William S. Burroughs llegó a por primera vez a la ciudad de México en el año de 1949 siendo un completo desconocido en el mundo de la literatura estadunidense. Tenía 35 años y un semblante cadavérico: labios delgados, dedos amarillentos de tanto fumar y ojos que reflejaban la muerte. De hecho ni siquiera escribía pese a que ya en aquél entonces su círculo más cercano de amistades lo conformaban intelectuales bohemios, hipsters y escritores en formación como Allen Ginsberg y Jack Kerouac, quienes a la postre con Burroughs, formarían la santísima trinidad de profetas de la literatura beat, es decir contracultural, es decir, canonizada por las artes de vanguardia como paradigma del escritor underground.
Poco se sabe de los motivos profundos de Burroughs de su viaje a la ciudad de México, a no ser que huía de la justicia de su país por un considerable historial de delitos por consumo y tráfico de drogas, robo a transeúnte y portación de arma de fuego. Se puede aventurar que estaba en busca de una experiencia iniciática que empujara su embrionaria vocación como escritor. Entre los domicilios que habitó Burroughs destaca el de Orizaba 10, en la colonia Roma, ahí recibió como huéspedes a Allen Ginsberg, Neal Cassady y sobre todo a Jack Kerouac, entre otros descabellados gringos libertinos en busca de la “fiesta mexicana” llena de drogas, alcohol y prostitutas jóvenes a precios de ganga; además, en ese domicilio escribió su opera prima: Junky (Yonqui, en español). Publicada originalmente en 1953 y con un tiraje vendido en su primer año de 113, 170 ejemplares (compárense los tirajes y ventas hoy en día en México de una obra de un autor de renombre), fue todo un suceso para una editorial marginal que publicaba a un desconocido.
Yonqui resulta fundamental para entender el legado de México a la literatura estadounidense contemporánea y el surgimiento de una leyenda de enorme influencia en las letras y artes de la segunda mitad del siglo XX. Novela corta parcialmente autobiográfica situada en Nueva York, Nuevo Orleans, y la ciudad de México, Burroughs la escribió durante un periodo de desintoxicación mientras residía en un pequeño departamento de vecindad. La historia cuenta las experiencias de William Lee (pseudónimo de Burroughs) con las drogas duras y el mundo del delito más lumpen como única posibilidad para drogarse. Es además un viaje iniciático al mundo subterráneo de un adicto.
Yonqui podría leerse comparativamente como referencia extrapolada de la larga estancia de Burroughs en una ciudad de México delirante, bulliciosa, relajienta, llena de inadaptados, viciosos y truhanes. Fue durante esta estancia que Burroughs asesinó a su esposa Joan Vollmer: “Todo me lleva a la atroz conclusión de que jamás habría sido escritor sin la muerte de Joan, y a comprender hasta qué punto ese acontecimiento ha motivado y formulado mi escritura”.
Esta experiencia marcó definitivamente al ícono beat, quien entre 1951 y 1953 había escrito otra novela que permanecería inédita hasta 1985: Queer (Marica) cuya trama se desarrolla en las colonias Condesa y Roma. Burroughs además fue protagonista de uno de los homicidios más sonados de su tiempo: disparó un arma de fuego contra su mujer. Los hechos ocurrieron en un edificio de la calle de Monterrey esquina con Chihuahua, en la colonia Roma. La historia ha sido recreada hasta la saciedad por otras fuentes y autores como para pormenorizarla aquí. Baste decir que junto a otros escandalosos casos como el de la “Ogresa” de la colonia Roma (una abortera de damas de sociedad) y el homicidio del padre Juan Fullana en la iglesia de la Virgen de Fátima en la calle de Chiapas, de parte del exluchador Pancho Valentino y sus secuaces; se suma a una considerable lista de casos policíacos que ocuparon las primeras planas de la prensa roja de su tiempo.
Paradójicamente, Burroughs terminó echando pestes de México, de su miseria, de su indiferencia a la muerte y sobre todo, su corrupción; precisamente de todo lo que el gringo aspirante a escritor y sus amigos sacaron más provecho durante su estancia en el país y, en el caso del autor de El almuerzo desnudo y de Jack Kerouac, detonar el talento de ambos. “México es siniestro y sombrío y caótico, con el caos especial de un sueño”. (Carta a Jack Kerouac, mayo 1951). Es el país de “Lola La Chata”, la primer narcotraficante mexicana icónica. Es sabido que mediante una “corta” el abogado hampón Bernabé Jurado sacó a Burroughs de Lecumberri salvándolo de purgar una condena de varios años. La indiferencia ante la muerte que vio en el mexicano le permitió a Burroughs sobornar a autoridades corruptas, así como la miseria de las barriadas con sus vecindades, tugurios y farmacias puso a disposición de él y sus amigos, alcohol y droga en abundancia. Los beat encontraron en el México que conocieron montados en su visión miserabilista, un paraíso decadente que fue decisivo en la maduración de sus personalidades como escritores. Sin México, los beat no serían lo que son, así de fácil. Como podrá darse cuenta el lector, ya desde entonces las colonias Roma y Condesa con todo y su historial de bajos fondos ha sido refugio cosmopolita de malvivientes extranjeros, de ahí su banal prestigio hasta el día de hoy como territorios libres de convenciones.
A diferencia de Jack Kerouac, con legiones de admiradores gracias a su literatura e imagen de santo bohemio, sería difícil detectar una influencia clara de la obra de Burroughs en México. La ruta de la onda literaria incluida la de los géneros fantásticos y de ciencia ficción, no denotan ningún aprecio por una prosa aparentemente caótica, que no busca empatía con el lector; las experimentaciones formales como los ya famosos collages narrativos, remiten al caos interior de un adicto a las drogas duras que navega sin ruta en el frío universo de la locura. La ficción de Burroughs abre puertas a una galaxia de pesadilla, delirante, escatológica y sobre todo gay. Quizá una de las mayores aportaciones de Burroughs a la literatura y las artes del siglo XX sea su desquiciante parábola de un mundo exterior paranoico, enfermo de consumismo y ávido de drogas. La obra del autor de Naked Lunch tendría equidistancias con la de Phillip K. Dick y J. G. Ballard. Al analizar la influencia de El almuerzo desnudo, Ballard propone una idea que bien podría extenderse a toda la obra de Burroughs al comparar a la sociedad organizada con su extremo opuesto: la sociedad de los drogadictos, según aquél la conclusión de Burroughs es que no son muy distintas, en especial en los puntos donde tiene mayor contacto: cárceles e instituciones siquiátricas.
Para muchos escritores mexicanos de las nuevas generaciones, la literatura de Burroughs resulta hueca y aburrida, quizá como respuesta a un momento en que abunda lo inocuo, el preciosismo y la obsesiva búsqueda del éxito fácil promovidos por las editoriales; reflejo de una época donde se impone la corrección política y las cruzadas absurdas a favor de la salud. Por otra parte, es muy difícil encontrar una valoración justa a la vida y obra de un autor genial sorprendentemente longevo pese a su adicción a las drogas, sobre todo a la heroína, buena parte de su vida; homosexual, que solía aprovecharse de sus amigos, que amaba las armas de fuego (con una de ellas asesinó a su mujer “accidentalmente”), que en su juventud disfrutaba de torturar gatos (que en su vejez se convirtieron en su único amor: “el amor es decepción y falsas emociones”, diría refiriéndose a los humanos), y de espectáculos como el toreo y el box. Además de las ya mencionadas facilidades para hacer lo que se le pegara la gana, no es difícil entender por qué el México de los 1950 y su sangriento pasado prehispánico lleno de sacrificios humanos, fue tan atractivo para alguien como él. En muchos sentidos, Burroughs representa lo peor de su cultura de origen, pero por ello, su obra adquiere un profundo significado en nuestros días.
Existe una contraparte en todo esto: la del pseudoescritor que se interna como turista de los bajos fondos en hoteluchos y antros con su predecible elenco de personajes derrotados, rijosos y tristes; que abusa del alcohol y las sustancias creyendo que logrará una epifanía que lo llevará al camino de la escritura trascendente.
A partir de la vida del escritor nacido un 5 de febrero de 1914 en San Luis Misuri, vale la pena reflexionar sobre el papel de las drogas y la literatura desde la transgresión en la cultura contemporánea. Recordemos las participaciones de Burroughs en el cine de Gus Van Sant y David Cronemberg, la idolatría que le profesaban Ian Curtis y Kurt Cobain, además de sus colaboraciones con Laurie Anderson. Sus encuentros con Madonna, Jimmy Page, David Bowie, Joe Strummer y Blondie.
Resulta por lo menos inquietante escribir un perfil de este escritor padrino del punk y creador del término heavy metal, justo en un momento en que la heroína resurge de las sombras como droga flagelo, para cobrar una nueva víctima con la muerte por sobredosis el 2 de febrero de 2014 del actor Philip Seymour Hoffman. Es como si de algún modo, Burroughs fuera el emisario de una sustancia adictiva y mortal que no admite redención. Burroughs fue un ángel de la muerte en las artes y las letras contemporáneas. Vale la pena mencionar que por estos días la prensa estadounidense destaca el brutal repunte en el consumo de heroína. “El sacerdote” fue un visionario que ya había anticipado la histeria actual contra las drogas: “Mi predicción para un futuro próximo es que los derechistas usarán la histeria de las drogas como pretexto para crear un aparato policial internacional, pero ya soy un hombre viejo y puede que no viva lo suficiente para ver la solución final al problema de la droga”.
Por lo pronto Yonqui y Marica (ambos adjetivos autodefinen al autor) encuentran su complemento en la biografía literaria de Jorge García Robles Burroughs y Kerouac: dos forasteros perdidos en México, la primera parte, dedicada a Burroughs, es un intenso recorrido por el periodo de gestación de un escritor visionario y adelantado a su tiempo. “El sacerdote” fue, a decir de García Robles “el juglar del alarido, el inventor de cosmos imposibles de recrear.”
Para Ballard, las novelas de Burroughs “son los documentos terminales de mediados del siglo veinte, escabrosos y aterradores, un informe de los progresos de un interno en el manicomio cósmico”.
J.M. Servín
(Ciudad de México, 1962) es un escritor autodidacta, periodista y editor. Colabora en medios impresos de circulación nacional, como las revistas Replicante, Nexos y Proceso, y coordina el proyecto de periodismo narrativo Producciones el Salario del Miedo. Algunos de sus libros han sido traducidos al francés, y textos suyos forman parte de antologías y compilaciones en México y el extranjero. Ha publicado los libros Cuartos para gente sola (1999, reeditado en 2004, 2010 y 2012), Periodismo charter (2002), Por amor al dólar (2006), Revólver de ojos amarillos (2006, reeditado en 2008), Al final del vacío (2007, reeditado en 2015), D. F. confidencial (2010, con cinco reediciones) y Del duro oficio de vivir, beber y escribir desde el caos (2012).