del niño, fue dura, ya que los clientes se aprovechaban de su bondad, y comenzaron los problemas. A esa edad con trabajos Celso apenas sabía sumar y restar, por lo que algunas personas abusando de la inocencia hacían de las suyas, al pagar de menos su mercancía.

“Los clientes me llegaban y me pedían las cosas que vendía: un nescafé, dos papás, las sodas, y al momento de hacer las cuentas me decían: Es tanto. Y yo de buena gente y por no batallar  aceptaba lo que me decían. A mi tío le empezó a llamar la atención que la clientela pasaba y al verlo a él no llegaban, y que cuando yo estaba atendiendo llegaban esas mismas personas para que las atendiera, total que era gente aprovechada”

En la escuela las cosas no fueron ni bien ni mal simplemente era un alumno regular.

“No fui un estudiante muy bueno, no era de 10 o 9, más bien era de 7 o 6 pero no reprobé ningún año. Aunque tenía el antecedente familiar del gusto por la música por parte de mi  padre, la verdad yo no sabía que iba a ser músico, pues empecé cuando tenía 15 o 16 años influenciado por los Beatles y las bandas de moda”.

Cuando Celso Piña se encontraba en el cuarto año de primaria fue invitado a laborar  a una tortillería. En ese empleo se enfrentó a los problemas derivados por su minoría de edad.

“Una vez que faltó el molinero me dijeron que si lo podía sustituir y se me hizo fácil y les dije que sí, y me puse a moler el nixtamal. De repente comenzó a salir humo y me regañaron porque no supe hacer bien las cosas”.

Una y otra vez Celso fue aprendiendo que la vida no es fácil, aún a pesar de su edad, máxime sí desempeñaba trabajos de adulto aun siendo niño. Pese a todo lo anterior nunca se desanimó con los fracasos. Al contrario, fueron un aliciente para forjar un mejor futuro.

«No fui un estudiante muy bueno, no era de 10 o 9, más bien era de 7 o 6 pero no reprobé ningún año. Aunque tenía el antecedente familiar del gusto por la música por parte de mi  padre, la verdad yo no sabía que iba a ser músico»

“Duraba un mes en un trabajo porque no me  llenaba y me iba a otro y así seguía. Una vez me puse a trabajar en una fábrica de tacones y el manejo de la maquinaria era riesgoso, al momento de dar forma a los tacones había peligro. Mejor me salí de ahí a buscar otro empleo”.

Luego Piña iría a trabajar a una fundidora hasta que se estableció como intendente en el Hospital Infantil de Monterrey.

“Mi herramienta era la tina, el trapeador y el recogedor; ahí era hacer de todo y me decían que bajara la ropa sucia;  en sí hacía todo lo que está relacionado con el trabajo de intendencia. Ahí me la pasé muy bien limpiando pisos haciendo labores propias de un intendente”.

El encuentro con la cumbia

En su estancia laboral en el hospital fue que Celso comenzó a entrarle el gusto por la música colombiana que le había llenado el oído.

“Como el Hospital Infantil está cerca de las colonias que se encuentran arriba en la Loma Larga, yo a lejos escuchaba que la gente hablaba con megáfono pidiendo apoyo para la Junta de Mejoras, pues pedían cooperación para meter el agua, la luz, el alumbrado y como fondo se escuchaba cumbias colombianas”.

Vale recordar que la rica tradición sonidera de Monterrey se remonta a los años sesenta, por lo que en los barrios como la Colonia Independencia, donde estaba ubicado el Hospital Infantil, la música predominante eran las cumbias y vallenatos, gracias a los sonideros. Ahí en lugar de escuchar temas de grupos de actualidad, sonaba fuerte Alfredo Gutiérrez, Aníbal Velásquez, Lisandro Meza y Los Corraleros del Majagual, entre muchos más.

A Celso Piña le empezó a llamar la atención la música de estos grupos al grado de que le entró el gusanito por crear su propia agrupación musical.

“Se escuchaba desde las alturas de esas colonias decir a la gente ‘y ahora con Alfredo Gutiérrez el tema ‘Anhelos», y de esta manera me empezó a gustar esas letras que eran diferentes; eran otros ritmos,  otros sonidos que me fueron cautivando”.

Alfredo Gutiérrez sería uno de los ídolos de Celso Piña, ex integrante de Los Corraleros del Majagual, quien escribió con letras doradas su carrera musical en su natal Colombia, al ser coronado tres veces rey en el Festival Vallenato. Una vez tomada la decisión de conformar su propio grupo musical, Celso buscó en su padre el apoyo para cristalizar sus sueños.

“Le dije a mi papá que tenía la intención de formar un grupo de música colombiana. A mi papá le llamó la atención y me dijo que si me gustaba pues había que entrarle. Le comenté inmediatamente que para ello me hacía falta un acordeón a lo que me pidió tiempo y me dijo que me aguantara en lo que él me conseguía uno”.

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A pesar de no contar con preparación musical, Celso Piña tenía la ilusión de hacer su grupo. De esta forma comenzó a obsesionarse con el acordeón. Ya con el gusanito de la música se integró a otros grupos musicales del género tropical. Ahí conoció a Ramón Morales, quien lideraba una agrupación. En estos grupos Celso Piña tocaba la tumba, el güiro, las maracas, el bajo. Sin embargo, como no lo llenaba pues él quería más; en pocas palabras quería su propia agrupación musical.

“Yo quería tocar cumbias; yo quería música bailable. Ya terminado con otros grupos, papá es quien me consiguió un acordeón de teclas, pero no me gustó, pues yo veía los discos de Alfredo Gutiérrez y los de Aníbal Velásquez, y no eran de teclas. Los de ellos eran de tres hileras de botones, y me ponía a tocar ese acordeón y la verdad no se escuchaba igual, se escucha un sonido triste y no alegre como el del acordeón de teclas. Le comente a mi papá que ese acordeón no era el ideal para ese tipo de música, y me contestó que tenía la libertad de vender el acordeón de teclas y para luego poder  comprar uno de botones”.

Una vez con el acordeón de teclas Celso Piña comenzó a ensayar: de hecho es autodidacta, ya que no tuvo maestros.

“Conseguí un acordeón muy viejo, estaba todo roto del fuelle y al momento de tocarlo salieron de adentro polvo y muchas cucarachas, pero una vez reparado, con cinta médica, quedó muy bien. Ensayaba duro frente a un espejo, me gustaba mirarme ahí y soñar con que era famoso”.

Posteriormente, ya entrado en la idea de contar con contar con sus propios instrumentos, Celso Piña le pidió a su padre una tumba.

«Papá es quien me consiguió un acordeón de teclas, pero no me gustó, pues yo veía los discos de Alfredo Gutiérrez y los de Aníbal Velásquez, y no eran de teclas. Los de ellos eran de tres hileras de botones, y me ponía a tocar ese acordeón y la verdad no se escuchaba igual».

“Le pedí a mi papá que si podíamos adquirir una tumba, sin embargo me dijo que la íbamos a fabricar y compró unas tablas. Fuimos a una carpintería y ahí mi papá se las ingenió para construirla. Luego fuimos a  un rancho donde había cabras y consiguió un cuero, el cual curtió y así fue como se hizo la tumba”.

El inicio de una carrera

Con seguridad don Isaac Piña estaba más emocionado con la aventura musical de su hijo porque en cierta medida a través de Celso cristalizaba muchos de sus sueños acumulados. Situación contraria ocurría con doña María Arvizu, mamá de Celso Piña, que no veía con buenos ojos el hecho de la conformación de una agrupación musical debido a que no sería un empleo seguro y carecía de prestaciones, ya que quería un futuro seguro para su hijo.

“Mi mamá estaba desinteresada en mi proyecto y no vio con buenos ojos que me saliera  del Hospital Infantil. Cuando ensayamos repetidamente me comentaba que era puro ruido lo que hacíamos. Tal vez mamá esperaba vernos empleados en una oficina, atendiendo un negocio. Ahí fue cuando hablé con ella y le dije que lo que yo quería hacer era precisamente música. Y siempre chocábamos, pero cuando empezamos a ganar más dinero fue que mi mamá entendió lo importante que para mí era la música y se dio cuenta que íbamos por un muy buen camino”.

Para finales de los años setenta, la agrupación de Celso Piña está conformada por sus hermanos Eduardo, Rubén, Enrique y Juanita, mismos que conformaron la original Ronda Bogotá, a la cual se unirán más elementos, algunos de los cuales posteriormente saldrían al paso del tiempo.

“Cuando acudía las casas disqueras la respuestas siempre giraban al rechazo. Iba con los dueños de las disqueras y las respuestas eran siempre las mismas. Me decían que luego me hablaban pero la verdad nunca lo hicieron”.

Pese al enorme esfuerzo, el éxito aún no llegaba y tardaría tiempo; Celso se enfrentó a muchas personas debido a que la escena musical regiomontana estaba plagada de grupos norteños y tropicales que no le daban entrada al género colombiano. Con todo, no fue impedimento para que Celso Piña siguiera con el objetivo de alcanzar el éxito, pero en sus inicios la Ronda Bogotá enfrentó discriminación y burlas en todo momento.

“Me las vi duras porque muchos me decían que mi música no vendía, que con esa musiquita no iba a llegar a ningún lado. Me decían que tocara corridos, pero la verdad a mí no me llamaba la atención. Les repetía que yo no lo hacía para conquistar el mundo, sino lo hacía para estar bien conmigo mismo al tocar lo que a mí me gustaba».

En ese tiempo nadie tocaba música colombiana en Monterrey y fue Celso Piña quien vino abrir el discurso y con él posteriormente llegarían otras agrupaciones. Pero pese a ser un ya conocido entre los sonideros faltaba mucho camino por recorrer.

“Cuando acudía las casas disqueras la respuestas siempre giraban al rechazo. Iba con los dueños de las disqueras y las respuestas eran siempre las mismas. Me decían que luego me hablaban pero la verdad nunca lo hicieron”.

La oportunidad vino cuando Celso conoció al director musical de la compañía Peerless, el Indio Jiménez. Ahí Celso grabó ese memorable primer disco que incluía el tema “La Manda”, una melodía que se convertiría en todo un éxito a nivel nacional.

“Cuando salió ese disco fue todo un suceso. Para mí es muy especial esa grabación porque representa todo el esfuerzo qué le pusimos a lo largo de muchos años”.

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En las primeras producciones predominaba el nombre de Ronda Bogotá. Sin embargo al paso del tiempo se fue imponiendo el Mote de Celso Piña  y su Ronda Bogotá. Una a una las grabaciones de Celso se convirtieron en todo un suceso musical en Monterrey y en algunas ciudades del Norte de México, pero cuando se encontraban en la cúspide del éxito es que se presenta una ruptura con algunos miembros del grupo.

“Algunas personas me dijeron que varios integrantes de la Ronda Bogotá querían conformar su propia agrupación, me decían que se ensayaban en la Colonia Independencia y para evitar malos entendidos, justo antes de una presentación, fue que los enfrente y los corrí del escenario. Les comente de la manera más atenta que si querían hacer su propia agrupación le deseaba mucho éxito, y así fue cómo se inició la Tropa Colombiana”.

Para Celso el hecho de que hubiera más de una agrupación de música colombiana en la ciudad en nada le beneficiaba, ya que literalmente abarataba su trabajo. La situación era lógica: al haber  más de una agrupación de este tipo de música los pagos se abaratan. Esta situación que fue bastante bien aprovechada por los empresarios por los bajos costos, ya que era mucho el público que gustaba de esta música.

“Había grupos que decían que ellos ponían el equipo de sonido y benefician al empresario, pero me boicoteaban pues pedían como condición que no fuera Celso Piña a tocar”.

Víctima de este boicot el músico de La Campana se sobrepuso a esta situación y siguió vivo musicalmente hablando pese a tener todo en contra.

“Tomé la decisión de tratar de hacer cosas diferentes. Por eso acepté una invitación para ir a tocar al Barrio Antiguo. Ahí conocí a un músico que había estado con El Gran Silencio, ese mismo músico me pidió el realizar un disco, tras pensarlo es que nació Barrio bravo”.

El músico era nada más y nada menos que Julián, ex bajista de El Gran Silencio, quién había salido la agrupación y tenía la inquietud de realizar un proyecto musical.

El disco Barrio bravo fue un suceso a nivel nacional y participaron figuras de la talla de Pato de Control Machete, Rubén Albarrán de Café Tacvba y El Gran Silencio. De ser un artista cuyo éxito se limitaba algunos estados del noreste de México y el sur de Estados Unidos,  Celso Piña alcanzó fama a nivel nacional e internacional.

“Siempre estuve seguro que algún día la gente iba a voltear a verme, e iba a conocer mi  música. Y sólo le pido a Dios no caer en cama y continuar haciendo lo que me gusta hasta los últimos días de mi vida”.


Fragmentos del libro Celso Piña. El rebelde del acordeón (Oficio Ediciones, 2018). Reproducidos con permiso del autor.

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