Escribir se trata de las personas que ya están. Por ejemplo, de nosotros. Pero entonces viene la cuestión de ¿cómo puede uno hablar de lo que no conoce realmente?
Por: Luis Bernal
Andar de metiches, de stalkers (mucho menos con uno mismo), mirar a fondo y con detalle cada cosa, cada suceso, palabras que no recordamos de qué manera las dijeron o las dijimos, y en consecuencia, interpretar mal lo dicho o escrito por alguien más (o por uno), no siempre nos arroja un buen resultado, y no es por mamón, me refiero a la gente, a las personas. Hay días como hoy que me siento no persona, no gente; hoy no me siento dentro del complejo entramado humano. Hoy muy bien podría ser Chernobyl o un pinche zombie. Un virus infernal llamado gripa me está jodiendo, y no soy ningún Frida Kahlo para andar súper creativo en la agonía, pero ocupo un personaje, o sea: ya valí madre.
Crear personajes a la hora de escribir es una pendejada tremenda, es como enamorarte de la más guapa del salón sin saber siquiera agarrar un balón o pesar 80 kilos menos, pero igual nos envalentonamos. Lo bonito es mirar; escribir se trata de las personas que ya están, por ejemplo: de nosotros, uno, que es éste; el pedo es que las personas conocemos muy poco de nosotros mismos, casi nada. Claro, nos gusta también idealizarnos y vernos como un oscuro laberinto; muy poético todo. Pero entonces viene la cuestión de ¿cómo puede uno hablar de lo que no conoce realmente?, ¿cómo chingados si apenas nos atrevemos a asomarnos por esa ventana que tenemos en la mente?
Escribir sobre alguien de manera real es un pedo, así sea esa morra de la que siempre les cuento o alguien más que llegó a mi vida para formar parte de mis historias; es una tarea compleja que ocupa de esfuerzo, de volverse un espía, un verdadero observador. También se trata de mantenerle la mirada a lo descubierto o de aceptar, en todo caso, las cosas tristes, oscuras, tiernas que nadie ha visto y que hemos mantenido en la sombra esperando que desaparezcan por arte de magia (o por el poder de nuestra mente). Y eso también requiere de esfuerzo. El pedo es que esforzarse no es uno de mis talentos, la neta no. Cuando escribo sobre mí lo hago con el agua al cuello, me da miedo enterarme de algo o raspar de más en la memoria, pero también me gusta el dolor de lo que veo, a veces. Ahora, las consecuencias de cuando uno se ocupa mucho en ir hacia las profundidades de la mente, de cuestionarse qué es lo que somos y por qué, son resultados tristes y con tristes me refiero a mediocres. Somos bien aburridos, no es que los quiera incluir a mi morral del aburrimiento, pero es neta, damos hueva; si fuéramos una serie ya nos habrían cancelado, y a mitad de temporada, por eso ocupamos de la imaginación.
Orwell se planteó, como muchos, por qué escribir, un acto que es casi antinatural desde un punto de vista neurológico y biológico. Pero ahí vamos, no conformes con andar de metiches queremos hacer personajes, como el que ocupo yo hoy para pasar el primer mes del año y la primera quincena del siguiente, me caga el día del amor en soledad; ni siquiera ocupo una morra real, con la ilusión que nos brinda un personaje puedo estar en paz.
Chris Columbus describió la apariencia de los Gremlins inspirándose en la población de ratas que chingaban la madre en el departamento donde vivía cuando escribió la historia; qué mamada, el dude describió una cosa y salió otra completamente encantadora ¿no? Qué bueno, la neta, a nadie nos hubiera gustado ver a un Gremlin comiéndose a un perro o decapitando a una mujer (como era la idea original).
Esta semana que termina no hice nada y la que viene no se ve prometedora; con el pretexto de estar al borde de la muerte con una gripa puede que siga sin conseguir ese personaje que ocupa mi cuento de de amor. Siempre se me ocurre hacer un cuento de amor en vísperas de la festividad; ese oportunista soy, un mal oportunista. A la hora de buscar mis personajes me pasa lo mismo: llego una semana antes del colapso, justo cuando me fui a la mierda por una morra que quizás no existe, o sí.