Músico inquieto y visionario, tecladista prolífico, pionero del Tianguis del Chopo y practicante de yoga. Se ha ido un icono alternativo del rock mexicano a los 68 años, del llamado “otro rock mexicano”, distante de los grandes reflectores, taquillas y escándalos, pero no por ello menos considerable en su aportación musical de culto.
Más conocido por su trabajo en los teclados con la banda Chac Mool a inicios de los ochenta, su obra trasciende mediante otros grupos como Decibel, Vía Láctea o Tony Rayola, desenvolviéndose entre el rock progresivo, la electrónica y lo experimental. Nacido el 11 de agosto de 1951, fue hijo del célebre grabador Carlos Alvarado Lang y la restauradora María Teresa de Jesús Perea y Río de la Loza. En 1971 ingresó a la Escuela Nacional de Música de la UNAM donde aprendió técnicas como coro, flauta transversal y composición clásica. Tendría aquí su primer encuentro con el entonces estudiante Jorge Reyes, quienes formarían después Chac Mool, no sin antes concretar Vía Láctea, su primer proyecto profesional, en 1976.
Su deceso ocurrió la noche del lunes 13 de enero. En Facebook se divulgó la noticia donde muchos enviaron sus condolencias. El compositor y locutor radiofónico, Rafael Catana -con quien sí mantuvo una cercana relación musical desde 1978- me acompañó a su sepelio. Lejos de alguna funeraria suntuosa, la despedida se celebró en Azcapotzalco, al norte de la Ciudad de México con escasa prensa alrededor.
A diferencia de Armando Vega Gil, esta despedida resultó menos mediática, pero también más pacífica, modesta y armoniosa, sin la voracidad periodística por obtener una nota escandalosa, sin grandes figuras públicas congregadas, excepto por Salvador Moreno, ex cantante de La Castañeda, el periodista José Xavier Navar, José Álvarez, integrante de Oxomaxoma, Antonio Pantoja, miembro del Tianguis del Chopo, su familia y sus hijos Uvarigh y Aymara, con quienes alternó en vivo en diversos conciertos. Y por otro lado, algunas caras desconocidas figuraron de manera significativa, como la de un niño pequeño que lloraba y vestía una playera de la portada del disco Caricia Digital de Chac Mool. “Me la regaló Carlos”, contestó después de inquirirle donde la había obtenido. Conmoción a tope.
Entre rezos, sollozos y cantos, algunos asistentes entrelazaron sus manos para unirse en un círculo rememorando los buenos momentos vividos junto al artista. Sin perder la jocosidad, los sobrinos narraron las anécdotas en que su tío los llevaba al cine durante la infancia, hasta que otro bromeó con un comentario hilarante: “Lástima que le iba al América”. En medio de la congoja, las risas brotaron.
Si bien con Alvarado no tuve relación personal o profesional alguna, durante años estuve familiarizada con su nombre y su trabajo, por el que sentía respeto. Compartimos a mucha gente en común y lo vi tocar en vivo en diversas ocasiones. Uno de estos amigos me lo presentó una tarde en El Chopo cuando el cáncer lo tenía ya casi consumido, con una delgadez desconcertante, pero sin perder la cordialidad en el saludo, ni el compromiso de vestir de blanco según La Gran Fraternidad Universal de Yoga a la que perteneció. Parte de sus últimas actividades los pasó entre ésta cofradía y el tianguis. Ya desde la primavera de 2017 su salud era precaria y agrupaciones como Decibel, Oxomaxoma, Luz de Riada y otras organizaron un concierto en el Museo del Chopo a su beneficio, como otra anécdota personal.
“Fueron muchos años en los que colaboramos en conciertos y grabaciones, pero recuerdo con agrado la grabación del disco Vector Escoplo, pues fue un periodo largo donde estuvimos juntos para la producción, que por otro lado me gusta mucho”. Como uno de los recuerdos de sus amigos músicos, destaca el de Alex Eisenring, integrante de Syntoma y Decibel quien lo conoció en 1979, antes de grabar su disco de culto El Poeta del Ruido, donde se fraguaría un fuerte vínculo hasta el final de sus días. “Fue una buena persona con un lado espiritual, ya practicaba y enseñaba yoga, y tuvo una carrera muy prolífica. Los últimos trabajos que hice con él fue en el disco El insecto mecánico de Decibel y el último disco de Erich Zann”.
Respecto a sus memorias, José Álvarez, miembro de Oxomaxoma, lo recuerda como un ser intenso para acumular teclados: “Carlos tuvo todo tipo de teclados, hasta lo más actual y novedoso. Gracias a todo ello lo que realizamos fue muy importante, ya que se tuvo que incursionar en otros ritmos, estructuras que en aquel tiempo no eran del todo conocidas y sólo eran teclados, sampleos, cajas de ritmos y nos sirvieron bastante”. Por otro lado, su faceta de coleccionista de discos es otra a considerar: “Tenía una variedad enorme de grupos que para aquél entonces no eran accesibles y dejó un buen legado musical por parte de él como de la música que coleccionaba. También le podemos sumar todo el material pictórico de su padre, Carlos Alvarado Lang, y sus grabados”. Antes de fallecer, Alvarado invitó a José a participar en su último proyecto de 2018: Metamorfosis. “Fueron momentos muy interesantes, divertidos, porque siempre permitía que uno se desenvolviera. Él siempre estaba bromeando, era una característica muy propia, estaba a risa y risa”.
Rafael Catana, cantante del movimiento llamado “rupestre” y locutor del programa Pueblo de Patinetas de Radio Educación, también habla de su vínculo profesional: “Conocí a Carlos en 1978 cuando estaba saliendo de la preparatoria y un amigo en común, Jorge Chaires, me llevó a su casa, él ya había publicado en una antología de rock progresivo con Vía Láctea. Hay muchas aportaciones suyas al rock mexicano y a la música del mundo. Sobre todo, es parte de la simpatía permanente del rock progresivo, porque este tiene que ver con la cultura, el desarrollo. En México no estábamos tan preparados en ese entonces, pero Alvarado propone una serie de cosas que puedes ver en el primer disco de Vía Láctea, y descubrir ese trabajo espiritual, musical, con el México profundo visto desde otro punto de vista, tal vez gracias al yoga».
A diferencia de otros países, Catana refiere a que México adolece de una cultura donde se venere a sus músicos autóctonos por encima de los extranjeros: “En un país sin memoria cultural es importante entender que Chac Mool debe de ser valorado en muchos sentidos, porque su historia tiene que ver con el anterior grupo Nuevo México. Jorge Reyes sí hizo una aportación fundamental en el rock progresivo. Si antes todos se desvivían por Luis Alberto Spinetta nosotros nunca nos desvivimos por nosotros mismos”.
Es así como Alvarado duerme ahora el sueño en los sonidos que formó, de sus prácticas de yoga, de su faceta creativa heredada por el arte de su padre. Su música, más allá de Chac Mool, merece una revaloración y que su nombre no quede en el olvido.