¿Qué tiene de especial El crimen de la calle Aramberri (1994), de Hugo Valdés? Esa macabra historia que sigue despertando interés entre los lectores de la novela, que ya se encuentra ya en su quinta edición.
Por Armando Alanís Pulido
1. Escena
A principios de los años treinta del siglo XX la ciudad de Monterrey tenía aproximadamente ciento veinte mil habitantes. Corría el año de 1933, para ser exactos miércoles 5 de abril, entre las 6:45 y 6:50 de la mañana. En la calle Aramberri, en una casa situada en la acera sur y marcada con el numero 1026, se cometió el asesinato de dos mujeres: la señorita Florinda Montemayor Lozano de 21 años y la señora Antonia Lozano de Montemayor de 54, ambas, madre e hija, fueron acuchilladas y encontradas ya sin vida en sus respectivas camas. Ese es el comienzo para que el detective Inés González (una especie de Gil Grissom regiomontano) empiece la búsqueda de el, o los asesinos.
85 años después, con más de cuatro millones de habitantes, Monterrey es una ciudad que no se atemoriza tan fácilmente. Ahora el crimen organizado y la muerte “conviven” diariamente con las rutinas de quienes la habitamos y tratamos de no meternos en problemas con la justicia. ¿Pero, qué tiene de especial El crimen de la calle Aramberri (1994), de Hugo Valdés, esa macabra historia que sigue despertando interés entre los lectores de la novela, que se encuentra ya en su quinta edición? Pues simple y sencillamente que está bien escrita. No por nada Carlos Fuentes en 1996 la llamó una novela excepcional; prosa fina, en donde de una manera clara y detallada son expuestos los paisajes del Monterrey de los años treinta, que incluye marcas de productos, nombres de negocios, acontecimientos cinematográficos. Destaco entre todos ellos, uno que me parece muy relevante (aunque haya sido una suposición en la novela) y es el que refiere que cervecería hubiese querido pagar a la prensa para que informaran que uno de los asesinos era pulquero (bebedor de pulque) lo cual habría sido una estrategia para presionar a las autoridades a cerrar las pulquerías que eran en esa época la verdadera competencia y estorbo para el desarrollo de la incipiente industria cervecera regiomontana. Todas estas descripciones me remiten al estilo de las que hace José Emilio Pacheco, pero de la Ciudad de México de los años cincuenta en su novela Las batallas en el desierto, se destacan también de manera especial los provincianismos (un termino que en lo particular no es de mi agrado pero dado el tiempo histórico donde suceden los hechos es conveniente y no alcanza tonos peyorativos) y bueno, ¿Qué podemos vislumbrar a partir de ese hecho, qué podemos vislumbrar hoy que las ejecuciones por parte de los carteles del narcotráfico y las decapitaciones son cosa de todos los días?
Pues podemos afirmar como este acontecimiento (verídico) marca indudablemente un momento de transición en la ciudad, una ciudad que crecía al mismo tiempo que perdía su inocencia y que se perdía el respeto a sí misma. Es por eso que me parece que atinadamente Hugo Valdés rescate primeramente la historia (y aquí me refiero a que en los meses inmediatos a el crimen otro escritor, Eusebio de la Cueva, publicó -sin suerte- un libro sobre el asunto) y por otra parte que a partir de eso el autor crea nuevos materiales de conocimiento y deleite, en la medida en que los hechos superan la capacidad de asimilarlos, es decir: cuando la realidad supera a la ficción o digámoslo de manera contundente: cuando el destino invariablemente nos alcanza.
2. Investigación
Delfino Montemayor, esposo y padre de las víctimas, dijo que sospechaba del demonio, se interrogó también al lechero que simplemente realizó su entrega antes de los hechos y a un pretendiente de la joven occisa. Se sabía que el o los asesinos habían vaciado un costal de cemento para seguramente llevarse el botín y se encontró tirado un alzacuellos en la casa contigua donde vivía un sacristán, a donde se llegó porque los vecinos dijeron que el hijo de este escucho un grito el día del crimen. Pero la principal pista surgiría a partir de ver a un perro que olisqueaba la banqueta, justo ahí se encontraban unas pequeñas gotas rojas ¿acaso de sangre? que en zig-zag formaban un rastro que justo en la esquina de Aramberri y Diego de Montemayor doblaba rumbo al sur. Al seguirlo por varias calles, justo en Abasolo y Doctor Coss, las manchas desaparecían, pero señalaban sin duda hacia una carnicería, ¿y que hay en una carnicería? obviamente carniceros, carne, sangre y… cuchillos. Habría que, después de este curioso y simbólico hecho, hacer algunas cosas: echar un vistazo, interrogar a los carniceros y ¿por qué no? de pasada comprar un kilo de molida. Mientras tanto, la ciudad rumoraba todas las versiones posibles. Lo más extraño era que no apuntaban hacia un crimen pasional; los asesinos mataron para robarse el dinero (como dato curioso, los crímenes pasionales fueron inaugurados en la ciudad por el mismísimo fundador de Monterrey, Diego de Montemayor, que matara a su esposa a causa de descubrirle sus infidelidades con Alberto del Canto), algo bastante significativo que aún en nuestros días sirve para suavizar y hasta justificar ese tipo de actos. Pareciera que no tenemos mucho: A ver, sabemos que un kilo de molida rinde para cuatro personas y sabemos también que el amor es un crimen. Ah, y tenemos también a un periodista metiche del periódico El Porvenir, que saca sus propias conclusiones con su propia investigación y sin ningún empacho las publica.
De cualquier manera, los interrogatorios, los careos y ¿por qué no? las torturas en las personas de los cinco sospechosos principales que eran el carnicero (Gabriel Villarreal), que resulto ser ex policía y tener antecedentes penales, ¿les suena? Emeterio González, que trabajaba en la carnicería de la que era dueño Gabriel; Pedro Ulloa, alias El Ciego, que era chofer; y unos familiares de las víctimas (Heliodoro y Fernando Montemayor), fichitas también. Siguiendo con la lectura/investigación, de repente otra pista que puede darle un vuelco total al desenlace de la historia: un domingo al asistir a misa, Inés observa al sacerdote y descubre que lleva puesto un alzacuellos como el que encontró al iniciar sus investigaciones. El padre Tereso resulto tener fama de mujeriego y el “hijo” del sacristán sospechosamente era su vivo retrato, ahora deducimos algunas cosas:
- La madrugada sorprendió a nuestro don Juan con sotana y pudo oír o ver los hechos desde la casa contigua que era la casa de una de sus conquistas.
- El o los asesinos le confesaron al padre los hechos (El padre no podría confesar a la policía alegando el secreto de confesión)
- Al verse descubierto por las vecinas decide matarlas (entonces sí tenemos un crimen pasional, en donde un miembro de la iglesia se ve involucrado, la cosa se super complica y esto ya valió madre).
Ya para entonces el gobernador había girado instrucciones de no meterse más en el asunto y dar carpetazo final a las investigaciones. Se rumoraba además que habría una manifestación exigiendo un castigo ejemplar para los asesinos, esto debido a la manera en que Plowels (el reportero que se había publicado en el periódico los avances del caso) sazonaba las notas: cosas como “hiena ardiente de sangre” o “una fiera mordida por las dentelladas de la lujuria”. Además, en los círculos policiales ya circulaba una teoría muy loca de una venganza, de un complot contra Gabriel por algunos asuntos pendientes en su pasado. Esta sería contratando a un cirujano que infringiera las heridas a las víctimas, después de todo un carnicero y un cirujano tienen muchas cosas en común.
Así llego hasta la cuarta y última parte de la novela, en donde Valdés narra con destreza ( y con lujo de detalles) los últimos momentos tanto de las víctimas como de los victimarios. Y hago hincapié al capitulo dieciséis de esa última parte, donde sin duda alguna el lector entenderá que se encuentra ante un autor comprometido con su oficio; por supuesto que no les voy a decir quién o quiénes son los asesinos, porque yo saqué mis propias conclusiones y paso enseguida a demostrárselas.
3. Última diligencia
Interrogatorio a Hugo Valdés (Expediente HVMAAP-2018)
Pregunta: ¿Es usted el autor de El crimen de la calle Aramberri?
Respuesta: Sí. (Hugo titubea y se apresura a corregir.) Sí, soy el autor del libro titulado El crimen de la calle Aramberri.
Pregunta: ¿Cuantas ediciones se han hecho de dicho libro?
Respuesta: Las que sean necesarias…
Caso cerrado.