Entré a Spotify un viernes a principio de año para revisar el radar de novedades y empaparme de lanzamientos de sencillos y remixes. Dentro de lo usual vi que habia un tema nuevo de El Gran Silencio llamado “Sidney”. “Curioso nombre”, pensé y le di prioridad. Para mi sorpresa el tema no tenía por ningún lado la sabrosura distintiva de la banda. Era un tema instrumental electrónico, del tipo que te recuerda que existen pasos de baile vergonzosos, y que se olvidan al momento de terminar. No entendí la razón y lo ignoré. No pude meterlo en ninguna conversación casual posteriormente.
Hace unos días la revista Input publicó un artículo titulado “Hate your favorite band’s latest song? On Spotify, it might be a fake” (¿Odias la nueva canción de tu artista favorito? En Spotify, puede ser falsa). En el artículo, Landon Groves y Cherie Hu discuten el caso de TV Girl, una banda que comenzó a investigar un misterioso “nuevo tema” que nunca grabaron, y dieron con otros once artistas con casos similares. Al no tener los derechos del nombre “TV Girl”, Spotify alega que cualquiera tenía el derecho de subir música bajo ese nombre. Después de unas semanas, el “nuevo tema” pasó a otro perfil de artista con el mismo nombre de TV Girl.
El caso de canciones falsas como “Sidney” se repite múltiples veces en la plataforma. Las canciones son plantadas para posicionarse y sacar el mayor provecho de las reproducciones tomando el nombre de artistas y creando colaboraciones ficticias. Estas a su vez llegan a playlist oficiales como el “Radar de Novedades” o “This is…”, entre los éxitos del artista, y se posicionan como música nueva en las cabeceras de los perfiles.
Spotify no permite subir canciones de manera directa, así que ofrece un abanico de distribuidores para que provean los metadatos y brinden el registro de protección para la canción. Este registro no es verificado con minuciosidad por parte de Spotify y las distribuidoras, provocando que estafadores registren temas bajo el nombre de artistas de todo tipo y hagan “colaboraciones” inexistentes, obteniendo regalías bajo el nombre que tomaron.
Además de el nombre de El Gran Silencio, “Sidney” toma el nombre de Gallego, un MC puertorriqueño, y de Bokaloka, un conjunto brasileño para crear un featuring ficticio.
El caso de canciones falsas como “Sidney” se repite múltiples veces en la plataforma. Las canciones son plantadas para posicionarse y sacar el mayor provecho de las reproducciones tomando el nombre de artistas y creando colaboraciones ficticias.
Actualmente, El Gran Silencio tiene tres temas que no son de su autoría dentro de Spotify. El tema “Melbour”, además de estar en esa plataforma se encuentra en Amazon, YouTube, Apple Music, TikTok, Deezer y Tidal registrados bajo la distribuidora TuneCore. Aunque los temas son removidos, de igual manera puede obtener sumas importantes sin que presente algún problema replicar el método con otros artistas.
Misteriosamente este tema tiene vocales en portugués y en la página de YouTube está registrado el nombre Gerrard Flansio como compositor y letrista. Este nombre no arroja ningún resultado en los buscadores.
Los agujeros del streaming
En agosto del 2016, Tim Ingham de Music Business Worldwide publicó un artículo donde expuso que Spotify estaba pagando a productores para crear temas para plantar dentro de las playlist oficiales de la plataforma. Música instrumental para dormir, relajarse, estudiar o cenar; música para amantes del jazz, blues y piano clásico. Estos temas al quedar registrados bajo artistas falsos caen en el dominio de Spotify, y al no competir en las listas de popularidad pasan desapercibidos en ocasiones y estados de ánimo, reuniendo millones de reproducciones.
Spotify negó las acusaciones y concluyó que su negocio era pagar regalías. Pero no negaron los artistas falsos. Ingham contactó a algunas personas que decidieron declarar anónimamente y reconocieron que plantar artistas falsos era una técnica común y era una apuesta para bajar los costos de licenciamiento. MBW publicó una lista de artistas falsos esperando obtener algún dia respuesta que Spotify aún se niega a dar.
La investigación no paró ahí, Tim Ingham encontró Streamify (actualmente no opera), una página donde por 5 dólares podías comprar mil reproducciones (hasta 2 millones de producciones por 2 mil 250 dólares). Hizo la prueba: subió un tema fugaz y pagó por dichas reproducciones, obteniendo cero alarmas o avisos por infringir los términos de Spotify. Este modelo puede encontrarse en otras aplicaciones que ofrecen el mismo servicio para plataformas como YouTube e Instagram.
El tema «Sydney», un supuesto featuring entre El Gran Silencio, Gallego y Bokaloka, aparece en plataformas como Apple Music, Spotify y Amazon Music.
Algunas veces los estafadores aprovechan la popularidad de películas para crear listas de reproducción que contengan la banda sonora y plantan sus temas para ser escuchados en la marcha o por accidente. También, pueden tomar nombres que se asemejan o ponen nombres de bandas en títulos de canciones esperando el mismo destino de ser escuchados por curiosidad, por error o por algoritmo.
A principios del 2019, fugas de discos de Beyoncé, SZA y Rihanna fueron cargados a Spotify y Apple Music bajo los nombres Queen Carter, Sister Solana y Fenty Fantasia. Algunos temas lograron entrar en las listas de popularidad antes de ser removidos. Pitchfork reveló de una fuente anónima que esta práctica puede ser remunerada hasta en 60 mil dólares en regalías de DistroKid y TuneCore al año.
Por otro lado, en marzo, Vice reportó que hay una comunidad que utiliza la plataforma para subir compilados de ediciones “rebajadas”, temas de Lana del Rey o The Weeknd a petición de jóvenes de edades entre 14 y 20 años, en formato de podcast bajo etiquetas “chill” y “reverb”. Otro ejemplo es el podcast de Toulousestan, quien compila sesiones y material de conciertos en vivo de Ariana Grande y Harry Styles para sus fans.
Spotify está pagando a productores para crear temas que se plantan dentro de las playlists oficiales de la plataforma. Estos temas al quedar registrados bajo artistas falsos caen en el dominio de Spotify, y al no competir en las listas de popularidad pasan desapercibidos en ocasiones reuniendo millones de reproducciones.
Aunque la persona que suba el podcast debe aceptar que todo el material le pertenece, tal parece que es muy fácil pasar el filtro y permanecer en la plataforma lo suficiente para crear una base de fans los cuales ya saben que en un plazo de 60 minutos pueden resubir el episodio recién tumbado, añadiendo “encanto” al proceso.
Proteger el negocio
Por desgracia, lo que para muchos puede resultar una galería casi infinita de contenido musical, para el artista no resulta nada atractivo. El modelo de negocio que ofrece Spotify compite agresivamente con el artista quien a su vez compite con otros artistas por acomodarse en el algoritmo que los ponga dentro de algún estado de ánimo.
Todo tipo de artistas se han visto afectados por estas prácticas. Sin embargo, entre más popularidad tienen, la respuesta de Spotify o de otras plataformas es más rápida. Aunque Spotify y alegue proteger a sus clientes y pagar las regalías, el negocio solo ve su propio beneficio y se encarga de resguardarse a sí mismo.
Los puntos “débiles” del streaming son a su vez terreno fértil para probar estrategias y para afectar colateralmente el mercado. Por otro lado, las bases de fans permitieron ver que estos agujeros dentro de las plataformas pueden contribuir a posicionar a su artista favorito sin afectar directamente las regalías, y que las medidas de seguridad son solo un juego mecánico del gato y el ratón.
Con los porcentajes de regalías que se fragmentan cada vez más, los artistas tienen que aceptar e implementar herramientas de promoción, como seccionar un “álbum” y revestirlo de “bundles”, con playeras o ediciones deluxe para generar reproducciones e ingresar en las listas. Todo para que al final sean afectados con su propio nombre y popularidad, con temas falsos que terminan denigrando su trabajo, y toda clase de manejos que muestran el lado oscuro del streaming.