Era muy querido. Era pueblo. Era un ídolo. Dejó su trabajo como empleado de mantenimiento y decidió convertirse en músico. Fue difícil. Nunca aprendió a tocar bien, lo que se dice bien. Pero eso a la gente le valía madre. Porque les caía bien a todos.
Con Mujica como representante fue tejiendo un repertorio extraño y plural, que forjaba alianzas de todo tipo, y al cabo, muerto ya Mujica, se estableció como un músico que arrasaba, que ponía los lugares a reventar, y que se adaptaba a muchos gustos y atraía el interés de propios y extraños.
En estos días, tocaría en San Nicolás de los Garza, pero sucede que se murió. Sus grabaciones siguen sonando, y cada vez más fuerte.