“Se dice que la espina del cardo se entierra muy profundo, que es muy difícil de sacar de la piel. Y cuando sale produce un gran dolor, algo así como el amor, de ahí viene el nombre del canto cardenche”. Una reseña desde el quinto Encuentro con la Música Norestense, en Monterrey, México.
Por Gustavo Mendoza Lemus
Guadalupe y Manuel están en silencio. Es Fidel, en medio de ambos, quien toma la voz de mando para narrar la historia del canto cardenche, su importancia y por qué hace falta difundirlo aún más.
Los poco más de 150 asistentes al Aula Magna Colegio Civil Centro Cultural Universitario (Monterrey, México) hacen muchas preguntas, se interrumpen entre sí y quieren conocer hasta el último detalle como si estuvieran ante la última aparición de los laguneros.
En ratos se acuerdan que hay que seguir el concierto. Guadalupe Salazar Vázquez, Fidel Elizalde García y Manuel Valle García son los Cardencheros de Sapioriz, la agrupación que se ha dedicado a difundir el canto tradicional de la Comarca Lagunera, región ahora industrial entre los estados de Durango y Coahuila.
Fueron invitados a Monterrey para el quinto Encuentro con la Música Norestense, como representantes de un canto que se extendía entre las haciendas de Tamaulipas y hasta Durango a mediados del Siglo XIX pero que ahora sólo pervive en el ejido de Sapioriz.
Se distingue gracias a su canto a capella, con tres voces en distinta entonación y sin acompañamiento musical. Son cantos melancólicos, cargados de coplas dedicadas al amor, al arduo que es el trabajo en el campo y a la pobreza milenaria.
Han terminado de cantar “Cuando la redonda luna”, y Manuel y Guadalupe vuelven a su silencio. Fidel continúa dando explicaciones a un público que no se cansa de preguntar.
Dolor de un amor
Guadalupe, Fidel y Manuel están acompañados por el etnomusicólogo Francisco Cázares Ugarte, jefe de la Unidad de Culturas Populares en Coahuila, quien participa como interlocutor.
Los cuatro están rodeados por cactáceas de utilería, mientras que al fondo se proyecta la imagen de un “cardo”, la planta que da nombre al canto debido a la relación entre el dolor de sus espinas y el causado por un viejo amor.
“Se dice que la espina del cardo se entierra muy profundo, que es muy difícil de sacar de la piel. Y cuando sale produce un gran dolor, algo así como el amor, de ahí viene el nombre del canto cardenche”, dice Francisco Cázares Ugarte.
Las canciones interpretadas por los Cardencheros suelen ser melancólicas, evocando tiempos donde sus antepasados trabajaban como peones de prósperas haciendas algodoneras del siglo XIX pero donde los campesinos no eran dueños “ni de lo que vestían”.
Sólo basta escuchar las coplas de “Ya me voy a morir a los desiertos”, por citar una de las canciones más conocidas, para ver hasta dónde un hombre es capaz de sufrir y llorar:
Pero a mí no me divierten
los cigarros de la Dalia,
pero a mí no me consuelan
esas copas de aguardiente,
sólo en pensar que dejé
un amor pendiente,
nomás que me acuerdo
me dan ganas de llorar.
Las crónicas señalan que, tras una ardua jornada en los campos algodoneros, los hombres –y mujeres también–, se retiraban a los límites marcados de la hacienda donde trabajaban, encendían una fogata y se ponían a cantar acompañándose por algún aguardiente.
Especialistas coinciden que la pobreza de época era tal, que resultaba siquiera imposible pensar en contar con un instrumento musical para acompañarse. Sólo contaban con su voz y el sentimiento.
“A veces los peones de la hacienda más cercana alcanzaban a escuchar el canto y se contestaban, y así pasaban toda la noche: bebiendo y cantando”, dice Cázares Ugarte.
Francisco Cázares Ugarte hace hincapié en los trabajos a contratiempo para preservar y difundir este canto. Se han editado cancioneros, hecho grabaciones en casete y digitales; se habla de inaugurar próximamente un centro para dar talleres de manera permanente en La Laguna, no obstante, es un trabajo a contrareloj.
“No hay un tiempo para aprender canto cardenche porque no hay un método para enseñarlo”, dice
“Nos arreglan un carro alegórico”
Guadalupe y Manuel están callados, sólo Fidel contesta a las breves preguntas de la entrevista. Los tres visten sombrero, camisa y pantalón vaquero de corte sencillo.
Los tres tienen la piel curtida por el sol y las manos gruesas. Cuando toca el momento de cantar, cierran los ojos y así evocan las 48 canciones que aún persisten gracias a su memoria. Aunque el cardenche es la reducción a la austeridad propia de la cultura norestense, su interpretación no es para nada sencilla.
https://www.facebook.com/conartenl/videos/10160137115960613/?hc_ref=ARR3fY0mhC5Uihyhu7ElhtH2S-uYQzPiSDG8WIJ2xdlkQdq8uMHjr0Uc3w9eL0fd6Mk
“Es una realidad que la letra está impresa, ahí están los cancioneros. La melodía de las canciones pues ya las tenemos, más o menos son 48 canciones las que tenemos en la memoria, pero sí es cierto, tener que acoplarse a las tres voces tiene su cosa difícil”, dice Fidel en entrevista posterior al concierto.
El portavoz de los cardencheros trata de explicar lo difícil que sigue siendo difundir a la próxima generación la tradición del canto. No ha podido inculcar la tradición a sus hijos, a quienes no les interesa. En broma dice que Manuel “es la siguiente generación” de cardencheros, un hombre que quizá tenga dos años menos que él.
Pero la flor del cardenche tiene que brotar, aún en el difícil desierto. El panorama ha cambiado de apoco cuando en 2008 recibieron el Premio Nacional de Ciencias y Artes, una de las máximas distinciones que otorga el Estado Mexicano a la promoción y defensa cultural.
Esto los ha llevado a generar talleres y cursos de largo alcance en la Comarca Lagunera, a viajar por todo el país y participar en festivales de música en Nueva York y París, por citar algunos.
“A partir de ese premio toda la gente se sensibilizó mucho y ahora nos tienen en un pedestal muy bonito, porque en el aniversario en el ejido o en cualquier fiesta de la escuela nos citan para que nosotros entreguemos los diplomas a los niños. En el aniversario también nos arreglan un carro alegórico y nos ponen ahí, porque somos el orgullo del ejido”, dice emocionado Fidel.
‘¿Achis y en avión?’
Las preguntas no cesan por parte del público asistente al Aula Magna, en el concierto del pasado sábado 10 de marzo. Mujeres y hombres de todas las edades insisten en conocer qué se está haciendo por preservar el canto, cuántos grupos hay o si hay más grupos como ellos en Sapioriz o en algún ejido de la Laguna.
Dentro del programa ya han cantado “Ya me voy a morir a los desiertos”, “Al pie de un árbol” o “Al pie de un verde maguey”. También entonaron una pieza dedicada a la cruda, o resaca, que da tantos dolores de cabeza como un viejo amor.
Guadalupe y Manuel permanecen callados. Francisco explica los esfuerzos de la Dirección de Culturas Populares de Coahuila por preservar esta tradición, pero es Fidel quien describe la situación a detalle:
“Tengo un compadre que toca el acordeón, muy bueno con su grupo, y cuando nos vemos me pregunta ‘¿ora pa’ dónde, compadre?’ y ya le explico a qué ciudad vamos o fuimos. Luego me dice: ‘¿achis y en avión? Pero ustedes ni música tocan, nosotros aquí no salimos de La Laguna y a puro autobús’”.